El juicio de Bernanos sobre Lutero

El juicio de Bernanos sobre Lutero

Los 500 años del inicio del protestantismo han dado lugar a numerosas y dispares publicaciones. Lógico. He podido leer, y aprender, con algunas de ellas, como en los libros de Danilo Castellano o de Angela Pellicciari. Hoy quiero llamar la atención sobre un texto que cayó en mis manos por casualidad.

Se trata de un librito, casi folleto, editado por Nuevo Inicio en su colección Perlas y que recoge dos escritos de Bernanos. El primero de ellos, escrito en 1943, se titula Un fragmento sobre Martín Lutero, fue escrito en Brasil y no se publicó hasta que apareció en 1951, tres años después de la muerte del escritor francés, en la revista Esprit.

Dejaré de lado algunos juicios o imprecisiones del resto del librito para centrarme en ese texto que me parece que, tal y como promete el título de la colección, es realmente una pequeña joya. Porque Bernanos consigue algo muy meritorio: penetrar en la psicología de Lutero y, al mismo tiempo, mostrarnos que la tentación a la que el monje alemán sucumbió no es algo que sólo le haya amenazado a él, sino que nos asalta a cada uno de nosotros.

Citaré brevemente a Bernanos en una frase digna de ser enmarcada:

Lutero y los suyos han desesperado de la Iglesia y quien desespera de la Iglesia, es curioso, termina antes o después por desesperar del hombre”.

Y añade:

Yo desconfío de mi indignación, de mi rebeldía; la indignación no ha rescatado nunca a nadie, sino que probablemente ha perdido muchas almas”.

Un juicio que parece especialmente escrito para nuestros indignados tiempos, en los que la indignación se presenta como una obligación moral ineludible cuya ausencia resulta sospechosa.

Más adelante, Bernanos remacha esta idea con una apreciación demoledora en su simplicidad:

Cuando hablo del misterio de la Iglesia quiero decir que hay ciertas particularidades en la vida interior de este gran cuerpo que los creyentes y los no creyentes pueden interpretar de forma diferente, pero que son hechos de experiencia. Es un hecho de experiencia, por ejemplo, que no se reforma nada en la Iglesia por los medios ordinarios. Quien trata de reformar la Iglesia por esos medios, por los mismos medios con los que se reforma una sociedad temporal, no sólo fracasa en su empresa, sino que acaba infaliblemente encontrándose fuera de la Iglesia.”

Es lo que le ocurrió a Lutero: se indignó, creyó que sería capaz con sus fuerzas de reformar la Iglesia… y acabó fuera de ella, echando a perder su vida y la de tantos de sus seguidores. Justo lo contrario de San Francisco (que Bernanos presenta como el anti-Lutero), tan o más consciente de todas las miserias de la Iglesia, pero que ni se indignó ni se creyó con fuerzas para arreglarla. Se limitó a vivir el Evangelio, que es siempre nuevo, y su impacto positivo fue mucho mayor que el de cientos de reformadores.

En palabras de Bernanos, “la Iglesia no tiene necesidad de reformadores, sino de santos. Martin Lutero era el reformador nato.”

Trágico destino el del monje alemán que nos debe hacer pedir a Dios con fuerza que no caigamos nosotros en la indignación y las pretensiones humanas, naturalistas, de reformar con nuestras propias fuerzas lo que nunca dejará de ser un misterio.

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