Javier Cercas se nos ha vuelto conservador

Javier Cercas se nos ha vuelto conservador

Probablemente él lo negará. Y advierto de que, en el sentido en que uso el adjetivo, lo considero un piropo. Pero ya sé que nos pondremos de acuerdo. Hay tantas acepciones a eso de ser conservador que tiro la toalla. En cualquier caso, yo me refiero a aquello que definió Russell Kirk, y que incluye un poder limitado, la convicción de nuestra imperfección y, cómo no, de la imperfección de la organización política, y la prudencia ante los cambios que prefiere la tradición y la reforma a la tabula rasa y la ruptura. Si no les gusta lo de conservador, llámenlo sensatez, sentido común, common sense, seny. Y parece que a cercas le ha dado un ataque de esto último.

En su reciente entrevista en Babelia a propósito de la aparición de su última novela, El impostor, lanza algunos juicios sobre nuestro pasado reciente que me parecen importantes:

  • Sobre la Transición: “La Transición fue en parte una gran impostura. Hubo multitud de personas que se inventaron su propia biografía; al terminar el franquismo resultó que todo el mundo había sido antifranquista. Una gran mentira: antifranquistas reales hubo poquísimos, y por eso Franco duró lo que duró. Esta es la verdad. Pero, como es tan desagradable, nos inventamos otra.”
  • ·         Sobre la Memoria histórica: “Se convirtió en una industria. No proporcionaba beneficios económicos, sino morales y políticos, artísticos también. Mucha gente se sumó a eso no para resolver un problema flagrante, sino para obtener cosas. […] Y así como, según Adorno y Horkheimer, la industria del entretenimiento genera kitsch, mentiras estéticas, un arte que no es arte sino sucedáneo de arte, la industria de la memoria genera una memoria embustera, sentimentaloide y falsamente heroica: puro cartón piedra, puro kitsch.”

Pero donde me parece que aparece el Cercas más sensato es en su reivindicación de la responsabilidad personal , en su desconfianza hacia quienes nos venden que el paraíso terrenal está a un paso y en la advertencia de la importancia de unas instituciones sanas.

Sobre la primera, afirma: “los que fallamos fuimos nosotros, no los que hicieron la Transición, a los que siempre echamos las culpas, para no tener que asumir nuestra propia responsabilidad.”

Sobre lo segundo, dice que “la solución no consiste en repetir lo ocurrido en los últimos siglos de historia española, que son rupturas constantes, creyendo que cada nueva ruptura nos va a traer el paraíso terrenal o que vamos a asaltar los cielos. La solución está en reformar lo que hemos hecho.”

Por último, sobre un entramado institucional no corruptor, sostiene lo siguiente: “La corrupción no nos la hemos inventado nosotros, no se la han inventado Pujol o Bárcenas; existe desde que el mundo es mundo: los seres humanos somos así. El problema, por tanto, no son los corruptos: el problema es el sistema que no impide o que alienta la corrupción; hay que cambiar a las personas, pero antes hay que cambiar el sistema. Lo difícil no es cambiar a los mangantes por personas decentes, sino impedir que las personas decentes se conviertan en mangantes.”

Quizás un matiz: no es nada fácil convertir a los mangantes en personas decentes (y pensemos que todos nacemos con tendencia a lo malo, los cristianos lo llamamos pecado original), pero cuando lo hemos conseguido, hay que luchar para que las instituciones no echen a perder lo conseguido con tanto esfuerzo.

 

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