El abismo demográfico japonés

El abismo demográfico japonés

Algunos creen que quienes advertimos de las catastróficas consecuencias del invierno demográfico de Occidente somos unos exagerados, unos apocalípticos. No hay para tanto. Bueno, quizás no venga mal mirar a Japón, un país que nos lleva algo de delantera en esto del hundimiento demográfico y además a través de los ojos de un medio neutro como The Week, nada sospechoso de tremendismo.

Allí podemos leer lo siguiente:

Los japoneses tienen ahora una de las tasas de fertilidad más bajas del mundo, y al mismo tiempo una de las tasas de longevidad más altas. Como resultado, su población está cayendo rápidamente y el peso de los más mayores no deja de crecer. Tras llegar a un máximo de 128 millones hace siete años, la población japonesa no deja de disminuir y está ya cerca a una pérdida de un millón al año. En 2060 el gobierno japonés estima que que la población se situará en 87 millones, con casi la mitad de los mismos por encima de los 65 años. Sin un cambio dramático en la tasa de nacimientos o en sus políticas restrictivas de inmigración, Japón sencillamente no tendrá suficientes trabajadores para pagar las pensiones y entrará en una espiral demográfica mortal. Y sin embargo los bebés no llegan“.

¿Cómo era aquello de que cuando las barbas de tu vecino veas mojar? Y sin embargo, por aquí, los bebés no sólo tampoco llegan, sino que eliminarlos resulta que es casi el derecho más sagrado e inviolable.

2 Comentarios

  1. Estrabón sobre los bactrianos: “Estos perros son los encargados de devorar todos los que empiezan a debilitarse por su edad avanzada o por enfermedad… Se dice que Alejandro ha abolido esta costumbre.”
    R.E.Latcham sobre los pimas de América: “Los pimas abandonan a los viejos e inválidos y los dejan morir de hambre. A veces estos se suicidan, prendiendo fuego a las chozas que habitan.”
    Henry Ellis: los esquimales de la Bahía de Hudson consideraban una obligación social estrangular a los viejos que ya no podían mantenerse.

  2. El “Estado de bienestar” y su sistema de pensiones de vejez tiene efectos inesperados. Las personas ya no tienen la necesidad perentoria de tener hijos que las amparen en la vejez. Es el Estado el que tendrá la obligación de cubrirles.
    Ese mismo Estado, con sus obligaciones, sinecuras y corruptelas, es el que detrae cantidades ingentes de cualquier actividad productiva para afrontar sus gastos. La consecuencia inmediata es que los trabajos productivos son cada vez menos rentables para quien está generando riqueza. Su plusvalía se la lleva el Estado. Por ejemplo, las pensiones de los viejos sin hijos deberán ser pagadas por los hijos de otros. Consecuencia: ¿para qué tener hijos? Desde luego, no porque resulten económicamente rentables. El sistema desincentiva fuertemente tener hijos. A menudo, más que de “desincentivos” hay que hablar directamente de presión social y castigos contra quienes se atreven a tener hijos.
    Mientras tanto, los Estado fomentan en paralelo la descristianización. Algunos como China y Japón directamente no eran cristianos.
    Es fácil ver hacía donde se dirigen estas sociedades sin hijos y sin valores de compasión, caridad y respeto a los ancianos. Primero al hundimiento del sistema de pensiones. Después al exterminio de quienes no se puedan valer por sí mismos ni tengan quien los proteja.

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