Netflix viola y aniquila la «Carta al rey»

La destrucción, mutilación, distorsión de relatos clásicos que son adaptados a la pantalla no es nada nuevo. Y si no qué se lo pregunten a los lectores de Carlo Collodi, Rudyard Kipling, Hans Christian Andersen o Félix Salter. Hasta ahora el principal sospechoso habitual era Disney, pero acaba de ser destronado por Netflix, que en su adaptación de Carta al rey, la exitosa novela juvenil de Tonke Dragt, lleva este destrozo hasta un nuevo nivel para el que es difícil encontrar palabras.

Empecemos por el original. Carta al rey se ha convertido ya en un clásico de las novelas de aventuras dirigidas a un público juvenil. Es un relato muy bien construido, ambientado en un escenario de tintes medievales, que narra el viaje de un joven aspirante a caballero, con sus enemigos, los Caballeros Rojos, pisándole los talones, hasta la corte donde debe entregar una carta al Rey con información vital que le ha entregado el Caballero del Escudo Blanco antes de morir asesinado. Con reminiscencias de la Odisea o el Señor de los Anillos, Carta al rey es una novela de ritmo trepidante protagonizada por un joven honesto y valiente, Tiuri, que en su viaje descubrirá el valor de la amistad y de la lealtad. Es un relato donde se combinan a la perfección el retrato de los personajes con las escenas de acción. De manera discreta, aparecen referencias a la religión, presentada respetuosamente como algo valioso (cuando Tiuri tiene descubre a la víctima de un asesinato, propone: “recemos por su alma”), y muy en especial en los monjes del monasterio Marrón, bondadosos y generosos, y en el ermitaño Menaures, clave para que la misión de Tiuri llegue a buen puerto. Están muy bien dibujadas las relaciones entre Tiuri y el caballero Ristridín, que ejerce como una especie de mentor, y entre Tiuri y Piak, una amistad que recuerda a la de Frodo y Sam. Está muy conseguida también la subtrama que se construye en torno a dos de los perseguidores de Tiuri, que como los dos ladrones junto a la Cruz, responden de manera diferente al sacrificio de Tiuri. Los reyes de Dagonaut y Unawen son monarcas que basan su autoridad en su bondad y entrega a su pueblo, mientras que el único atisbo romántico, muy breve, refleja los códigos amorosos de un caballero cristiano medieval. En definitiva, la obra de Tonke Dragt es un libro muy recomendable que supera las limitaciones y servidumbres de gran parte de la narrativa actual.

Fue con estas expectativas con las que me dispuse a ver la adaptación que Netflix ha hecho de Carta al rey. Una adaptación que ya desde el primer minuto parece empeñada en embutirnos todo el cargamento de corrección política, multiculturalismo y homosexualismo que parece constituir la razón de existir de esta plataforma, además, claro está, de sus pingües beneficios.

Empezando por un detalle que estoy incluso dispuesto a pasar por alto: esa manía de colocarnos siempre un casting multirracial en el que nunca falta algún asiático experto en artes marciales. En este caso es una chica, decidida y hábil, que así mata dos pájaros de un tiro: el racial y el de género. En cualquier caso, estamos muy lejos de aquel insuperable Robin Hood en el que el fraile Tuck es un negro cachas y los rebeldes del bosque de Sherwood una banda de chinos karatekas.

Pero este detalle es anecdótico. Lo que realmente te deja boquiabierto, atónito (¿será posible tanta caradura?), es que la Carta al rey de Netflix se asemeja a la Carta al rey de Tonke Dragt en el título, los nombres de los personajes… y poco más. Una estafa en toda regla.

Empezando por el mundo que nos pintan, que parece más sacado de Juegos de tronos que de la obra de Dragt, un mundo donde campan a sus anchas magos malvados, como el propio rey de Eviellan (que en el libro original ni aparece), eso sí, con muchos efectos especiales y una historia psicodélica de chamanes negros de los que el pobre Tiuri netflixero resulta ser descendiente. La religión casi no aparece y cuando lo hace es para mostrarnos un monasterio que parece la guarida de Drácula, lleno de gente loca, cruel y desequilibrada. El bueno del ermitaño Menaures, todo paciencia y sabiduría en el libro se convierte aquí en un pirado sádico con ínfulas de gurú new age. La relación de maestro-discípulo entre Tiuri y Ristridín debe de ser demasiado retrógrada para Netflix (¿quién necesita un maestro en nuestros tiempos?), por lo que se resuelve por la vía rápida haciendo morir al caballero tras intercambiar apenas una frase con Tiuri.

El rey de Dagonaut es ahora una mujer, pero esto es lo de menos: el bondadoso y prudente rey de Unauwen es para Netflix un borrachuzo estúpido y despótico. Porque, ya se lo pueden imaginar, cualquier idea noble ha sido sistemáticamente eliminada de esta adaptación. Los reyes son malvados y egoístas, los monjes tarados sádicos, Lavinia, la delicada hija del noble señor del castillo de Mistrinaut, es en Netflix una desvergonzada tramposa y una cínica mentirosa, digna hija de su sinvergüenza padre. Y por supuesto las familias que aparecen son un horror, con padres egoístas que juzgan duramente a sus hijos o directamente unos bribones indeseables; nada que ver con la visión que nos transmite la impúdica natalista Tonke Dragt, que pone en boca de uno de sus personajes lo siguiente: “tengo una gran familia y eso es muy agradable”.

Podríamos seguir con mil y un ejemplos: no hay página, personaje o escena que no haya sido desvirtuada, eliminada, aniquilada por Netflix. No queda en pie nada más que el título, engañoso y fraudulento reclamo para lectores de buena fe que asisten, estupefactos, a lo que creo que sólo puede calificarse de violación y asesinato de un magnífico libro.

Pero no quiero concluir sin dejar constancia del último machetazo en la carnicería perpetrada por Netflix. Entre los compañeros que Netflix ha decidido que acompañen a Tiuri (no, tampoco aparecen en el libro original), además del violento y botarate hijo de un noble malvado y cruel y de la experta en artes marciales hay dos jóvenes. Tienen poco protagonismo pero son casi los únicos que aparecen como honestos, desinteresados, valientes y de buen corazón, con una sensibilidad especial para la música. No pintan mucho, pero los dos únicos personajes no contaminados por el hedor general en que Netflix hace retozar a todo el reparto… sí, lo están adivinando, sienten atracción el uno por el otro. Y así Netflix nos larga un beso homosexual a traición, para que nos quede bien claro quiénes son los únicos decentes en este podrido mundo y recordemos que la amistad sin componente sexual es una pretensión reaccionaria que debe evitarse a toda costa. Huelga decir que nada de esto ni siquiera se adivina en el libro de la maltratada Tonke Dragt.

Sí, estoy enfadado y se nota. Me siento estafado. Netflix me ha engañado con el fin de intoxicar a mis hijos. Para ello no ha tenido reparos en destrozar, en traicionar, en violar un libro magnífico. Una vergüenza absoluta que espero que no quede impune.

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