Lo que pasó en la isla de Pascua no es como te lo contaron

Lo que pasó en la isla de Pascua no es como te lo contaron

A todos nos ha fascinado alguna vez la historia de la isla de Pascua, Rapa Nui en su nombre polinesio. Hay teorías para todos los gustos sobre lo que provocó la decadencia de aquella sociedad y cada una de ellas encierra un mensaje diferente. Uno de los últimos en tomarla como ejemplo fue Jared Diamond, quien en su bestseller publicado en 2005, Colapso, construía un elaborado discurso a partir del declinar de Rapa Nui. En concreto, Diamond hace una lectura maltusiana de los hechos: el crecimiento de la población y, en este caso, la loca competición por hacer Moais, las características esculturas de la isla, cada vez más grandes, llevaron al agotamiento de los recursos naturales y al colapso de aquella organización social isleña. Una catástrofe que supone una advertencia para nuestras sociedades, que se dirigen también hacia un “suicidio ecológico”, en palabras de Diamond.

Pues bien, según explica Rossa Minogue en Spiked, esta narrativa ha sido puesta en entredicho por una antropóloga, la Dra. Mara Mulrooney, que acaba de publicar un libro titulado ¿Continuidad o Colapso?, en base a seis años de estudio de los restos arqueológicos de la isla de Pascua. En él, por ejemplo, y contra lo supuesto hasta ahora, Mulrooney demuestra que el centro de la isla nunca fue abandonado, al contrario, experimentó una importante revolución agrícola que significó importantes mejoras de productividad y que permitió a los isleños sobrevivir a pesar del agotamiento de ciertos recursos. Estas mejoras les permitieron ser menos dependientes de la caza y la pesca, siempre sujetas a factores no controlables. Otro de los aspectos que ha descubierto y que modifica sustancialmente la visión que teníamos hasta ahora, son las pruebas de que la población no había disminuido, como se creía, cuando llegaron los europeos a la isla, sino que la intensa caída del número de isleños se debió al contacto con los europeos y a las enfermedades que trajeron y contra las que no estaban inmunizados, lo cual provocó una enorme mortandad. Un fenómeno, por cierto, que ya se había observado en otros lugares de América.

Concluye Minogue que la visión maltusiana de Jared Diamond asume que cuando un recurso escasea o se agota, los pueblos colapsan y mueren (o, como mínimo languidecen), cuando la historia nos enseña que es exactamente lo contrario: “las sociedades humanas siempre han sido resilientes y han demostrado una destacada habilidad para adaptarse a entornos cambiantes“. En Europa, cuando los bosques no fueron suficientes para suministrar el combustible necesario, nos pasamos al carbón, y luego al petróleo, y el día de mañana a otra cosa. Es lo que también nos enseña la revolución agrícola que tuvo lugar en Rapa Nui y que permitió que aquella sociedad, lejos de colapsar, continuará adelante… hasta que un holandés, Jacob Roggeveen, llegó a sus costas el Domingo de Pascua de 1722, cargadito de virus, microbios y bacterias.

Por cierto, esto no quiere decir que no debamos cuidar de nuestro entorno, sino sencillamente que hay que confiar más en la inventiva humana y huir de determinismos apocalípticos.

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