Ciudadanos y sentido del humor revolucionario
Explica Jean de Viguerie en su reciente libro Histoire du Citoyen cómo el apelativo de ciudadano se convirtió en algo sagrado, parte de la religión de sustitución impuesta desde el Estado, durante la Revolución Francesa. Ridiculizarlo se convirtió en blasfemia insoportable para el nuevo régimen que se jactaba de erradicar la intolerancia. Y da un ejemplo: “«hemos matado a nuestro ciudadano», le escribió a un amigo el párroco de Roffignac, que acababa de matar a un cerdo. La carta fue interceptada. Los miembros del Directorio del departamento vieron en la metáfora un crimen de lesa majestad. El párroco fue arrestado, trasladado a París, juzgado por el Tribunal revolucionario, condenado a muerte y guillotinado”.