La falacia del “salvar aunque sólo sea una vida”

Es un argumento emocionalmente imbatible: “aunque sólo sirva para salvar una vida, habrá valido la pena”. Lo oímos estos días a propósito del confinamiento como respuesta a cualquier opinión crítica con las medidas tomadas. Si se expresa el temor al impacto económico y social de las medidas tomadas, siempre habrá quien nos conteste con ese argumento, añadiendo la coletilla de que quizás esa vida salvada podría ser la de nuestro padre o madre. ¿De veras se puede ser tan desalmado para poner en riesgo la vida de un padre o de una madre? Aunque el coste sea elevadísimo, uno está dispuesto a sacrificarlo todo por la vida de quienes le han traído al mundo, ¿verdad?

El argumento viene de lejos y no se limita al modo de afrontar la pandemia del coronavirus. Por poner un ejemplo, Barack Obama lo utilizó a propósito de las muertes por arma de fuego cuando afirmó que “si hay algo que podemos hacer para reducir este tipo de violencia, si hay una sola vida que se pueda salvar, entonces tenemos la obligación de intentarlo”. Y el entonces vicepresidente y ahora futuro candidato demócrata a la presidencia, Joe Biden, añadía: “como ha afirmado el presidente, si tus acciones tienen como resultado salvar aunque solo sea una vida, entonces vale la pena realizarlas”. Por supuesto que ni Obama ni Biden hicieron todo lo que estaba en sus manos para acabar con este tipo de violencia. E hicieron bien.

Es éste un argumento muy usado y que, al apelar a las emociones y expulsar los hechos y la razón, tiene un alto potencial manipulador. Porque, a poco que uno se ponga a pensar, se da cuenta de que estamos ante un argumento que es una falacia y que, además, o no lo aplicamos nunca o lo aplicamos de manera selectiva.

Podríamos fijarnos, por ejemplo, en las muertes por accidentes de tráfico, que en nuestro país ascendieron en 2018 a 1.896 personas. ¿Hacemos todo lo que está en nuestras manos para salvar aunque sólo sea una vida de las casi 2.000 sacrificadas cada año en las carreteras?

Habría una manera sencilla de probablemente salvar estas vidas: reducir el máximo de velocidad a 5 kilómetros por hora. Es algo posible, dentro de las atribuciones del gobierno, y que sin duda salvaría no una vida, sino muchas. Por supuesto, esto significaría bloquear nuestras ciudades, colapsar la cadena de distribución y casi con total seguridad desplegar un enorme número de radares y policías para asegurarnos de que se cumple esa restricción. Sin duda el gasto público asociado se dispararía y los efectos sobre la economía serían terribles, pero es indudable que se salvarían vidas. ¿Y no habíamos quedado en que aunque sólo sirva para salvar una vida, habrá valido la pena?

¿Queremos llevar el argumento hasta sus últimas consecuencias? Pues seamos radicales y valientes y prohibamos los coches y motos. Una medida brutal, pero que acabaría por lo sano con los muertes en accidentes de tráfico.

Podríamos alargar los ejemplos y pensar en cómo acabar con los 3.143 fallecidos en España por caídas accidentales o los 3.090 fallecidos por ahogamiento. Hay maneras equiparables al confinamiento que, sin duda, salvarían muchas vidas, como prohibir el acceso a ríos, lagos, piscinas y playas. Pero cualquiera se da cuenta de que esas medidas son un sinsentido, por mucho que realmente salvarían vidas.

Lo cierto es que en todo lo que hacemos existe un riesgo de morir y que vivimos en un perpetuo equilibrio entre los riesgos que asumimos y los beneficios que conseguimos. Es un equilibrio guiado siempre por la prudencia que asume que somos mortales y que la vida supone riesgo y, en consecuencia, en algunas ocasiones perderla.  Bañarse en el mar supone un riesgo, pero vale la pena si lo hacemos con prudencia: en caso de un temporal de gran violencia sería temerario darnos un bañito, pero pretender que hay que hacerlo absolutamente todo para evitar que nunca muera alguien ahogado en la playa es contrario a la prudencia, a la libertad y a la misma naturaleza del hombre. La manera más eficaz de reducir al mínimo el riesgo de muerte sería encerrarnos cada uno en nuestra habitación: ni contagios, ni accidentes de tráfico, ni ahogamientos,… pero habríamos perdido también la posibilidad de vivir una vida digna de llamarse humana.

Así que cuando oiga que “aunque sólo sirva para salvar una vida, habrá valido la pena”, tenga por seguro que le están manipulando. Da la impresión de que quien lo afirma es alguien profundamente preocupado por la vida de los demás, pero en realidad está jugando con sus emociones, renunciando a la lógica, para promover sus intereses.

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