¿Prohibir la Navidad? Cromwell ya lo intentó

En estos tiempos en que nos ha tocado vivir, en los que desconocemos qué estará permitido hacer o no la semana que viene, algunos ya hablan de prohibir las reuniones familiares en Navidad. De hecho ya nos van preparando: el ministro de Sanidad, Salvador Illa, ha declarado recientemente que «no van a ser como las del año pasado. Eso ya lo sabemos». Mientras esperamos lo que nos deparará el futuro próximo, podemos reflexionar sobre este asunto volviendo la mirada al pasado, en concreto a la Inglaterra de Cromwell, el lugar donde la Navidad ya fue prohibida.

Corría el año del Señor de 1647 cuando se decretó la prohibición de la Navidad en los reinos de Inglaterra (que incluía el País de Gales), Escocia e Irlanda: quedaban prohibidas las reuniones y también toda decoración u ornamento navideño. ¿Quién había dado esa orden? El Parlamento, liderado por Oliver Crowell, en guerra civil contra el rey Carlos I, y que había reemplazado a la iglesia anglicana por la calvinista presbiteriana de los puritanos que se agrupaban en torno a Cromwell.

La celebración de la Navidad estaba muy arraigada en Inglaterra, una de las herencias de aquella “Merry England” que con tanta fuerza había sabido encarnar en sus costumbres la fe católica. Las festividades por el nacimiento de nuestro Redentor duraban doce días, del 25 de diciembre al 5 de enero, algo que a los prácticos puritanos les parecía un despilfarro inaceptable. Así que decretaron que las tiendas debían permanecer abiertas durante todas las fiestas navideñas, incluido el propia día de Navidad, y se prohibió también la asitencia a celebraciones religiosas vinculadas a la Navidad, la exhibición de decoraciones navideñas, las fiestas, los villancicos, el intercambio de regalos y el consumo de alcohol.

En el decreto del Parlamento se podía leer: “habiéndose juzgado la celebración de la Navidad un Sacrilegio, el intercambio de regalos y felicitaciones, el vestir con ropas bonitas, las fiestas y otras prácticas satánicas similares quedan prohibidas”.

Cuando llegó el día de Navidad, fueron muchos quienes incumplieron la prohibición. El alcalde de Norwich, que ya había advertido de la dificultad para hacer cumplirla, hizo la vista gorda y no actuó ante las flagrantes desobediencias. En Canterbury tuvieron lugar juegos tradicionales y se plantaron arbustos de acebo en las puertas de las casas. Durante los doce días de Navidad, la fiesta se extendió por todo el condado de Kent y se tuvo que recurrir a hombres armados para hacer efectiva la prohibición.

Incluso en el propio Westminster, en la iglesia de Santa Margarita, varias personas fueron arrestadas al participar en una celebración. Las calles de Londres mantuvieron sus adornos navideños a base de acebo y hiedra y la mayoría de las tiendas cerraron. El alcalde de Londres fue agredido mientras intentaba arrancar adornos navideños.

En Suffolk la cosa llegó a mayores y patrullas de jóvenes armados con palos de púas recorrían las calles “persuadiendo” a los comerciantes para que mantuvieran cerrados sus estableciemientos.

Pero allí donde la situación tomó tintes de mayor dramatismo fue en Norwich. El alcalde de la ciudad fue convocado a Londres en abril de 1648 para explicar su actitud permisiva, pero una multitud bloqueó las puertas de la ciudad para evitar que se lo llevaran. En los disturbios que siguieron y que enfrentaron a los vecinos con hombres armados, explotó el almacén de municiones de la ciudad causando la muerte de al menos a 40 personas. También en Kent las rebeliones contra el Parlamento de Crowell fueron generalizadas cuando éste intentó tomar represalias sobre quienes habían permitido la celebración de la Navidad. Todos estos disturbios abrieron el camino hacia la Segunda Guerra Civil ese mismo 1648.

Aún no sabemos bajo qué prohibiciones tendremos que vivir las próximas Navidades y resulta obvio que nuestra sociedad es diferente de la inglesa de medidados del siglo XVII, pero quizás fuera bueno que quienes tienen que tomar estas decisiones conozcan esta historia para comprender que hay cosas que deben abordarse con extremo tacto y cuidado, especialmente cuando ya nos han sido arrebatadas tantas cosas.

 

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