Facebook y Apple: pon tus óvulos en el congelador y dedícate a trabajar

Facebook y Apple: pon tus óvulos en el congelador y dedícate a trabajar

Durante mi adolescencia devoré diversas distopías, esas novelas que presentan mundos futuros que, lejos de ser un paraíso, se asemejan más bien a un infierno. Ya saben, Orwell, Huxley, Bradbury, Benson… Presentan, además, esos infiernos como atractivos, o al menos no directamente desagradables, y en todo caso justificables. Todo se envuelve en un lenguaje que hace razonable lo horroroso, que convierte en normal lo inconcebible, en recomendable lo inhumano.

Luego, más mayor, seguí con esa afición y añadí a mis lecturas incursiones en el género cinematográfico. Desde las más serias, como Blade Runner, Brazil o Gattacca, hasta las más cercanas a la serie B, como aquel disparatado Desafío Total de Arnold Schwarzenegger. Pero lo que en esos momentos no imaginaba es que iba a ver con mis propios ojos muchos de los rasgos de esas sociedades distópicas hechos realidad. Y que serían justificados del mismo modo en cómo se hace en aquellas novelas. Y, una enormidad aún mayor, que se haría ante la indiferencia, cuando no comprensión, de casi todo el mundo.

Lo último es la congelación de óvulos pagada por la empresa (en este caso Facebook y Apple) para que sus empleadas no interrumpan su carrera profesional para tener un hijo y causen, de este modo, inconvenientes a la empresa (bueno, las empresas dicen que esta “esterilidad pagada” es para conseguir contratar a más mujeres… a cambio de que renuncien a algo esencial de su feminidad).

Ignacio Aréchaga lo resume muy bien: “Pon tus óvulos en el congelador y dedícate a trabajar”. Añade, además, que las tasas de éxito con estas técnicas no son precisamente para tirar cohetes: con óvulos “frescos” apenas un 32% en menores de 35 años, cayendo en picado a partir de esa edad hasta el 13,6% para las mujeres de 40 años. Si los óvulos son congelados, las tasas son aún menores.

Pero más allá de la probabilidad de tener un embarazo el día de mañana, lo que más me sorprende es la aceptación bovina de esta aberración. Aquí el futuro niño es considerado un objeto de consumo, la mujer es considerada poco más que una máquina que, en condiciones óptimas, es apta primariamente para trabajar, pero que es susceptible de una avería, el embarazo y la maternidad, que hay que evitar por todos los medios, al menos durante unos años. Es tan evidente, es la ficción distópica hecha realidad, y la aceptamos como si nada, distraídos por la última declaración sinsentido de un político o por si la hora del Madrid-Barça es la más conveniente.

Una cosa es cierta: no estamos ante algo completamente nuevo, sino ante un nuevo paso lógico en una dinámica iniciada hace ya unos años. Es la misma lógica de aquellos supermercados asiáticos cuyas cajeras llevan un pañal para no tener que levantarse e ir al baño durante su jornada laboral. O la misma lógica de aquellos empleados en ciertas cortes del pasado a los que no les estaba permitido tener descendencia durante un periodo de años, pues se debían a los deseos de sus amos. Antes al menos eran más honestos y lo llamaban esclavitud o servidumbre. Ahora, además, somos tan hipócritas como para justificarlo afirmando que de este modo favorecen la libertad de elección de las mujeres y mejoran los porcentajes de mujeres contratadas. Realmente, a cínicos no nos gana nadie.

Por no decir nada del mensaje lanzado sobre la pobre empleada de Apple o Facebook que sí decide, en un gesto de egoísmo que tendrá, con toda certeza, consecuencias (¿a quién se le ocurre rechazar la generosa ayuda de tu empresa dispuesta a pagarte la congelación de tus óvulos?), tener un hijo. Como escribe Aréchaga: “en realidad muchas veces estas tecnologías “reproductivas” –ya sea la píldora, el aborto, o ahora la congelación de óvulos– acaban siendo modos de presión para que la mujer haga lo que otros esperan de ella. Si para eso hay que reprogramar su biología y sus sueños, no es culpa de la empresa”.

¿Qué será lo próximo? Yo no soy profeta, Dios me libre, pero visto lo visto he decidido desempolvar las distopías de mi juventud: allí está todo. Ahora, cuando lea algo que me parece exagerado e inconcebible ya no reaccionaré con una sonrisa de incredulidad, sino con la certeza de que se va a hacer realidad de un momento a otro ante la indiferencia generalizada.

 

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