¿Edad Media terraplanista? Todo es mentira

Esta semana nos llegaba la siguiente noticia: «Mike Hughes muere al estrellarse el cohete en el que se lanzó al espacio para probar que «la Tierra es plana». El estadounidense Mike Hughes falleció en la caída del proyectil, que alcanzó el kilómetro y medio de altura para intentar probar con imágenes del horizonte que el planeta es plano».

Más allá de la tragedia, muchos medios han aprovechado para mofarse de esa ridícula idea medieval que gracias al progreso y la ilustración hace tiempo que hemos superado.

Sólo que lo de que la Tierra es plana no tiene nada de medieval.

De hecho, en la Edad Media se conocía perfectamente el pensamiento del astrónomo Ptolomeo, del siglo II d.C., que sostenía que la Tierra era una esfera situada en el centro del universo.

Es cierto que Lactancio (250-317) atacó la idea de que el mundo fuera esférico, pero no fue seguido por casi nadie. De hecho, poco después, san Agustín de Hipona, que gozó de amplia autoridad en la Cristiandad medieval, en un comentario al Génesis, considera que la Tierra es un planeta esférico: «ya que el agua todavía cubría toda la Tierra, nada impedía que en un lado de esta masa esférica de agua la presencia de la luz produjera el día, y que en el otro lado la ausencia de luz produjera la noche que, a partir de la tarde aparecía en el lado del que la luz se alejaba en dirección contraria».

Muchas copias medievales de los escritos de Macrobio (siglo IV) contienen mapas de la Tierra que incluyen los polos Norte y Sur y las zonas climáticas descritas ya por Ptolomeo, y en ellos también encontramos la esfera de la Tierra (globus Terrae) en el centro de las esferas celestes.

Si nos fijamos en alguien tan autorizado e influyente como san Isidoro de Sevilla, encontramos que en una obra titulada De naturam rerum afirma que la Tierra es esférica. Lo mismo explica Beda el Venerable (673-735), tan leído y estudiado durante el periodo carolingio: «Decimos que la Tierra es un globo […]. Porque en realidad es un orbe colocado en el centro del universo; en su anchura es como un círculo, y no circular como un escudo sino más bien como una bola» (De temporum ratione, 32).

Sigamos: Teodorico de Chartres, muerto con anterioridad a 1155, explica que, durante la creación del mundo, el aire circundaba y apretaba a la Tierra por todas partes, dándole así su «forma esférica» y confiriéndole la dureza que hoy constatamos (De sex dierum operibus, 8).

También Roger Bacon y Tomás de Aquino, ambos del siglo XIII, afirman que la Tierra es esférica. En la Suma Teológica, por ejemplo, encontramos este pasaje: «A diversos modos de conocer, diversas ciencias. Por ejemplo, tanto el astrólogo como el físico pueden concluir que la Tierra es redonda. Pero mientras el astrólogo lo deduce por algo abstracto, la matemática, el físico lo hace por algo concreto, la materia». En el mismo siglo XIII, Johannes de Sacrobosco escribe el Tractatus de Sphaera en 1230, libro muy usado en las universidades y en el que se afirma la esfericidad de la Tierra.

Aún hay más. En la Divina Comedia, Dante Alighieri describe la Tierra como una esfera en cuyo centro imagina que está el Demonio. Y su coetáneo Nicolás de Oresme se pregunta qué ocurriría si un objeto cayera por un pozo que pasase por el centro de la Tierra para responder que pasaría de un extremo al otro del planeta.

Que los medievales creían que la Tierra era esférica y no plana se deduce también de algunas imágenes de la época. Como el globo crucífero, que representa un globo terráqueo rematado con una cruz y que se usaba habitualmente en monedas, estandartes e imágenes durante la Edad media. Simboliza el dominio de Cristo, la cruz, sobre el mundo, la esfera. Su uso se remonta a comienzos del siglo V, probablemente entre los años 395 y 408 en el reverso de las monedas del Emperador Arcadio, pero con más seguridad en 423 en el reverso de las monedas del Emperador Teodosio II. Es además el emblema de la Orden de los Cartujos fundada por San Bruno en el año 1084, cuyo lema es «Stat Crux dum volvitur orbis» (La cruz permanece estable mientras el mundo da vueltas) acompañando de un globo crucífero (de aquí tomaría Chesterton inspiración para su La esfera y la cruz)

Además, la Tierra era representada en los diversos tratados de historia natural, donde aparece como una esfera, como en el Liber divinorum operum de Hildegarda de Bingen (1098-1179)

Lo dice con claridad el historiador de la ciencia en la Edad Media, Edward Grant: «contrariamente a un moderno error popular, según el cual antes del descubrimiento de Cristóbal Colón se pensaba que la Tierra era plana, no se conocen terraplanistas con un mínimo de importancia en el Occidente latino medieval».

Entonces, ¿cómo se ha extendido esta ridícula mentira que presenta a los medievales como ignorantes terraplanistas?

Parece ser que el primero que escribe sobre un debate imaginario entre Colón y unos defensores de que la Tierra es plana es Washington Irving, que publica un libro titulado La vida y los viajes de Cristóbal Colón en 1828. Luego, en 1874, J. W. Drapier publica una Historia del conflicto entre religión y ciencia que presenta a los medievales como terraplanistas y enemigos de la ciencia.

En 1888 el divulgador Camille Flammarion publica un escrito de ficción en el que inventa el relato de un misionero medieval que escribe cómo ha llegado al confín de la Tierra, donde ésta acaba y se encuentra con el espacio celeste, acompañado también de una ilustración también inventada. Este texto será citado posteriormente como si fuera verdadero en numerosas ocasiones. Y A. D. White, in Historia de la lucha de la ciencia con la tecnología en la Cristiandad, publicado en 1896, cita a Cosmas Indicopleustes, un marino griego que se hizo monje nestoriano y que hacia el año 550 escribió un extraño libro, llamado Topografía cristiana, con abundantes ilustraciones entre las que se haya un mapa que presenta a la Tierra como un rectángulo. Pero este Cosmas y su obra eran totalmente ignorados durante la Edad Media: su texto no llegó al mundo occidental hasta 1706 y fue publicado en inglés por primera vez en 1897. Ningún autor medieval latino lo conocía.

La razón de estas mentiras se encuentra en la voluntad, desde el siglo XIX, de presentar la religión cristiana como algo anticuado, carente de lógica y que hay que superar. Para ello, es de crucial importancia convencer a la gente de que la religión y la ciencia están enfrentadas y que ésta última ha salido victoriosa, desterrando las fantasías y supersticiones de la religión. Incluso si para ello hay que inventar mentiras, consideradas, eso sí, piadosas, pues liberan a la humanidad del yugo de la religión y la encaminan hacia el progreso. Quien quiera saber más, puede leer lo que escribe el historiador Jeffrey Russell en su libro El mito de la tierra plana: La escandalosa manipulación de los historiadores modernos sobre Colón.

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