De Asturias 1934 a Cataluña 2018: profecías periodísticas de Josep Pla

De Asturias 1934 a Cataluña 2018: profecías periodísticas de Josep Pla

Libros del Asteroide ha publicado, con prólogo de Jordi Amat, una interesante obra titulada Tres periodistas en la revolución de Asturias. Se trata de las crónicas que José Díaz Fernández, Josep Pla y Manuel Chaves Nogales escribieron en 1934, en caliente, los días en que se desarrollaba aquella tragedia que fue el ensayo de la tragedia mucho mayor que iba a desencadenarse dos años después.

Las crónicas, todas ellas admirablemente bien escritas, van desde la simpatía hacia la causa revolucionaria de Díaz Fernández, a la honda preocupación de Pla o el distanciado escepticismo de Chaves Nogales, que ya veía que lo que se estaba fraguando en España no dejaba espacio para alguien como él.

Pero no voy a resumirles el libro, sino que me voy a detener en algo que me ha llamado la atención: los evidentes paralelismos que se pueden trazar entre la situación descrita por Pla y algunos fenómenos actuales. En esto, las crónicas de Pla superan en clarividencia y hondura las de sus dos colegas que le acompañan en este libro. No hace falta recordar que la historia nunca se repite igual y que nuestros tiempos son diferentes, pero es innegable que encontramos algunas apreciaciones que provocan la reflexión sobre el momento actual en cualquiera con dos dedos de frente y un poco de atención.

Empezando por la actitud de Esquerra Republicana, que en aquel entonces gobernaban en Cataluña. Las palabras que emplea Josep Pla para referirse a ellos son de gran dureza: “Los hombres de Esquerra, que gobernaban en la Generalitat de Cataluña, a pesar de la magnífica posición de privilegio de que disfrutaban dentro del régimen, privilegio que no había conocido nunca ningún partido catalán, han creído que tenían que ligar su suerte a la política de los hombres más destructivos, más impopulares y más odiados de la política general. Se han equivocado y lo han pagado caro.

No nos corresponde a nosotros emitir un juicio histórico sobre esta oligarquía que desaparece. Diremos solo que Cataluña sigue con su historia trágica y que solo eliminando la frivolidad política que hemos vivido últimamente se podrá corregir el camino emprendido.”

Parece evidente que la gente de ERC y, más en general, el nacionalismo catalán no ha aprendido mucho en las más de ocho décadas que  nos separan de los hechos narrados por Pla. También ahora gozaban de una posición envidiable, también ahora han ligado su suerte a personas altamente destructivas, también en nuestros días viven instalados en una frivolidad que ha provocado una fractura y un empobrecimiento de Cataluña indiscutibles. Pla los califica como “literatos perdidos en el campo de la política más peligrosa” y concluye afirmando que “estos dementes se lo han jugado todo”.

Pla también acude al País Vasco, donde la revolución prendió y se cobró víctimas mortales, como Marcelino Oreja Elósegui, asesinado en Mondragón el 5 de octubre de aquel fatídico año. Y señala a los autores materiales, por supuesto, pero también a aquellos que “con su inconsciente frivolidad han hecho posible la práctica de enormidades semejantes”.  La excusa, entonces y también ahora, es que “hemos sido desbordados”. Es lo que Josep Pla llama “teoría del desbordamiento”: “Companys ha sido desbordado por Dencàs. Besteiro ha sido desbordado por Largo Caballero y los intelectuales extremistas del socialismo. Los nacionalistas vascos habrán sido desbordados por la Solidaridad de Obreros Vascos”.  El comentario de Pla es demoledor: “Esta teoría es antigua. Si se dedican a la política demagógica, ¿quién podrá evitar que un demagogo más audaz siegue la hierba bajo sus pies y les desbanque?”. En nuestros días, cuando la política demagógica nos asalta en cada esquina y los ejemplos son tantos que la lista se haría interminable, esta sentencia planiana merecería ser grabada en piedra a la entrada de, por dar una idea, el Congreso de los Diputados.

Y remacha Pla, sobre quienes quieren escudarse en la “teoría del desbordamiento” que “con plena inconsciencia han seguido el juego de las fuerzas más subversivas del país… Sería grotesco que… pudieran decir: Hemos sido desbordados, ¿entiende? Y se fueran a casa a descansar un poco, tranquilamente”.

Las crónicas de Pla son realmente jugosas, pero voy a acabar fijándome en dos aspectos:

En primer lugar la caracterización de los revolucionarios que recoge Pla de la boca de un ingeniero de las minas de Laviana: “No puede figurarse la pedantería, la cultura primaria y esquemática, la locura interna de esta juventud”. Caracterización en la que encajan tantos, demasiados, hoy en día, pero que parece proféticamente escrita para los Iglesias, Garzón, Errejón o, por ampliar el foco, cualquier portavoz de la CUP.

En segundo lugar, constata Pla, los trastornos no nacen espontáneamente, sino tras una larga temporada de paciente cultivo. Así, escribe, “no ha habido principio de autoridad de ninguna clase,… se han cometido toda clase de atentados y de acciones violentas, ha habido una suerte de frivolidad que ha acabado trágicamente”. Como tampoco ha habido autoridad en Cataluña, como también se han saltado las leyes con total impunidad desde hace muchos años, como también la situación era mirada con frivolidad condescendiente.

Al final, tanto en Asturias en el 34 como en Cataluña en el 18, la mayoría de la gente desea los mismo. Lo explica con su preciso laconismo Josep Pla; “La gente espera algo. Espera la aplicación pura y franca de la ley”.

No es tanto pedir.

 

 

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