Por esta vez estoy de acuerdo con Dawkins

Por esta vez estoy de acuerdo con Dawkins

Creo que nadie se sorprenderá si afirmo que Richard Dawkins no está en la lista de mis pensadores preferidos. El biólogo y figura señera de eso que se llamó los «nuevos ateos» siempre me ha parecido arrogante, simplista y con enormes fallas de fundamentación. Por eso me he llevado una agradable sorpresa cuando he leído un artículo suyo, titulado Los insidiosos ataques a la verdad científica, en el que arremete contra el relativismo absoluto en el que chapotean las ideologías woke.

No es que Dawkins haya tenido una conversión paulina: continúa aburriéndonos con su cientifismo de rebajas, incapaz de comprender que hay algo más que lo estrictamente verificable con experimentos, y con toneladas de prejuicios simplones. Pero al menos no ha perdido del todo la chaveta y aún es capaz de reconocer que existe algo llamado realidad a la que no le afecta nuestras retorcidas ideologías deconstruccionistas. Basta abrir cualquier periódico para constatar que ya vivimos en aquellos días profetizados por Chesterton en los que «será preciso desenvainar una espada por afirmar que la hierba es verde» y en los que será peligroso negarse a afirmar que dos más dos son cinco, tal y como prescribe el Ministerio de la Verdad del que nos hablaba Orwell.

El caso es que, en esta ocasión, Dawkins ha dicho algunas cosas obvias que cualquiera que no haya sido intoxicado por completo por la ideología woke no puede dejar de compartir:

«Las comisiones de investigación pueden fallar, pero asumimos que existe una verdad aunque no tengamos suficientes pruebas. Los jurados a veces se equivocan y las falsedades son a menudo creídas sinceramente. Los científicos también pueden cometer errores y publicar conclusiones erróneas. Todo eso es lamentable pero no profundamente siniestro. Lo que es profundamente preocupante, sin embargo, es cualquier ataque gratuito a la verdad misma: el valor de la verdad, la existencia misma de la verdad. Esto es lo que me preocupa.

Una amenaza más insidiosa a la verdad proviene de ciertas escuelas de filosofía académica. No hay verdad objetiva, dicen, ni realidad natural, sólo construcciones sociales. Sus exponentes extremos atacan la lógica y la razón en sí mismas, acusadas de ser herramientas de manipulación o armas ‘patriarcales’ de dominación. La filósofa e historiadora de la ciencia Noretta Koertge escribió esto en la revista Skeptical Inquirer en 1995, y las cosas no han mejorado desde entonces:

«En lugar de exhortar a las mujeres jóvenes a prepararse para una variedad de temas técnicos estudiando ciencias, lógica y matemáticas, a las estudiantes de Estudios de la Mujer se les enseña ahora que la lógica es una herramienta de dominación… las normas y métodos estándar de investigación científica son sexistas porque son incompatibles con «las formas de conocimiento de las mujeres». Los autores del libro premiado con este título informan de que la mayoría de las mujeres que entrevistaron encajaban en la categoría de «conocedoras subjetivas», caracterizada por un «rechazo apasionado de la ciencia y los científicos». Estas mujeres «subjetivistas» ven los métodos de lógica, análisis y abstracción como un «territorio ajeno perteneciente a los hombres» y «valoran la intuición como un enfoque más seguro y fructífero de la verdad».

De esa manera se impone la locura. Como informaron Barbara Ehrenreich y Janet McIntosh en The Nation en 1997, la psicóloga social Phoebe Ellsworth, en un seminario interdisciplinario, elogió las virtudes del método experimental. Miembros de la audiencia protestaron argumentando que el método experimental era »obra de hombres blancos victorianos«. Ellsworth lo reconoció, pero señaló que el método experimental había llevado, por ejemplo, al descubrimiento del ADN. Este comentario fue recibido con desdén: «¿Pero usted cree en el ADN?».

No puedes no »creer en el ADN«. El ADN es un hecho. La molécula de ADN es una doble hélice, una larga escalera de caracol con exactamente cuatro tipos de escalones llamados nucleótidos. La secuencia unidimensional de estas cuatro »letras« de nucleótidos es el código genético que especifica la naturaleza de cada animal, planta, hongo o bacteria. Las secuencias de ADN pueden ser comparadas, letra por letra, entre cualquier pareja de criaturas, de la misma manera que uno podría comparar los folios de Hamlet. Partiendo de esto podemos calcular una cifra numérica que mida la cercanía genética de dos criaturas cualesquiera y por lo tanto, eventualmente, construir un árbol genealógico completo de toda la vida.

(…)

Si tu filosofía descarta todo eso como dominación patriarcal, peor para tu filosofía. Quizás deberías mantenerte alejado de los médicos con su medicina probada experimentalmente, y en su lugar ir a un chamán o a un brujo. Si necesitas viajar a una conferencia de filósofos afines, es mejor que no vayas en avión. Los aviones vuelan porque muchos matemáticos e ingenieros con formación científica hicieron bien las cuentas. No usaron »formas intuitivas de saber«. El hecho de que fueran blancos y varones o azul-celeste-rosa y hermafroditas es absolutamente, triunfalmente irrelevante. La lógica es la lógica, no importa si el individuo que la usa también usa un pene. Una prueba matemática revela una verdad definitiva, sin importar si el matemático se »identifica« como mujer, hombre o hipopótamo. Si decides volar a esa conferencia, las leyes de Newton y el principio de Bernoulli harán que llegues a salvo. Y no, los Principia de Newton no es un »manual de violación, como afirmó ridículamente la célebre filósofa feminista Sandra Harding. Es un trabajo supremo de genio por parte de uno de los especímenes más sabios del Homo sapiens, que al mismo tiempo resultó ser un hombre no muy agradable».

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