Desde China al Reino Unido, se redobla la ofensiva contra la libertad de los cristianos

Desde China al Reino Unido, se redobla la ofensiva contra la libertad de los cristianos

Se supone que los cristianos deberíamos estar atentos a los signos de los tiempos pero resulta evidente que es más fácil decirlo que hacerlo. De hecho, la historia reciente de la Iglesia exhibe una descomunal miopía en la mayoría de católicos para discernir los tiempos que nos ha tocado vivir. Es la parte humana de la Iglesia, con todas sus miserias, la que se hace así patente.

En este sentido sólo puede atribuirse no ya a miopía, sino directamente a ceguera (involuntaria o no), la negativa a reconocer la creciente e imparable persecución que se cierne sobre la Iglesia. Preferimos desviar nuestra mirada hacia cuestiones más agradables y soñar con que, por el hecho de que el New York Times dedique algún titular positivo al Papa, los cristianos seremos por fin tolerados.

Claro que resulta difícil mirar hacia otro lado cuando nos bombardean con imágenes de cristianos degollados a manos del ISIS. Pero por fortuna la capacidad de asesinar del Estado Islámico se ha reducido (que no desaparecido) y ese tipo de imágenes han dejado de ser frecuentes. Además, nunca hay que minusvalorar la capacidad para no ver lo evidente, algo que sin ir más lejos, la historia del siglo XX atestigua abundantemente.

Lo que está ocurriendo en China es un buen ejemplo. El gigante asiático continúa ejerciendo un férreo control sobre los nacimientos permitidos, recurriendo en buena lógica a los abortos forzosos de forma habitual, y las restricciones a la libertad religiosa no hacen sino crecer. Si hace unos meses las noticias eran acerca de la demolición de iglesias, ahora la ofensiva parece centrarse en los niños y jóvenes. Las nuevas regulaciones, en vigor desde el pasado 1 de febrero, prohíben a los menores de edad entrar en lugares de culto. Se unen así las iglesias a los bares con internet, otro lugar de perdición, según el régimen chino, donde también se prohíbe la entrada a menores… con la pequeña diferencia, señalaba un sacerdote chino, de que la policía local suele hacer la vista gorda en lo que se refiere a los bares con internet, mientras que, en algunas regiones, la prohibición relativa a los lugares de culto se está aplicando estrictamente. Por cierto, esta prohibición para los menores de edad se une a la que pesa sobre los miembros del Partido (casi 90 millones de personas), quienes tienen prohibido por ley entrar en una iglesia. Bagatelas sin importancia para algunos altos cargos de la Curia vaticana que afirman sin rubor que China es el país del mundo en que mejor se aplica la doctrina social de la Iglesia (uno no puede dejar de pensar que les deben de poner algo en la comida, si no, no se entiende). Se ve que si no hay videos en youtube con mucha sangre estamos dispuestos a tragar con lo que sea.

En nuestro opulento Occidente la estrategia es diferente, mucho más refinada y sibilina, pero no por ello menos decidida. Aquí no se trata de prohibir la religión, al contrario, todas las religiones son buenas… siempre y cuando no pretendan ser la única verdadera. Entonces, como es el caso de la Iglesia Católica, se convierten en intolerantes y su libertad debe de ser restringida hasta que recapaciten y cambien de opinión. Es el viejo lema de “ninguna tolerancia para los intolerantes” que Voltaire proclamara de forma más fina cuando escribía que “es preciso que los hombres empiecen por no ser fanáticos para merecer la tolerancia” (cap. XVIII de su Tratado sobre la tolerancia). Y ya se sabe que “fanático” es otro modo de llamar a los católicos. Tampoco es necesario fijar el número de hijos que cada pareja puede tener: basta la propaganda antinatalista, la promoción de una mentalidad hedonista y, para embaucar a algunos bobos ingenuos, la apelación a la responsabilidad ante un mundo al borde del colapso ecológico por culpa de una supuesta sobrepoblación. Parece burdo en exceso, pero funciona.

La última vuelta de tuerca viene de la mano de la ideología de género, elevada a dogma estatal y ante la que sólo existe una actitud aceptada: la sumisión absoluta. El supuesto género es asimilado por el Estado a la raza (asimilación profundamente falsa pero no por ello menos real). De este modo, al igual que el Estado es beligerante para impedir no sólo la discriminación en base a la raza, sino las cosmovisiones que sostienen ideas racistas, el Estado no sólo persigue las supuestas discriminaciones de género, sino que también va a perseguir a aquellos que sostienen visiones antropológicas contrarias a la ideología de género. Afirmar aquello de que “hombre y mujer los creó” (Génesis 27) supone una aberración que hay que perseguir para esta nueva ideología de Estado. Hace falta ser muy ciego para no ver hacia dónde nos encaminamos: un futuro que ya está entre nosotros y que convertirá en ilegal y punible la expresión de la visión cristiana del hombre.

Son estos los signos de los tiempos… que tantos prefieren no ver. Pero no por taparse los ojos desaparecerán, como bien descubren, trágicamente, las avestruces. La ofensiva contra la libertad de ser cristianos ya está aquí y ni va a desaparecer porque así lo deseemos, ni por muchas demostraciones de lo buenas personas que somos y de cuánto nos preocupamos por los demás (que por otra parte está muy bien y es lo que nos toca hacer en todo momento). Menos aún con emotivas apelaciones a un diálogo con quien descarta a priori no sólo cualquier posibilidad de transacción, sino incluso el sentido de los términos que empleamos.

Cuando estoy escribiendo esto me llega el último número del Catholic Herald. Les traduzco uno de los comentarios que aparecen allí:

“Se suponía que el Brexit iba a liberar a los británicos de gobiernos irresponsables, de la ortodoxia de lo políticamente correcto y de la burocracia arbitraria”, ha escrito Sohrab Ahmari en Commentary. “¿Pero quién necesita mandarines en Bruselas cuando los supuestos conservadores en Westminster se inclinan ante las mismas ortodoxias? El gobierno planea hacer obligatorio un “plan de estudios de educación sexual ultraprogresista”.

No habrá excepciones: los niños de todas las creencias tendrán que ser instruidos sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo y el transgenerismo.

Ahmari ha señalado que Justine Greening, la ex secretaria de educación que presentó la idea, tenía un motivo claro: le dijo a Sky News en julio “que es importante que la iglesia, en cierto modo, se mantenga y sea parte de un país moderno. Hemos permitido el matrimonio entre personas del mismo sexo, es un avance enorme para mejor… Creo que la gente quiere ver que nuestras principales iglesias se mantienen alineadas con las actitudes modernas”.

Las nuevas reglas hacen que sea aún más fácil para el gobierno controlar lo que las escuelas privadas y religiosas pueden y no pueden enseñar sobre sexo y género, y no está claro si los padres tendrán derecho a preservar a sus hijos. “Que esto suceda bajo un gobierno conservador indica que el futuro de la libertad religiosa y la autonomía de los padres en el Reino Unido es sombrío”.

No crean que es algo exclusivo de los excéntricos ingleses: en la castiza España vamos por los mismos derroteros, como se encargaba de recordarnos la ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Dolors Montserrat, cuando anunciaba recientemente la intención del ejecutivo de imponer un «profesor de igualdad de género» en cada colegio.

En este contexto cobra especial interés un librito recientemente publicado por Ediciones Encuentro. Me refiero a Nada más que el amor, del francés Martin Steffens. Quizás su subtítulo, Indicadores para el martirio que viene, exprese mejor que el propio título el mensaje de su autor. Escribe Steffens:

Cuando el mal se abate sobre nosotros, hay que reconocerlo. También hay que aprender a conocerlo: describirlo un poco, porque adquiere formas que tienen su novedad. Tal vez también porque asesta sus golpes con más furia que nunca, con una locura que no se le conocía”. Y señala el objetivo final del proyecto que vemos desplegarse, aparentemente imparable, ante nuestros bien abiertos ojos: “prohibirán adorar con todo el corazón, con todas las fuerzas y con todo el ser al Dios que busca él mismo, en persona, al ser humano en la materialidad de nuestras vidas”.

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