La ideología contra la ópera

La ideología contra la ópera

El pasado viernes tuve la oportunidad de asistir, gracias a una invitación de mi hermana, a la representación de la ópera Street Scene, de Kurt Weill, en el Liceo de Barcelona. Ambientada en el Lower East Side de Nueva York durante la Depresión de los años 30, la obra presenta la vida de los inquilinos de una escalera durante dos días de calor sofocante. Con un libreto muy bien construido aunque, en mi opinión, se desliza por el terreno de lo tópico en ocasiones, Street Scene está en un territorio a caballo entre la ópera y el musical que el propio Weill llamaba “ópera americana”. La puesta en escena, los intérpretes y bailarines, de la compañía británica The Opera Group, rayaron a gran nivel.

Hoy estaba rememorando la ópera con el librito que publica el Liceo y que está repleto de información interesante cuando me he topado con un fragmento que me ha convencido de algo que constato cada día: nuestro mundo se ha vuelto loco, y esto es evidente por mucho que pretendamos que no nos damos cuenta.

Como decía, el librito reproduce fragmentos de diversas críticas a la obra publicadas el año de su estreno, 1947. En ellas se habla de la variedad de estilos musicales con los que juega Weill y que reflejan también la variedad de la ciudad de Nueva York, de si es una ópera u otra cosa, de los personajes que recoge y de su realismo, o de su carácter innovador. Lo normal: se habla y valora la obra y lo que supone en el contexto de la historia de la ópera y de la música en Estados Unidos.

A continuación me topo con un comentario actual de un tal John Bodnar, que a propósito de la crítica social que incorpora la obra (entre otras cosas, aparece un desahucio) y que fue común durante la década de los años 30, escribe lo siguiente: “Esto no quiere decir que cualquier punto de vista posible fuera evidente. Durante esta década no hubo ningún ataque a gran escala sobre la supremacía blanca ni la heterosexualidad”.

Les juro que lo he transcrito tal cual. El juicio, delirante (desde los ataques a gran escala al poner en el mismo plano el racismo y la heterosxualidad), me parece la constatación indiscutible de cómo la ideología y sus estrechas orejeras matan la cultura y nos impiden apreciar la Belleza. Que este comentario, soez, resentido, miope, haya encontrado cabida en una publicación del Gran Teatro del Liceo nos muestra hasta qué punto nuestra enfermedad moral, que se manifiesta también en síntomas estéticos, está extendida. Kurt Weill, comunista por más señas, se merecía algo mejor.

Por cierto, he buscado en google, por curiosidad, quién es John Bodnar: Chancellor’s Professor del Departmento de Historia, Co-director del Center for Study of History and Memory y Director del Institute for Advanced Studies, todo ello en la Universidad de Indiana. Se confirma que el lugar más concurrido por los locos de este tipo (que suelen ser muy peligrosos) son los campus universitarios

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