Una Iglesia decimonónica

Una Iglesia decimonónica

En el lenguaje coloquial ha calado esa idea de que la Iglesia católica en el siglo XIX fue una Iglesia poco vital, reaccionaria, antipática, lejana, con residuos puritanos; decimonónica, en suma.

En el lenguaje coloquial ha calado esa idea de que la Iglesia católica en el siglo XIX fue una Iglesia poco vital, reaccionaria, antipática, lejana, con residuos puritanos; decimonónica, en suma.

Pero en lo que se refiere a Francia, la realidad no cuadra con el tópico que hemos asimilado incluso la mayoría de los católicos. Acaba de aparecer en Francia un libro, obra de Gérard Cholvy y publicado por las ediciones Artege, titulado “Le XIXe siècle: grand siècle des religieuses françaises“.

Y resulta que lo que nos explica Cholvy es que el siglo XIX, ese siglo que se abre en Francia con el Concordato de 1801 de Napoleón y se viene a cerra con las leyes anticatólicas de separación Iglesia-Estado de 1905, fue un siglo de una vitalidad y unos frutos espectaculares.

Algunas congregaciones pasaron el periodo del Terror, otras nacen precisamente entonces, como las Hijas del Corazón de María o la Sociedad de los Sagrados Corazones fundada por el padre Coudrin, pero la mayoría nacen entrado ya el siglo. De 1820 a 1860 aparecen seis nuevas congregaciones religiosas en Francia cada año, alcanzando a final de siglo las 500 nuevas fundaciones.

Su labor llegará a todos los ámbitos: enseñanza, cuidado de los pobres, de los enfermos, de los sordos, de los minusválidos y muy especialmente misioneras. Estamos en la época de la explosión misionera francesa, favorecida por los nuevos medios de transporte y el crecimiento de las colonias francesas. Entre ellas destacan la congregación de san José de la Aparición, activa en Argelia y Túnez, las Hermanas Blancas centradas en el África negra o los Franciscanos misioneros de María. papel importante jugaron también las Misiones Extranjeras de París, que aún están muy activas y cuya sede central se pueden visitar a pocos metros de la Iglesia de la medalla milagrosa en París. Es también el siglo de santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones y que se carteó con sacerdotes misioneros en África y China.

En definitiva, que la próxima vez que se nos venga a la cabeza el adjetivo decimonónico, en vez apolillado y rígido, deberíamos pensar en un catolicismo misionero y vigoroso.

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