Inmigración: un análisis racional sin sentimentalismos

Inmigración: un análisis racional sin sentimentalismos

Resulta evidente que la inmigración y su impacto en las naciones occidentales se ha convertido en una de las cuestiones clave en el debate público actual. Y sin embargo, ¡qué difícil leer un análisis serio y realista sobre este tema! ¡qué pocos argumentos racionales y cuánta emotividad y sentimentalismo! Entre el welcome indiscriminado y el mundo sin fronteras a lo John Lennon, de una parte, y la construcción de muros a lo Trump, de otra, hay un amplio territorio que deberíamos ser capaces de transitar.

 

Podríamos empezar, para clarificar un poco los términos, siendo algo más precisos: no es de gran ayuda hablar de inmigración así, en general, como si se tratara de un único fenómeno. Lo cierto es que poco tienen que ver los cristianos sirios que huyen del genocidio provocado por el Estado Islámico con los afganos (o turcos, o bangladesíes, o…) que aprovechan el caos creado con la complicidad del gobierno turco para entrar en Europa en búsqueda de una mejor situación económica. Pero resulta que estos últimos son más de dos tercios de los solicitantes de asilo. Y tampoco es lo mismo el deber incondicional de acoger a un refugiado de guerra que el abrir las puertas a un migrante económico, algo que depende de una decisión prudencial acerca de sus efectos sobre el bien común de la nación sobre la que deben de velar sus gobernantes.

 

Ross Douthat ha abordado recientemente esta cuestión, ofreciendo algunas reflexiones, desapasionadas, que nos pueden ayudar a discernir mejor el asunto de la emigración. Yo destacaría las siguientes:

  1. Los estados-nación existen, con múltiples carencias y debilidades, pero son también el marco en el que se ha desarrollado un aceptable nivel de estabilidad y prosperidad. Debilitarlos y/o balcanizarlos con flujos de migración inabsorbibles no parece la mejor idea para preservar esos logros.
  2. Algunos justifican la emigración como el remedio a la crisis demográfica. La cuestión es más compleja. Se asume que los emigrantes sostendrán el estado del bienestar, la tarea que los hijos que no hemos tenido deberían haber realizado. Quizás sea cierto en parte, pero se está asumiendo que los inmigrantes se adaptarán a nuestro estilo de vida y que encontrarán trabajo en una economía postindustrial como la nuestra (para la que muchos no poseen la capacitación necesaria). Por el contrario, bien pueden fracasar y convertirse en clientes del estado del bienestar que se suponía que iban a salvar, aportando así la puntilla que lo acabe de colapsar.
  3. El origen y cosmovisión de los inmigrantes no es un tema banal. Como señala Douthat, el Midwest norteamericano aún está marcado por el origen escandinavo de los inmigrantes que se establecieron allí, y lo mismo puede decirse del origen escocés e irlandés de quienes se establecieron en los Apalaches. Aceptar a inmigrantes de un determinado país o cultura significa que nuestro país se asemejará en el futuro algo más al país o cultura de origen de esos inmigrantes. No existen inmigrantes en abstracto. Existen filipinos católicos, sirios cristianos, afganos musulmanes… y según a quien acojamos tendremos en el futuro un tipo de sociedad u otro.
  4. Del mismo modo, una cierta afinidad con la cultura del país de acogida provoca una mayor asimilación, mientras que profundas diferencias culturales generan procesos de balcanización, especialmente intensos si los flujos de inmigración son grandes. Douthat señala un interesante ejemplo: los negros jamaicanos que en los años 50 fueron los primeros inmigrantes masivos al Reino Unido. Eran en su mayoría anglicanos, aficionados al cricket y muchos de ellos veteranos del ejército británico o bien habían trabajado en la marina mercante inglesa. ¿Es de extrañar que, a pesar de su diferencia racial, la asimilación de estos jamaicanos haya sido muy exitosa, como lo prueba el hecho de que tienen el ratio de matrimonios con ingleses blancos más alto entre todas las minorías étnicas en el Reino Unido? La distancia cultural que separaba a estos negros jamaicanos del inglés medio era muy probablemente inferior a la que le separa hoy de, por ejemplo, un europeo proveniente de un país eslavo que, tras siglos de dominio otomano y después de un breve periodo de independencia, quedó bajo el yugo comunista durante largos decenios.
  5. Para conseguir una integración en el país de acogida es de gran ayuda la llegada escalonada y la existencia de un final en el tiempo. Llegadas masivas y flujos recurrentes generan ghettos y dificultan la integración. Esto se ha observado en Estados Unidos: durante los años 90 el número de asiáticos e hispanos que contrajeron matrimonio con blancos descendió debido al aumento de la inmigración asiática e hispana. En Inglaterra dos tercios de los musulmanes sólo se mezclan socialmente con otros musulmanes, con porcentajes incluso más altos en el caso de los originarios de Paquistán y Bangla Desh. Y en Bradford, el 85% de los ingleses paquistaníes de tercera y cuarta generación tiene un padre nacido en Paquistán (el mismo estudio encontró que el 63% de las mujeres paquistaníes de Bradford se habían casado con un primo, de las que el 37% con primos hermanos).

 

Parece pues bastante claro que la inmigración no es unidimensional: su cantidad, su ritmo, su origen cultural, étnico y religioso, su persistencia en el tiempo, son factores que determinarán el aspecto de nuestras sociedades en el futuro y sobre los que es totalmente legítimo tomar decisiones para elegir cómo queremos ser. De hecho, el no tomar ninguna decisión, el abrir las puertas de modo general e indiscriminado, ya es en sí mismo una decisión, y no precisamente de las que auguran un futuro mejor.

 

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