Ahora resulta que los uniatas son el problema

Ahora resulta que los uniatas son el problema

Que el ecumenismo, entendido como un movimiento surgido, por la gracia del Espíritu Santo, para restablecer la unidad de todos los cristianos, es algo profundamente nuclear a la vida de la Iglesia y un fuerte anhelo para que, como encontramos en el Evangelio de san Juan,  “todos sean uno”, resulta evidente. Como también resulta evidente que el verdadero ecumenismo no es obra de los hombres, meros instrumentos, sino de la gracia de Dios que convierte los corazones.

Dicho esto, lo cierto es que los enormes esfuerzos ecuménicos por parte de la Iglesia católica en las últimas décadas se han saldado hasta ahora con resultados más bien pobres, más allá de algún bonito gesto.

Al mismo tiempo se ha instalado un lenguaje y unas actitudes entre los responsables eclesiales de los organismos dedicados al ecumenismo que demuestran una enorme falta de realismo y una pobre comprensión de lo que realmente significa el ecumenismo.

Algo similar sucede en el ámbito del diálogo entre religiones. Es lo que, de forma muy clara, emerge cuando, tras la masacre provocada en la mezquita de Kano, en Nigeria, por los terroristas de Boko Haram el pasado 28 de noviembre, que provocó la muerte de 120 personas, el cardenal Jean-Louis Tauran, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso afirma que “cuanto más dramática es la situación, tanto más se impone el diálogo”. A lo que añade: “no hay alternativa: ¡solo el diálogo, el diálogo, el diálogo!“. Este nuevo tótem del diálogo, al que parece que tenemos que sacrificarlo todo, eliminaría la llamada a la conversión como algo retrógrado e inadecuado. Estamos, no obstante, ante una falsedad palmaria, pues sólo se puede dialogar cuando hay dos que quieren escucharse con honestidad. El diálogo del que habla el cardenal Tauran no es más que un monólogo bienintencionado y autista por parte de los católicos.

Pero volviendo al campo ecuménico, otro ejemplo de este fenómeno son las recientes declaraciones del Cardenal Koch, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad Cristiana. En una entrevista en Radio vaticana, el cardenal afirmó que “los cambios en 1989 no resultaron ventajosos para las relaciones ecuménicas. Las iglesias católicas orientales prohibidas por Stalin reaparecieron”, lo que complicó las relaciones ecuménicas, dado el recelo con el que las iglesia ortodoxas ven a las “iglesias uniatas”, de rito bizantino pero en comunión con Roma.

Cuando uno se detiene en esta afirmación, no puede dejar de pensar que algo funciona mal en dicho Consejo Pontificio. O sea, que la ganada libertad para los católicos uniatas, perseguidos bajo el comunismo y que han padecido sufrimientos sin fin por su fidelidad a Roma, resulta ser ahora un elemento negativo y que no ayuda a la unión de los cristianos. ¿Hubiese sido mejor, para los intereses de su negociado, que el régimen soviético, con toda su previsibilidad y una cierta tolerancia hacia una iglesia ortodoxa en gran parte infiltrada y controlada, hubiera continuado en pie? Si la unión de los cristianos consistiera en eso, bendita desunión.

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