León XIII contra el confinamiento

¡Menudo descubrimiento!, habrán pensado algunos al leer el titular. Toda la vida leyendo el magisterio del papa León XIII y se nos había escapado esto. Nada menos que el Papa de la Rerum Novarum, de la Aeterni Patris, de la Inmortale Dei, de la Annum Sacrum…

Pueden estar tranquilos: no me consta que León XIII hubiera escrito directamente sobre la licitud o no por parte del Estado de confinar a la población. Pero creo que su magisterio sí puede arrojar algo de luz sobre esta cuestión, tal es la riqueza del magisterio de la Iglesia católica que ilumina toda la realidad.

En numerosos lugares del magisterio de León XIII, y de sus antecesores y sucesores, encontramos el deber del Estado de velar por el bien común. La salud forma parte del bien común y es lo que justifica, por ejemplo, que el Estado prohíba fabricar productos que contengan amianto. También las medidas restrictivas de la actividad y el movimiento que se han impuesto durante la pandemia provocada por el Covid19. Es lícito pues, nos enseña la doctrina católica, que el Estado imponga ciertas limitaciones con el fin de velar por la salud de la población (incluso más que lícito, es un deber).

Ahora bien, ¿existen limitaciones a ese deber que, en ciertas ocasiones, lo conviertan en ilícito?

El punto 9 de la encíclica Rerum Novarum, aunque no se refiere directamente al caso de un confinamiento por motivos de salud, enuncia un principio que creo que es de aplicación también en este caso. Dice León XIII:

«Es ley santísima de naturaleza que el padre de familia provea al sustento y a todas las atenciones de los que engendró; e igualmente se deduce de la misma naturaleza que quiera adquirir y disponer para sus hijos, que se refieren y en cierto modo prolongan la personalidad del padre, algo con que puedan defenderse honestamente, en el mudable curso de la vida, de los embates de la adversa fortuna»

Es decir, que la «ley santísima de la naturaleza» de que el padre «provea al sustento» de su familia en ningún caso puede violentarse. Si de resultas de una acción del Estado (o de cualquier institución) se quebranta esa ley y se arrebata la posibilidad de proveer el sustento a su familia, condenándolo a la miseria, esa actuación será moralmente ilícita.

Añade la encíclica en el mismo punto:

«si los ciudadanos, si las familias, hechos partícipes de la convivencia y sociedad humanas, encontraran en los poderes públicos perjuicio en vez de ayuda, un cercenamiento de sus derechos más bien que una tutela de los mismos, la sociedad sería, más que deseable, digna de repulsa».

No se puede justificar aquí que la violación de esa «ley santísima de la naturaleza» de que el padre sostenga a su familia es por un buen fin, pues como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica en su punto 1753:

«Una intención buena (por ejemplo: ayudar al prójimo) no hace ni bueno ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado (como la mentira y la maledicencia). El fin no justifica los medios. Así, no se puede justificar la condena de un inocente como un medio legítimo para salvar al pueblo. Por el contrario, una intención mala sobreañadida (como la vanagloria) convierte en malo un acto que, de suyo, puede ser bueno (como la limosna) (cf Mt 6, 2-4).»

Condenar al cierre y a la ruina a un matrimonio que regenta un bar y que sostienen a su familia con ese negocio, al tiempo que las ayudas y prestaciones de desempleo son inexistentes o ridículas, no parece lícito a la luz del principio enunciado por León XIII. Otras medidas, como por ejemplo restringir la libertad de movimientos durante la noche, que difícilmente atentan contra aquella «ley santísima de la naturaleza» de la que hablaba la Rerum Novarum, sí serían lícitas.

¿Qué ocurre con las medidas que se ubican entre aquellas que claramente violentan la ley que permite ganar el sustento para tu familia y aquellas que claramente no lo hacen? Para estos casos, imposibles de detallar, la aplicación del principio a la realidad concreta es precisamente labor del gobernante prudente, que es fundamento del buen gobierno. Un personaje que hoy brilla por su ausencia… y así nos va.

 

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