Argelia: un polvorín al lado de casa

Argelia: un polvorín al lado de casa

Las profecías envejecen que es una barbaridad. Algunos aún recordábamos cuando aquello del fin de la Historia era la doctrina indiscutible: la democracia liberal había triunfado y el progreso de la Historia había llegado a su final. A algunos, retardados, les iba a costar todavía un tiempo, pero no existía ya alternativa posible, la Historia como escenario en el que los hombres toman distintos caminos y en el que sucede lo imprevisto había sido ya superada: sólo existía un camino y de lo que se trataba era de avanzar por él siguiendo los pasos de los más adelantados. Dudar de este relato era considerado ridículo, propio de mentalidades nostálgicas y reaccionarias.

Y sin embargo la Historia sigue muy viva, deparándonos sorpresas a cada paso y derribando gran parte de las certezas políticas que aún perduraban. Durante los últimos meses, el ritmo de sucesión de sorpresas se ha acelerado y el grado de incertidumbre se ha elevado hasta cotas que no se recordaban. Las encuestas sirven para poco y ya no hay casi ninguna decisión importante totalmente segura. El Brexit, Colombia, Trump, ahora Italia, los planes trazados se tuercen, caen gobiernos, se dispara la incertidumbre. En este contexto de Historia bien viva y agitada, el futuro de la Unión Europea es, como mínimo, incierto.

Pues bien, sin pretender ser profeta (ya he dicho antes que dárselas de agorero es el primer paso para quedar obsoleto y desprestigiado, algo que sinceramente no me apetece especialmente), sí me gustaría poner sobre aviso a los lectores acerca de otra sacudida que bien podría afectar a nuestra estabilidad. Se trata de una sacudida que no aparece en los periódicos, de la que casi nadie habla, pero sobre la que los analistas geopolíticos sí están sobre aviso. Su epicentro está a la vuelta de la esquina, a menos de 300 kilómetros por mar: me refiero a Argelia.

Argelia es un país de algo más de 40 millones de habitantes con el que España tiene unas importantes relaciones comerciales, entre las que destaca el suministro de gas proveniente del país magrebí. Argelia ha sido también uno de los países en los que la primavera árabe no explotó y en los que los grupos islamistas están bajo control. No siempre fue así. El crecimiento del islamismo y el regreso al país de veteranos de la guerra de Afganistán durante los años 80 llevó a que las primeras elecciones legislativas libres, en 1991, dieran como ganador al islamista Frente Islámico de Salvación. El Ejército dio marcha atrás e impidió que el FIS alcanzara el poder, dando pie a una terrible guerra civil que, durante la década de los 90 se calcula que provocó en torno a 150.000 muertos. Luego llegó Abdelaziz Bouteflika, quien accedió a la presidencia en 1999, combinando una política de palo y zanahoria con los islamistas y pacificando el país. Desde entonces no ha abandonado la presidencia de Argelia.

Bouteflika ha cumplido ya 79 años y desde hace tres necesita una silla de ruedas para desplazarse. No sólo eso: acaba de regresar al país después de una estancia en una clínica privada en Francia y aunque oficialmente fue allá a someterse a “pruebas de rutina”, hay varios síntomas de que las perspectivas no son muy buenas. No sabemos cuántos años de vida le quedan, pero no parece que vayan a ser muchos… y no se perfila ningún claro sucesor con su autoridad para dirigir el país.

Los islamistas, por su parte, no han desaparecido, sino que más bien han dado un paso atrás y se han dedicado a fortalecerse a la espera de que Bouteflika desaparezca. Su fuerza electoral parece pequeña (la alianza islamista obtuvo solamente 48 de los 462 escaños en juego en las elecciones de 2012), pero es porque han optado por no jugar a un juego en el que las reglas están trucadas. Por el contrario, han encabezado campañas, con éxito, para asegurarse de que el currículum escolar se focalice en lo que ellos llaman “ciencia islámica” o para impedir cualquier cambio en el código de familia que suponga una mejora del estatuto de la mujer. El velo islámico, antaño residual, es ahora lo normal en Argelia, donde se estima que el 70% de las mujeres lo llevan (hasta un 90% fuera de las ciudades).

En este contexto, la muerte de Bouteflika y el posible vacío de poder subsiguiente pueden ser el momento esperado por los islamistas para intentar un nuevo asalto al poder, quizás con apoyos desde la fronteriza y caótica Libia, actualmente paraíso de milicias islamistas. El desencadenamiento de nuevas hostilidades entre los islamistas y el gobierno provocaría con toda certeza una oleada masiva de refugiados huyendo de ese nuevo conflicto. ¿De cuántos estamos hablando? Imposible saberlo, pero algunos analistas hablan de hasta 10 millones de argelinos que optarían por huir, con Francia como primer y principal destino, pero sin descartar a España o Italia. ¿Se imaginan el impacto de una nueva oleada de “refugiados” (los de verdad y los que aprovechan la situación) en una tambaleante Europa?.

Claro que Bouteflika puede vivir muchos años y que también es posible diseñar algún tipo de sucesión ordenada, incluso pactada con los islamistas. No es mi intención ponerme catastrofista. Pero sí avisar de que la incertidumbre no habita sólo en Londres, Roma, Bruselas o París, sino que la tenemos a un tiro de piedra. La Historia no ha acabado y nos puede deparar algunas importantes sorpresas en un futuro no muy lejano. Haremos bien en prepararnos y estar atentos.

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