Verdades, errores y omisiones en Spotlight

Si Spotlight había pasado desapercibida para algunos, la concesión del Oscar a la mejor película la vuelve a poner en primera plana. Spotlight narra la investigación real de un grupo de periodistas del Boston Globe sobre los primeros casos de abusos sexuales por parte de sacerdotes católicos que se destaparon en la diócesis de Boston. A partir de aquellos primeros casos se pudo tirar del hilo y llegar a la conclusión de que el cardenal Law había encubierto más de 250 casos entre 1984 y 2002.

La película es pues un canto al periodismo de investigación y su búsqueda de la verdad, muchas veces escondida. Es también la historia, triste y escandalosa, de unos hombres consagrados a Dios que cometieron actos horribles aprovechándose de su condición, así como de aquellos que fueron sus cómplices al encubrirlos. Estamos ante una película de calidad innegable, una reconstrucción fiel de los sucesos, que ha sido bien acogida por la crítica e incluso por la prensa católica (el Osservatore Romana insiste en que no se trata de una película anticatólica). Un film que, por otra parte, es especialmente doloroso para los católicos, pues nos pone ante unos hechos tremendos, en las antípodas del Evangelio, pero que han sucedido entre quienes se habían consagrado a Cristo y su Iglesia y que han producido heridas muy profundas en las víctimas.

¿Significa esto que la película es perfecta? ¿Qué es un relato imparcial y objetivo?

Probablemente sea imposible conseguir la pura objetividad y Spotlight no es excepción a esta regla.

En primer lugar por las omisiones. Evidentemente en una película se deben omitir muchos detalles importantes por el bien del relato (los fans de cualquier libro pasado a la gran pantalla saben de que les hablo). No obstante, hay omisiones que no sólo dejan incompleta la historia, algo normal, sino que la distorsionan.

Spotlight acaba con una larga lista de escándalos sexuales en la Iglesia antes de pasar a los títulos finales. Nada que objetar. Pero la historia no acaba ahí. La historia continúa con la política de tolerancia cero adoptada por la Iglesia en Estados Unidos después de la conferencia de Dallas en 2003 y sigue con las instrucciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe en 2011, ya durante el pontificado de Benedicto XVI, para ayudar a las parroquias y prevenir o afrontar los casos de pederastia. Falta también, por supuesto, la marcha del cardenal Law y la extraordinaria labor del nuevo obispo de Boston, el cardenal Sean O’Malley, sanando heridas y actuando con contundencia después del shock vivido en Boston en 2002.

Pero hay más. Hay la voluntad explícita de mostrar la pedofilia como un problema estructural de la Iglesia católica, como si ésta, con sus reglas y formas organizativas, fuera la culpable. Es lo que sostiene el psicoterapeuta y ex sacerdote Richard Sipe en una larga conversación telefónica en la que sostiene que, según sus cálculos, el 50% de los sacerdotes no viven en castidad, lo que generaría un “clima general de secretismo” del que se aprovecharían los pedófilos que, según Sipe, serían un 6% del total de los sacerdotes. ¿Es cierto lo que afirma Sipe y la película da por bueno?

Philip Jenkins, en su libro The New Anti-Catholicism, señala que el estudio de Sipe tiene un enorme sesgo debido al universo de la muestra. Sipe toma como universo el de los sacerdotes que han pasado por tratamientos psiquiátricos o psicológicos, por lo que sus porcentajes no se refieren al universo “sacerdotes”, sino al más restringido de “sacerdotes con problemas psíquicos”, en el que el porcentaje de comportamientos inadecuados es obviamente muy superior. De hecho, en otro libro, Pedophiles and Priests, Jenkins (que, por cierto, no es católico) da como más realista un porcentaje del 0,3%.

Y siguiendo con las omisiones, hay una que es especialmente sonada: el porcentaje de abusos sexuales a menores de sexo masculino. En uno de los diálogos que aparecen en el largometraje, se nos informa de que “tanto varones como mujeres son ambos víctimas, indiferentemente”. No es verdad. Según el informe del John Jay College sobre la pedofilia en la Iglesia católica en los Estados Unidos, el 81% de los abusos se cometieron con niños. La gran mayoría de sacerdotes abusaron de niños, no de niñas, y éstos mostraban ya tendencias homosexuales antes de convertirse en pedófilos (lo que no significa, es obvio pero por lo delicado del tema viene bien recordarlo, que todos los sacerdotes con tendencias homosexuales sean pedófilos). Un dato, este de la importancia de las tendencias homosexuales en los casos de abusos sexuales, que Spotlight esconde en aras de la corrección política. ¿Quién quiere arriesgarse a que le tachen de homófobo?

El sociólogo italiano Massimo Introvigne ha estudiado el tema a fondo (ha publicado un libro en 2014 junto con Roberto Marchesini, Pedofilia: una battaglia che la Chiesa sta vincendo) y señala otros errores de Spotlight. Como por ejemplo la opinión de los periodistas del Boston Globe de que la culpa de los abusos la tiene el celibato sacerdotal. Lo hemos oído antes: unos hombres que no pueden tener relaciones sexuales acaban abusando de lo primero que tienen a mano, incapaces por motivos casi metafísicos de vivir en castidad. El argumento se viene abajo con los datos antes señalados en relación a la elevada preponderancia de abusos de naturaleza homosexual, pero hay más. Si ampliamos el ámbito de estudio y analizamos los casos de pederastia en otros colectivos, como los maestros de escuela, los entrenadores de equipos deportivos o incluso los ministros de otras confesiones protestantes, todos ellos colectivos donde no existe el celibato, encontramos que el porcentaje de pedófilos es superior al existente entre los sacerdotes católicos (una vez más recurrimos al documentadísimo informe del informe del John Jay College).

Indica Introvigne otro error en el que caen los periodistas protagonistas de Spotlight: “la pedofilia –sostienen- ha sido favorecida por las posiciones conservadoras de la Iglesia en materias como la homosexualidad, el aborto o los anticonceptivos, que han creado una institución cerrada donde los pedófilos han encontrado protección”. Es justo lo contrario. El número de casos de pedofilia en la Iglesia explotó a partir de los años 70, coincidiendo con la extensión de una mentalidad permisiva en temas de moral que llevó incluso a algunos, muy progresistas en aquellos tiempos, a justificar incluso la pedofilia. Hay quien señala que ya había casos con anterioridad, lo que es evidente: somos humanos, débiles y pobres pecadores, y por desgracia ha habido, hay y siempre habrán abusos sexuales, como habrán, desgraciadamente, asesinatos, violaciones, robos, mentiras… Pero si bien no estamos ante un invento de las últimas décadas, sí parece que hay datos para sostener que a partir de la década de los 70 se produce un fuertísimo incremento de los casos de pederastia. Esta relación entre mentalidad permisiva y abusos ya fue notada por Benedicto XVI en su carta a los católicos de Irlanda, uno de los países también fuertemente golpeados por este escándalo. Lo cierto es que muchos de los sacerdotes pedófilos se formaron en una subcultura de sacerdotes homosexuales donde encontraron protección, esos ambientes que el Papa Francisco calificó abiertamente de lobby gay.

Una última puntualización: flota a lo largo de toda la película la acusación difusa de que la Iglesia ha hecho poco para combatir la pedofilia. De hecho, es lo que parece desprenderse de las palabras del productor de Spotlight, Michael Sugar, al recibir el premio: “Esta película ha dado voz a los supervivientes y este Oscar amplifica esa voz, la cual esperamos se convierta en un coro que resuene y llegue hasta el Vaticano. Papa Francisco, es hora de proteger a los niños y restaurar la fe”. No es que haya que bajar la guardia ni que todo sea ya perfecto en la forma de afrontar los abusos sexuales dentro de la Iglesia. Como hemos señalado antes, somos hombres, no ángeles, y el riesgo cero es imposible. También es cierto que la tentación de cubrirse, de protegerse, de “lavar los trapos sucios dentro de casa”, es muy real. Pero parece que sea una asignatura pendiente de la Iglesia, cuando desde el pontificado de Benedicto XVI no hay nadie que haya hecha tanto para combatir esta plaga como la Iglesia católica, destituyendo a quien estaba mezclado con estos casos, introduciendo una legislación canónica de una severidad sin igual en el mundo y reduciendo drásticamente los nuevos casos de abusos sexuales. Alguien le tendría que explicar a Sugar, por ejemplo, que tal y como informa Associated Press, Benedicto XVI redujo al estado laical (o sea, “apartó” del sacerdocio) durante sus dos últimos años como Papa a casi 400 sacerdotes por cuestiones relativas a abusos sexuales, casi 1 de cada 1.000 sacerdotes en el mundo. No parece poco.

En definitiva, Spotlight es una película muy bien hecha que nos pone ante una realidad que no podemos ignorar y que provoca en nosotros, católicos, vergüenza y dolor. Los sacerdotes pedófilos no son una invención de los enemigos de la Iglesia y mientras exista un solo caso no podemos bajar la guardia. Es también obvio que se hicieron muchas cosas mal: en muchas ocasiones al daño provocado por los abusos se unió el daño causado por los encubridores, por quienes incluso atacaron y acusaron a las víctimas de querer dañar a la Iglesia (y les aseguro que sé de lo que hablo). Pero no dejemos que esta verdad, por muy trágica que sea, nos haga caer en el error de considerar a la Iglesia como una institución corruptora, ignorando el titánico esfuerzo realizado principalmente por Benedicto XVI, ni a ocultar algunas de las causas que hicieron posible esta situación. Por muy políticamente incorrectas que sean.

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