El Ángel Rojo, Paracuellos y un poco de memoria histórica de la buena

El Ángel Rojo, Paracuellos y un poco de memoria histórica de la buena

La figura de Melchor Rodríguez, el llamado “ángel rojo”, es poco conocida. Yo mismo no sabía casi nada de su vida y de los hechos que le dieron merecida fama. Y es una gran lástima porque siempre hace bien el saber que existen personas buenas, incluso en medio de las peores atrocidades. En nuestros tiempos de “memoria histórica”, tan repletos de revanchismo y resentimiento, es algo digno de meditar el hecho de que Melchor Rodríguez siga siendo un desconocido para la inmensa mayoría de los españoles. Un hecho que el libro de José Luis Olaizola, El anarquista indómito, publicado por Libros Libres, viene en parte a rectificar.

Melchor Rodríguez fue un destacado sindicalista, militante de la CNT, que llegó a ser Director General de Prisiones durante la guerra civil. Antes había intentado ser torero, se había hecho amigo de los celebres escritores teatrales, los hermanos Álvarez Quintero, se había casado con una bailaora y había entrado y salido de la cárcel en tantas ocasiones que se convirtió en el mejor experto en prisiones entre las fuerzas revolucionarias. Así, llegó a ser conocido por su valerosa y generosa actitud hacia los presos, aunque fueran de ideas contrarias a las suyas, a quienes no negaba su condición de personas y para los que exigía un juicio justo. A menudo con riesgo de su vida. Empezó creando su propia “cheka”, donde los detenidos, en vez de masacrados, eran salvados. Luego, la noticia de las matanzas desatadas en la retaguardia, y muy especialmente el comprobar en persona, con horror, la verdad de los asesinatos que los comunistas, comandados por Carrillo y García Atadell, estaban llevando a cabo en Paracuellos del Jarama, le llevó a pedir ser nombrado como Director General de Prisiones para, desde ese cargo, frenar los asesinatos que se estaban cometiendo de manera generalizada y con total inmunidad. Con esta decisión, Melchor Rodríguez salvó la vida a miles de personas.

La biografía de Olaizola se lee con agrado, de un tirón, y mantiene en vilo al lector en todo momento. Uno de sus aciertos es abordar con calma los primeros años de Melchor, sus años formativos, que nos ayudan a comprender mejor no sólo al personaje, sino la España en que le tocó vivir. El perfil que va emergiendo es muy vivo, y aunque el autor respira admiración por el biografiado, algo que no oculta, el retrato es creíble. Así, va perfilando a una persona buena, bondadosa en el más amplio sentido del término, idealista, con un punto de iluso (algunos detalles, como creer que a él, por los cargos ostentados, no le esperaba la pena de muerte al acabar la guerra civil o su convencimiento en la victoria republicana, así lo dejan entrever), de una integridad a prueba de bomba, generoso y entregado, con un sentido del humor un tanto escéptico y entregado con pasión a seguir lo que le dictaba su conciencia. Si tiene sentido la figura de un santo laico, es difícil encontrar a alguien con más méritos que Melchor Rodríguez para encarnarla.

La vida del “ángel rojo” da pie a múltiples reflexiones. Sin pretender agotarlas, quiero señalar unas pocas:

En primer lugar, la importancia de lo que una buena persona puede hacer incluso en una situación tan compleja como la que vivió Melchor Rodríguez. El relato, en ocasiones, puede dejar la falsa impresión de que los desmanes y asesinatos cometidos en la retaguardia eran obra de unos descontrolados. Aunque es cierto, por ejemplo, que la CNT se llenó de nuevos militantes, al inicio de la contienda, que no eran más que delincuentes comunes, no se puede negar que las mayores atrocidades fueron perpetradas por anarquistas de toda la vida, como Durruti. Por no hablar de los comunistas (pero incluso aquí también hay matices, con la Pasionaria intercediendo y salvando a unas monjas… la bondad puede asaltarnos al menor descuido). El que fue un rara avis, alguien tolerado gracias a su enorme prestigio, fue Melchor Rodríguez. En cualquier caso, incluso en un sistema perverso, con juicios que eran una farsa, una persona buena y valiente puede hacer mucho. Muchísimo. Y si no que se lo pregunten a las miles de personas que le deben su vida a Melchor.

Si algo testifica también la vida de Melchor Rodríguez es que el bien genera bien a su alrededor. Su actuación fue ejemplar, y al mismo tiempo consiguió que los que se relacionaban con él fueran también mejores. Los timoratos más valientes, los reservados mas entregados, y quienes le debían la vida más osados para defenderle cuando cambiaron las tornas y era la vida de Melchor la que estaba en peligro. Si su actuación, decíamos, fue ejemplar, también lo fue la de, por ejemplo, el general Muñoz Grandes o Martín Artajo, ambos vivos gracias a Melchor y que luego darían la cara por quien se convirtió en su amigo. La escena final del entierro de Melchor es preciosa, y la constatación de que la bondad puede superar barreras ideológicas.

La cuestión de Paracuellos es también muy relevante. Frente a quienes pretenden quitarle hierro al asunto, hablando de exageraciones o invenciones por parte de los “nacionales”, tenemos aquí el testimonio de primera mano de alguien para nada sospechoso de animosidad contra la República, todo lo contrario. Y sí, en Paracuellos se cometieron atrocidades indignas de cualquier persona mínimamente civilizada, allí se asesinó con saña a miles de inocentes. Aquello fue un crimen horrible que merecería el castigo reservado a los peores crímenes contra la humanidad. Y los responsables fueron los comunistas, siguiendo órdenes directas de Santiago Carrillo. No lo dice ningún “facha”, sino uno de los fundadores de la FAI, un sindicalista entregado a la causa que declinó huir al extranjero cuando Madrid iba a caer y permaneció en la ciudad junto con los derrotados. Tras conocer lo que Melchor Rodríguez vio y testificó sobre Paracuellos sólo es posible negar o minusvalorar esas atrocidades desde la mala fe.

Si la “memoria histórica ” fuese algo más que revanchismo partidista y prepotencia moral, tendríamos una serie, o una película, sobre la vida de Melchor Rodríguez y nuestros colegiales se la sabrían de memoria. Hasta que llegue ese momento, podemos hacer un acto de justicia dándola a conocer entre quienes nos rodean.

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