Memoria o caos

En ocasiones los libros breves corren el riesgo de pasar desapercibidos. Más aún si, como este Memoria o caos de Valentí Puig, lleva un subtítulo tan potente: “por la continuidad de la tradición cultural de Occidente y contra la desmemoria de nuestros días”. ¿Todo eso en un libro que cabe en el bolsillo?

Haríamos mal en pasar de largo ante estas reflexiones de Puig. ¿Qué no agota el tema? Pues claro que no; ni una enciclopedia bastaría para ello. Pero nos dice lo suficiente para tomar conciencia de dónde estamos y hacernos pensar sobre cómo deberíamos valorarlo.

Lo que Valentí Puig nos propone es una obra muy personal, una especie de síntesis de muchos de sus temas, donde se traslucen vastas lecturas y jugosas influencias (por citar las más evidentes, sus amados Edmund Burke y Josep Pla, ¡menuda pareja!, pero también Solzhenitsyn, Ortega, Berlin, Sykes, Bernanos, Balzac o Tácito…). Estamos ante un Puig que le da vueltas a las cuestiones, observándolas desde varios ángulos, enriqueciendo nuestra visión, pero que no renuncia a realizar afirmaciones claras y contundentes, incluso aceleradas en ocasiones, tanto es el amor del autor por aquello que hoy ve asediado y al borde de la capitulación. Empezando por su fulgurante inicio, toda una declaración de intenciones que muestra que se puede ser civilizado sin renunciar a tener convicciones:

Detesto las formas y las costumbres del nuevo siglo. No me gustan el absolutismo del tuteo, los camareros con camisa negra, la España tatuada, que andemos por la calle como zombis con un iPhone. Me incomodan el emocionalismo, sentirse víctimas de todo y contra todo, el sincorbatismo, exigir nuevos derechos y ridiculizar los deberes. No quiero andar por la calle con un botellín de agua mineral ni dejar de dar las gracias. No acepto equiparar a Beethoven con el rap, creerse inocentes en un mundo hobbesiano, destruir los recetarios de nuestra abuela. Me parece catastrófico el desprestigio de la lectura, de la vida intelectual. El narcisismo del selfi y los mayores que quieren ser muy jóvenes. Prefiero la belleza de la arruga a la patética carnosidad del bótox. Querer ser siempre jóvenes degrada.

Después de leer esto, ¿cómo no querer al autor? ¿Cómo no desear conversar con él?

Aparece también en esta breve muestra algo que es una constante a lo largo de todo el libro: se trata de un texto trufado de gloriosos aforismos. Esa última frase, “Querer ser siempre jóvenes degrada”, es ella sola un certero aforismo, cinco palabras que sintetizan un tratado. Nos iremos topando con muchos más: “si todo es relativo, entonces no somos libres”, “el desarraigo comporta una balcanización del paladar y los sabores”, “la idea del progreso ininterrumpido es un germen de ingratitud, cuando no de terror”, “Madame Bovary no es una mujer incomprendida, sino una mujer que no sabe comprender”, “el victimismo fecunda el odio”, “sin la autoridad del padre, no hay autoridad legítima en la sociedad, por democrática que sea”.

Pero no se piense que estamos ante un libro sesudo y aburrido, obra de un inadaptado, de un amargado cascarrabias. En la estela de Allan Bloom, Puig denuncia una degradación que nos priva del inmenso legado de nuestra civilización y, tal y como advertía Bellamy, nos deja huérfanos, solos y empobrecidos. Pero Puig no se queda aquí y su encendida defensa de la memoria, de la tradición cultural de Occidente, de la lectura, de la gratitud, de los ritos y las formas, no son mera nostalgia, sino una propuesta de vida contracorriente e ilusionante. En palabras del autor, estamos en “una época que, aunque tan solo fuera por el imperio banal de la corrección política, obliga a una resistencia fundamentada en la recuperación del carácter, el apego a la verdad y la voluntad de transmisión civilizadora frente a la memoria”.

Memoria o caos se puede leer también desde otra óptica, que podríamos llamar humorístico-costumbrista, y que me atrevo a decir que emparenta a Valentí Puig con Larra al dejarnos un retrato de nuestras sociedades contemporáneas brillante, tronchante y con un punto de eso que los gallegos llaman retranca. Vemos desfilar ante nuestros ojos hoteles de cinco estrellas reservados hasta los topes por magnates chinos y mafias rusas, “niños hiperactivos y sabiondos que han crecido con dieta de platos congelados en el microondas y que ahora hablan en los platós de MasterChef junior de huevos mimosa, de pochar, de empatar y hacer reducciones”, informáticos a medio camino entre El exorcista y Mad Max y barbacoas en las que hay panes para todos los gustos: “garibaldino, roseta, bolla de aceite, integral, chapata y chapatín, flauta, pan de viena, pan con nueces, de fibra, pan hojaldrado, pan de coca, pan de pita, pan de cinco cereales. También está el pan laxante; conviene contar con la fibra.”

Sí, son 140 páginas de tamaño más bien reducido, pero acompañar a Valentí Puig en este recorrido por las costumbres que dan sentido a la vida y libertad, la memoria que vertebra una civilización, las formas que nos salvan de la vulgaridad, la gratitud vivida y el victimismo rechazado, los padres, los maestros y esas lecturas que nos hacen mejores, es una actividad intelectual altamente recomendable.

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