¿Qué mueve a los yihadistas? Bauman contra Enzensberger

¿Qué mueve a los yihadistas? Bauman contra Enzensberger

Uno de los retos intelectuales más complejos del momento es tratar de comprender en qué consiste el yihadismo y cuáles son las motivaciones que llevan a una persona a convertirse en alguien capaz de matar indiscriminadamente, empezando por uno mismo. No es de extrañar pues que aparezcan numerosos intentos de explicación de uno de los fenómenos más característicos de nuestra época.

 

El recientemente fallecido Zygmunt Bauman lo abordó en una de sus últimas entrevistas, publicada el pasado mes de octubre en Avvenire.  Allí, el sociólogo célebre por su concepto de la “sociedad líquida”, afirmaba que vivimos hoy en un estado de “guerra fragmentada”, conflictos por doquier causados por “intereses, por dinero, por los recursos, para gobernar sobre las naciones”. Hasta aquí nada que no sabíamos. Cuando el entrevistador le sugiere la palabra tabú, “religión”, en relación a los atentados islamistas, Bauman contesta: “No las llamo guerras de religiones, son otros quienes quieren hacernos creer que es una guerra entre religiones”. Es verdad que para que haya una guerra entre religiones deben de haber dos contrincantes movidos principalmente por sus respectivas religiones y hoy existe un solo contendiente que afirme que actúa por motivos religiosos, el yihadismo. Pero también es cierto que emerge cada vez más el rechazo a aceptar ni siquiera la posibilidad de que alguien pueda actuar, bien o mal, salvando o matando, por motivaciones religiosas. Es como si hubiera pánico a aceptar que la religión puede ser agente que mueve a los hombres. O quizás se trate de un residuo del marxismo, que sostiene que la religión es siempre una excusa, una superestructura para camuflar las verdaderas razones por las que los hombres actúan, que siempre son y no pueden ser más que económicas (y así aceptamos tranquilamente que se mate por dinero, pero no nos cabe en la cabeza que se mate por creencias religiosas).

 

No pensemos que esta actitud es monopolio de progres y podemitas; en la práctica casi todo el mundo insiste en que los yihadistas son unos mentirosos. El mantra orwelliano de que el Islam es una religión de paz resuena una y otra vez en nuestros oídos. Los pobres yihadistas ya no saben qué hacer para convencernos de que sus motivaciones son religiosas; lo han intentado todo: han aplicado la sharia sin titubear allá donde han podido, han marcado con la letra N (“nun”) de «nasrani» (nazareno) las casas de los cristianos, han derribado toda estatua que encontraban a su paso, hen emitido comunicados repletos de referencia coránicas tras cada atentado… y sin embargo seguimos preguntándonos qué desean realmente. No es que no se expliquen, es que no queremos oír lo que no entra en nuestros parámetros, de los que están desterradas, por principio, cualquier motivación religiosa (buena, mala o regular).

 

El propio Bauman ejemplifica muy bien ese rechazo a ver lo que está ante nuestros ojos cuando declara en la misma entrevista que el motivo que mueve a los yihadistas es el miedo: “el miedo tiene su origen en la ansiedad de las personas y, aunque tenemos situaciones de gran bienestar, vivimos en un gran miedo. Las personas tienen miedo de tener miedo“. Declaraciones en esa jerga pseudo psicológica que suenan bien a nuestros sofisticados oídos pero que significan más bien poco. ¿Será la solución a todos nuestros problemas algún tipo de tranquilizante, un cóctel a base de diazepam y valium?

 

Pero frente a ese discurso se oyen cada vez mas otras voces, voces que quizás no tengan la explicación mágica en la que todo encaja, pero que al menos se atreven a pensar fuera de los carriles impuestos por lo políticamente correcto, que se niegan a cerrar los ojos ante lo que acontece en nuestras narices. Es el caso del conocido escritor alemán Hans Magnus Enzesberger, quien acaba de publicar un librito, desigual pero con aportaciones sugerentes, titulado Ensayo sobre los hombres del terror. Allí, Enzensberger señala la insuficiencia de los análisis corrientes acerca del fenómeno del terrorismo yihadista e intenta aportar nuevas reflexiones que nos permitan comprenderlo mejor. Creo que no sale completamente airoso, pero al menos aporta elementos que nos ayudan a pensar mejor sobre este fenómeno capital.

 

Ensensberger se centra en el personaje de lo que él define “perdedor radical”, alguien que ha fracasado en sus expectativas, minado interiormente por el nihilismo y el resentimiento y que encuentra en una construcción ideológica el modo de canalizar su energía destructiva. El mundo exterior, culpable de su marginalización y que nunca se había interesado en él, queda ahora fascinado ante el terror. Se unen así pulsión de muerte y megalomanía de quien, al matar y aterrorizar, se siente, aunque sólo sea por unos instantes, todopoderoso. Nótese cómo este perfil encaja a la perfección con, por ejemplo, los terroristas anarquistas que ensangrentaron Europa… y es que es el mismo Enzensberger quien señala que “olvidamos a menudo que el terrorismo moderno es una invención europea que data del siglo XIX”. Finiquitados el anarquismo o el comunismo, la única ideología actual con capacidad de actuación a escala planetaria es el yihadismo, canalizador privilegiado de esas mortíferas energías a día de hoy. Una descripción que encaja y explica bastante bien a los terroristas surgidos de las banlieues europeas, que en muchos casos “ven la luz” durante una estancia en prisión y que se transforman de pequeños rateros en alucinados terroristas.

 

Es un retrato, este del “perdedor radical”, que puede explicar bastante bien la psicología del yihadista criado en Occidente, pero que resulta insuficiente cuando intentamos emplearlo para explicar lo que ocurre en otros ámbitos. El mismo Enzensberger lo reconoce cuando reconoce que la gran mayoría de los terroristas yihadistas provenientes de países musulmanes provienen de familias pudientes e influyentes y que los pobres son escasos: un estudio del Foreign Policy Research Institute sobre 400 integrantes de Al Qaeda nos muestra que tres cuartas partes de los mismos provenían de familias de clase media o alta y que más del 60% poseían grados universitarios, principalmente en ingeniería, arquitectura y otras carreras técnicas. Enzensberger intenta superar este escollo distinguiendo entre jefes ideólogos y carne de cañón terrorista, pero la realidad es que también los salidos de estratos acomodados y con estudios se hacen estallar llevándose por delante a cuantos más inocentes mejor.

 

El intento de Enzensberger, pues, da pistas y clarifica algunos aspectos, pero adolece de importantes lagunas. Nada grave y que, en cualquier caso, queda en segundo plano ante su encomiable intento de pensar y hablar fuera del marco fijado por lo políticamente correcto. Un ejemplo bastará para comprender la bocanada de aire fresco que esto supone. Frente a la llamada al diálogo a todo precio, en todo momento, en cualquier condición, escribe Enzensberger, con indudable sentido común: “Cuando nos enfrentamos a tomas de rehenes y asesinatos, es necesario regresar al uso de la fuerza cuyo monopolio reside en la policía y la justicia. Es en ese momento, como muy tarde, cuando el “diálogo”, celebrado como panacea, se revela ilusorio”.

 

 

 

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