Democracia: el mundo al revés

Leo una consideración del australiano Kenneth Minogue referida a nuestra democracia, o al régimen liberal en el que vivimos en Occidente si lo prefieren. Resulta, dice Minogue, que se nos repite que lo que caracteriza nuestra vida política es que nuestros representantes no sólo los elegimos, sino que deben rendir cuentas de sus acciones ante sus electores. La teoría nos la sabemos muy bien, la hemos escuchado hasta la saciedad.

Ahora echemos un vistazo a la realidad: ocurre exactamente lo contrario. No somos los electores, sigue Minogue, los que controlamos a nuestros representantes, los que les decimos lo que deben hacer (de hecho, sistemáticamente nos prometen cosas que luego incumplen impunemente; esta práctica es tan habitual que ya la damos por descontado e incluso nos causa sorpresa el cumplimiento de alguna promesa electoral), ni tampoco ante quienes rinden cuentas. La realidad es que sucede al revés: cada vez son más ellos, nuestros representantes, el gobierno, quienes se inmiscuyen en crecientes aspectos de nuestra vida para dictarnos como debe de ser nuestro comportamiento. Desde cómo debemos de sentar a nuestros hijos en los coches, hasta cómo debemos reciclar (pronto necesitaremos un master para cumplir las exigencias del Estado al respecto) pasando por el tamaño de los refrescos que queremos consumir. Las leyes y normas al respecto no cesan de crecer.

Por el contrario, la impunidad con que nuestros supuestos representantes actúan alcanza dimensiones de escándalo. Descubrimos que quienes debían rendir cuentas y ser nuestros servidores en realidad son pequeños e insaciables tiranos. En vez de representar nuestros intereses, los llamados “representantes” ocupan todos sus esfuerzos en decidir cómo debemos vivir, a menudo en contra de nuestros deseos y, eso sí, con la excusa eterna de que es por nuestro bien.

Algunos lo llamarán paradoja, otros estafa, Jacob Talmon lo llamaba totalitarismo democrático.