¿En qué nos parecemos a la Albania comunista de Enver Hoxha?

¿En qué nos parecemos a la Albania comunista de Enver Hoxha?

Las descalificaciones que los partidarios del matrimonio (sin adjetivar, matrimonio, según la RAE  “unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales”) en Irlanda han recibido me han hecho pensar en el creciente clima de intolerancia hacia los que nos aferramos al significado de las palabras.

Esto del control y la manipulación del lenguaje ya ha sido advertido desde hace más de un siglo y sigue siendo una cuestión determinante. Todo poder con tendencias totalitarias aspira a controlar el lenguaje, determinando lo que se puede decir y lo que no (de eso va lo del lenguaje políticamente correcto) y, de este modo, influyendo poderosamente en lo que la gente piensa. Los países occidentales han tomado ese camino, pero no son los primeros.

Leía una entrevista en el último número de la siempre sugerente revista Catholica  con Ardian Marashi, un albanés nacido en 1963 que actualmente forma parte del INALCO (Instituto nacional de lenguas y civilizaciones orientales), en la que explica la locura del régimen comunista albanés de Enver Hoxha y su política de transformación del lenguaje.  Al acabarla, mi conclusión ha sido que no estamos muy lejos de lo que sucedía, en relación con el lenguaje, en la Albania comunista. Si lo dudan, lean esta explicación de lo que hacía el régimen de Hoxha según Marashi: “busca hacer imposible todo otro modo de pensar: las palabras incorrectas son pura y simplemente eliminadas del diccionario, mientras que se imponen sistemáticamente o conceptos ambiguos con el fin de darles la fuerza del eslogan”. ¿No es esto lo que ocurre cada día ante nuestros ojos?

Comparto un extracto de la entrevista que me ha parecido especialmente revelador y que me ha hecho reflexionar. Explica Ardian Marashi:

“En la ortografía albanesa, que fue publicada en 1972 bajo supervisión política y que desgraciadamente continúa hoy en día en vigor, la palabra Dios por ejemplo, se escribe en minúscula, zot; mientras que la palabra partido se escribe en mayúscula: Partido. Las palabras que evocaban las fiestas religiosas fueron sencillamente retiradas de la circulación, tanto escrita como oral: ¡se tenía que hacer como si la Pascua o la Navidad, o incluso el Ramadán, no hubieran existido jamás!

En 1981 la Academia de las Ciencias hizo publicar el Diccionario de la lengua albanesa, con 35.000 palabras. Sólo aparecían las palabras que tenían curso oficial, todas las otras estaba prohibido su uso. Además, se debía emplearlas en su sentido estricto, aquel previsto por el diccionario. Cuando se escribía la palabra “sacerdote”, por ejemplo, estaba previsto que se debía acompañar del adjetivo “reaccionario” y cuando se evocaba la palabra “religión”, el buen uso recomendaba hablar de ella en pasado: “había una vez…”. Así, manteniendo la lengua constantemente encerrada en clichés, el pensamiento mismo se automatizaba hasta el punto de convertirse en completamente inerte y pasivo. El resultado ha marcado a una buena parte de la población, que acabó por no acordarse de la manera en que uno piensa por sí mismo. El Partido podía de este modo congratularse de haber conseguido su objetivo más audaz y más fantástico, puesto que la creación del hombre nuevo había sido conseguida. La masa obedecía enteramente al Partido, hasta el punto que daba grandes gritos de alegría cada vez que el tribunal comunista condenaba a muerte a los sacerdotes y los resistentes.

Las palabras utilizadas por la propaganda se convertían en estas condiciones en las palabras maestras de lo cotidiano, del mismo modo, las palabras prohibidas ya no eran percibidas como prohibidas, puesto que de la noche a la mañana desaparecían del uso, como desaparecieron los libros prohibidos o los retratos de los antiguos dirigentes del Partido eliminados por el Guía [Enver Hoxha].

La propaganda, en esas condiciones, ya no es percibida como propaganda, sino que se convierte en una realidad completa: las gentes no tienen otra opción que aceptar la propaganda como aceptarían la realidad, toda otra actitud los llevaría detrás de los barrotes, y eso siempre que escaparan del pelotón de ejecución.”

Tremendo, ¿no les parece? Y más tremendo aún si nos percatamos como muchas de estas dinámicas siguen actuando hoy en día entre nosotros.

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