Los tics totalitarios del conseller Jané

Los tics totalitarios del conseller Jané

Las declaraciones del conseller de interior de la Generalitat, Jordi Jané, son de una enorme gravedad y demuestran que el peligro totalitario no es, por desgracia, algo lejano sino muy real. Me refiero a las manifestaciones sobre el caso de las pancartas exhibidas en el campo del Espanyol durante el partido de Copa del Rey que le enfrentó al Barcelona. Jané ha calificado las pancartas de inadmisibles y ha afirmado que la pancarta que hacía referencia a Shakira (“Shakira es de todos”) es ofensiva, censurable y que incluso podría tener consecuencias penales, prejuzgando la calificación que merecen las mismas.
No quiero detenerme en discutir su valoración, que yo no comparto. No veo ningún problema en manifestar que todos podemos disfrutar de las creaciones de una artista, de un personaje público que se ha fotografiado con la camiseta de diversos clubs de fútbol y que nadie puede pretender monopolizar. Eso fue lo que pensé cuando vi por primera vez la pancarta y lo que quienes la exhibieron han manifestado. Soy consciente de que otras personas la han entendido de otro modo, que me parece que no es el obvio. No obstante, ya lo he advertido, no quiero ahora discutir acerca del significado de unas pancartas que, como mínimo, se tendrá que aceptar que pueden tener varios sentidos.

Lo que me parece gravísimo es que un cargo de un gobierno, en vez de limitarse a trasladar la información a las instancias que deben juzgar sobre el asunto, prejuzgue públicamente, condene sin juicio, predisponga a la opinión pública, condicionando a quienes deben juzgar sobre el asunto. Y es gravísimo porque quiebra algunos de los fundamentos en los que se basa nuestra civilización, en los que arraiga nuestra libertad y eso que llaman Estado de Derecho.

En primer lugar, la presunción de inocencia, que se les niega a los acusados. Hemos tenido que oír en numerosas ocasiones aquello de “presunto” para referirse al acusado de algún delito, a veces de modo abusivo, como cuando esa “presunción” era aplicada a alguien atrapado con la pistola aún humeante. Era, no obstante, una molestia que se justificaba por el sagrado respeto a la presunción de inocencia, base de nuestra sociedad, pero que el conseller Jané parece despreciar con sus declaraciones.

En segundo lugar porque también destruye la nítida separación e independencia entre quienes gobiernan y quienes juzgan (la clásica separación de poderes, teorizada entre otros por Montesquieu, que considera clave para la libertad que el poder ejecutivo y el poder judicial mantengan su independencia el uno del otro). Si el que gobierna se erige también en juez, o condiciona a quienes deben juzgar, se quiebra este principio que resulta vital para poder vivir en paz, liberados del poder arbitrario del gobernante de turno. Si el que acusa es el mismo que el que juzga estamos indefensos, en manos de un poder que ya no respeta nuestras libertades, sino ante el que estamos inermes, como ante un poder despótico oriental.

Algunos pensarán que exagero. No lo creo. El tipo de declaraciones que ha hecho el conseller Jané son impropias de un régimen de libertades y garantías, donde nadie prejuzga y se respetan escrupulosamente los procedimientos establecidos. Puede resultar engorroso, pero es la única garantía de que el gobierno, siempre tentado a convertirse en despótico, no traspasará sus límites. Es la única garantía de que, como decía Churchill, si alguien llama a tu puerta a las seis de la mañana, sea el lechero y no la policía política. Y el conseller Jané, con sus declaraciones y amenazas, ha traspasado esos límites.

Es ésta una actitud propia de regímenes totalitarios: en su obra Terror y Utopía, Karl Schlögel narra la vida en Moscú durante el terrible año 1937, el año en que mayores purgas y juicios públicos se produjeron en el periodo estalinista. Todos ellos falsos y que llevaron a la muerte a un millón y medio de inocentes. Juicios que empezaban siempre por una acusación que quebraba la presunción de inocencia por parte de un poder ejecutivo que ya prejuzgaba al acusado. ¿Se habrá inspirado el conseller Jané en los procesos estalinistas para establecer su proceder?

Estoy convencido de que le sería muy provechoso si, a la lectura de Terror y Utopía, añadiera la de las crónicas que durante la Segunda Guerra Mundial escribió el corresponsal de La Vanguardia en Londres, Augusto Assía, recientemente editadas en un libro titulado “Cuando yunque, yunque. Cuando martillo, martillo“. Allí leería que en Gran Bretaña, incluso en lo más duro de la guerra, se respetó el derecho a la huelga de mineros y ferroviarios, incluso cuando esto afectaba negativamente a los recursos necesarios para hacer frente a los ataques de la Alemania nazi. Los ingleses estaban convencidos de que debían respetar unas reglas, unos límites, unos procedimientos, y que si los quebraban, aunque fuera para derrotar al nazismo, los derrotados habrían sido ellos mismos al traicionar aquello por lo que estaban luchando.

Presunción de inocencia, separación de poderes… no son caprichos, no son meras palabras, son los pilares de una vida libre que no debe temer nada de la arbitrariedad del poder. Algo que el conseller Jané, acusador y juez al mismo tiempo, no parece haber entendido.

Un Comentario

  1. Espero que sea inocente de haber entendido y que sea inocente de intento de totalitarismo

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