El tabú de los sacerdotes italianos asesinados por partisanos comunistas

El tabú de los sacerdotes italianos asesinados por partisanos comunistas

De entre las muchas historias silenciadas por el discurso oficial la de los sacerdotes italianos asesinados por los partisanos comunistas durante la Resistencia es quizás una de las más desconocidas.

Fue el historiador Giampaolo Pansa, recientemente fallecido,  quien, al estilo de un Reynald Secher con las guerras de la Vendée, desafió la conjura de silencio que pesaba y, en cierto sentido, aún pesa sobre estos hechos. Unos sucesos que se mantenían por el recuerdo privado de allegados y testigos y que durante los años 50 del siglo pasado aún se recordaban en diferentes misas conmemorativas. Luego cayó el olvido sobre estos incómodos hechos, un olvido que duró 30 años

Hasta que, en 2003, Pansa publica Il sangue dei vinti: Quello che accadde in Italia dopo il 25 aprile, un libro escándalo en el que se atreve a abordar el asesinato de sacerdotes en las provincias de Bolonia, Módena y Reggio Emilia. Se abría así paso el anhelo de verdad de quienes no se resignaban al ocultamiento oficial (un silencio que se extendió a la Iglesia, incomprensiblemente muda sobre estos hechos durante tantos años) del martirio de tantos sacerdotes a manos de la Resistencia comunista italiana. Como el del seminarista Rolando Rivi, beatificado en 2014, tras verificarse su muerte in odium fidei.

Con aquel libro se abría la espita y poco tiempo después, gracias a la ayuda de Pansa, el periodista Roberto Beretta publicó su Storia dei preti uccisi dai partigiani (Piemme, 2007), un documentado estudio sobre los más de 100 sacerdotes asesinados entre 1944 y 1947.

Otro aspecto sobre el que cada vez sabemos más es el de las matanzas de italianos perpetradas a manos de los partisanos comunistas de Tito y que se conocen como las Masacres de las Foibe porque las víctimas eran lanzadas al interior de estas simas, una especie de cuevas en forma de bolsa que, en terminología geológica, reciben el nombre de dolinas. En el territorio de Istria, Dalmacia y Pola, fronterizo y disputado entre Italia y Yugoslavia, los partisanos comunistas de Tito “limpiaron” el territorio de italianos: se trataba de eliminar a una población que no encajaba en los planes de la Yugoslavia de Tito, probablemente leales a Italia y además en su mayoría firmemente católicos. Se estima que entre 6.000 y 11.000 víctimas fueron asesinadas.

Italia firmaba el armisticio con los Aliados en septiembre de 1943 pero la guerra no acabará aquí: el norte de Italia seguirá en manos alemanas y luego de la República Social Italiana dirigida por un Mussolini que ya ha roto por completo con la monarquía de los Saboya. Es entonces cuando los partisanos comunistas de Tito penetran en los territorios de Istria, Dalmacia y Pola e inician una operación similar a la realizada en Katyn, ensañándose con quienes vertebraban aquellas comunidades, entre los que destacan los sacerdotes.

Es en el Tratado de París en 1947 donde se acuerda finalmente la entrega de estos territorios a Yugoslavia y es también en este momento cuando las masacres se redoblan. Los partisanos comunistas y ahora también fuerzas regulares, asesinan y lanzan a esas cavidades naturales a la que antes nos hemos referido a miles de italianos. Al mismo tiempo se inicia un previsible éxodo de italianos que huyen de la región y que no cesará hasta 1956, la mayoría escapando a Italia, pero también a Australia, los Estados Unidos u otros lugares de Europa. Se calcula que los exiliados forzados fueron algo más de 250.000 personas, más de la mitad de la población de la región cuya soberanía pasó de Italia a Yugoslavia.

Entre estas miles de personas asesinadas en las “foibe” había al menos 50 sacerdotes, tal y como documenta Ranieri Ponis en su monografía “Storie di preti dell’Istria uccisi per cancellare la loro fede”. La idea de erradicar la religión en un territorio ya había sido formulada en el llamado “manual Cubrilovic“, concebido originalmente por su autor para expulsar a los albaneses musulmanes de Kosovo, pero que terminó siendo aplicado por él mismo, ahora convertido en alto dirigente del régimen comunista de Tito, contra los italianos de Istria, Dalmacia y Pola. La idea era sencilla: impedir la práctica religiosa al tiempo que el clero era expulsado  o asesinado para así hacer realidad el ateísmo de Estado que propugnaba Tito para su nueva Yugoslavia. El asesinato de sacerdotes italianos comenzó ya en septiembre de 1943, cuando las bandas eslavas tomaron temporalmente el control de Istria. En ese mes un grupo de partisanos eslavos secuestraron al párroco de Villa di Rovino, el Padre Angelo Tarticchio, y lo encarcelaron en el castillo de Montecuccoli en Pazin d’Istria: su cadáver, al que se le había colocado una corona de alambre de púas en la cabeza fue encontrado, junto con el de otras personas asesinadas, en una cantera de bauxita.

Otro de los mártires, beatificado en 2008, es el Padre Giovanni Bonifacio: tenía solo 34 años cuando el joven sacerdote fue detenido cuando regresaba a su parroquia, en septiembre de 1946, por tres partisanos comunistas que lo desnudaron, le degollaron y le reventaron la cabeza con una piedra. Su cadáver, lanzado a una “foibe”, no ha sido recuperado. También ha sido reconocido el martirio del Beato Miroslav Bulesic, párroco de Mompaderno y vicerrector del seminario de Pisino, asesinado el 24 de agosto de 1947 tras haber organizado la confirmación de 237 jovenes. A estas agresiones físicas se unió el asalto y saqueo de iglesias y la profanación de cementerios (significativamente se destruyeron lápidas e inscripciones en capillas que recordaban las raíces italianas de los allí enterrados). El resto de testimonios recogidos por Ponis son sobrecogedores.

Además, los sufrimientos para los exiliados no cesaron al huir de Yugoslavia pues su recibimiento en Italia fue de todo menos cordial. Por un lado el Partido Comunista Italiano, poderosísimo en la Italia de la posguerra, los miraba con hostilidad: habían escapado de un régimen comunista, esto es, de la posibilidad de vivir en un mundo mucho mejor que el alienante sistema capitalista que aún tenían que padecer en Italia. La única explicación es que se tratasen de malvados e irrecuperables fascistas. Por otro lado, los acuerdos de París incluían el pacto implícito por el que Yugoslavia no acusaba de crímenes de guerra a los militares italianos responsables de la conquista y ocupación de los Balcanes a cambio de que se guardara silencio sobre las masacres de las “foibe”. Enfrentados en otras cuestiones, la Democracia Cristiana y el PCI iban a ponerse de acuerdo en este asunto.

Más adelante, en un contexto de Guerra Fría, la Yugoslavia de Tito, que se había desmarcado de la Unión Soviética y se había negado a formar parte del Pacto de Varsovia, era vista con simpatía por Occidente y valorada como un útil estado-tapón entre ambos bloques. Demasiados intereses a favor de cubrir de silencio unos sucesos y unas personas francamente incómodos. Como incómodo era también el comportamiento de los partisanos comunistas de la Resistencia: los asesinatos de sacerdotes arrojaban una sombra sobre el mito de la resistencia que los presentaba como idealistas y generosos luchadores por la libertad.

Tanto los asesinatos de sacerdotes en Italia como las masacres perpetradas por los hombres de Tito desaparecieron de los libros de texto y de la historiografía oficial. Una situación que algunos historiadores valientes han ido corrigiendo, no sin un elevado coste personal, pero con frutos muy tangibles, como la ley de 2004 que instituye un Día del Recuerdo de las masacres de las “foibe”. La verdad se va abriendo paso.

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