Dolan cae en la trampa

Dolan cae en la trampa

La situación no es nada original: un personaje “mediático” revela su homosexualidad. En este caso un jugador de fútbol americano. La verdad es que a mí se me ocurre poco más que comentar.

A continuación se monta una entrevista con un obispo católico, en este caso el Cardenal Dolan de Nueva York y se le pregunta su opinión sobre el asunto, no sin antes hacer referencia a aquellas palabras del Papa, “¿quién soy yo para juzgarle?”. La trampa está servida y no es fácil salir bien parado de una tesitura como ésta.

La respuesta de Dolan fue como sigue:

Bien por él, yo no puedo juzgarle. Dios le bendiga. No sé, mira, la misma Biblia que nos enseña las virtudes de la castidad y de la fidelidad y el matrimonio, también nos dice que no juzguemos a las personas. Así que yo diría: “Bravo””.

Bueno, el cardenal Dolan, tan inspirado y ocurrente normalmente cuando improvisa, esta vez no ha estado muy fino. Empezando porque la verdadera valentía, hoy en día, aquella que merece un reconocimiento porque supone un riesgo real de exclusión, es mostrarse contrario en público al homosexualismo político.

Pero más allá de este matiz, me ha gustado el comentario de Dwight Longenecker al respecto. Me parece que es clarificador y que podría servir para que Dolan y otros obispos se preparen una respuesta coherente ante la preguntita de marras, que tarde o temprano tendrán que responder. Ganaríamos mucho si dejaran de improvisar.

Afirma Longenecker que tanto el Papa como el cardinal Dolan tienen razón: “No juzgamos a personas. Es Dios quien lo hace”. Eso está claro. Y sigue: “No obstante, ese “¿quién soy yo para juzgar” es uno de los gritos de guerra de aquellos que niegan la existencia de una moral objetiva, de los relativistas. […] Por eso, cuando un líder religioso se pregunta “¿quién soy yo para juzgar?”, puede estar teológicamente en lo cierto, pero estar pastoralmente equivocado”.

Y aquí viene la propuesta del autor: “¿Tan difícil hubiera sido contestar, en su acostumbrado modo robusto y jovial, “Yo no juzgo a Michael Sam. No sé cuál es el estado de su alma inmortal. No sé cuál es el estado de su vida amorosa. Le deseo lo mejor. No obstante, puedo decir que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Van contra la naturaleza. También puedo hacer juicios sobre sus consecuencias. Existe un riesgo más alto de enfermedad y problemas de salud entre aquellos que son homosexuales activos, y en especial entre aquellos que son promiscuos. No juzgamos a ninguna persona en particular, pero podemos hacer juicios morales sobre acciones concretas y sus posibles consecuencias”.

Me parece bastante más claro y orientador que la improvisación acabada en el “¡Bravo!” del cardenal. Creo, además, que la gente normal lo entendería. Otra cuestión son los militantes homosexualistas, que no pretenden entender nada, sino atacar a la Iglesia, que ven como un obstáculo para sus aspiraciones. Y que, por cierto, al definir a una persona exclusivamente por sus elecciones sexuales, nos empobrecen a todos, incluidos también los homosexuales.

En cualquier caso, obispos del mundo, prepárense una buena respuesta. No se fíen de su reacción improvisada. Todos (los católicos, se entiende) se lo agradeceremos.

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