¿Por qué abuchean los aficionados del Millwall a Black Lives Matter?

¿Por qué abuchean los aficionados del Millwall a Black Lives Matter?

El Millwall FC, un histórico del fútbol inglés que actualmente compite en la Championship, fue noticia a principios de este mes cuando sus aficionados abuchearon la acción de sus jugadores que, justo antes de empezar el partido, se arrodillaron en un gesto de apoyo a Black Lives Matter antes de enfrentarse al Derby County. Un gesto que vienen haciendo todos los equipos ingleses desde la muerte de George Floyd… en estadios vacíos (y que resulta, cuanto menos pintoresco: ¿un gesto que recuerda algo que ocurrió hace unos cuantos meses a miles de kilómetros y que ni siquiera siguen realizando allí?). En esta ocasión el regreso de los aficionados y su rechazo a la acción supuestamente contra el racismo ha provocado encendidos debates.

¿Son los seguidores del Millwall unos racistas impresentables por haber abucheado ese gesto? ¿O sencillamente están ya hartos de que se politice cada ámbito de nuestra vida y además con gestos que bajo el manto del antirracismo promueven una agenda que somos muchos los que nos negamos a tragar?

Para entender esto podemos empezar por una pregunta: ¿has proclamado alguna vez que no eres racista? ¿Sí? Pues lo sentimos mucho, pero acabas de demostrar que eres un odioso racista.

No parece muy lógico, ¿verdad?, pero es lo que sostiene la Teoría Crítica de la Raza, la misma que está detrás del movimiento Black Lives Matter. Lo que era una teoría académica sostenida por algunos oscuros profesores universitarios, ahora se ha convertido en mainstream y sus conceptos son popularizados como si se trataran de verdades evidentes contra las que solamente pueden estar en contra un puñado de retrógrados racistas e intolerantes. “Privilegio blanco” o “racismo sistemático” son dos de las puntas de lanza de esta ideología para la que, en palabras de Ibram X. Kendi, autor del libro How to Be an Anti-Racist, “la pretensión de neutralidad «no racista» es una máscara para el racismo”. Alana Lentin, que ha escrito Why Race Still Matters, va aún más lejos y sostiene que ser «no racista» es “una forma de violencia racista discursiva”. Ya lo ven, si alguna vez se han declarado «no racistas» en realidad están proclamando a los cuatro vientos, de manera inequívoca, que son ustedes unos miserables racistas.

¿Y entonces que debo proclamarme? ¿No basta con rechazar todo racismo y actuar en consecuencia, sin importarme la raza de aquellas personas con las que interactúo? No, no basta, nos aleccionan los gurús de la Teoría Crítica de la Raza. Es necesario que nos declaremos «antirracistas». Obvio, pensará la mayoría, no soy racista, soy en consecuencia «antirracista». Pero no. No vayan tan rápido. No ser racista, oponerse al racismo, no es lo mismo que ser «antirracista», del mismo modo que no ser fascista no es lo mismo que ser «antifascista». Sí, es un poco enrevesado, pero es que la Teoría Crítica de la Raza lo es.

Y lo que la Teoría Crítica de la Raza pretende es que el racismo impregna de manera indeleble toda interacción humana. Si uno no ve racismo en sus actos no es porque no haya habido racismo, sino porque uno lo ha interiorizado de tal modo que es incapaz de percibirlo. Helen Pluckrose y James Lindsay lo expresan con claridad en su libro Cynical Theories: la pregunta no es ¿hubo racismo?, sino “¿cómo se manifestó el racismo en esa situación?”, porque racismo siempre hay, por definición. El profesor David Richardson, presidente del grupo asesor de las universidades del Reino Unido declaraba recientemente que “mucha gente cree que está bien decir: «No soy racista, no creo en el racismo». Tenemos que ir más allá de eso. Necesitamos ser activamente antirracistas, y para ser activamente antirracistas la gente necesita entender mejor los problemas que los que sufren el racismo sistemático en nuestras instituciones. Y a menos que uno esté realmente educado en eso, a menos que uno esté entrenado en eso, no tendrá esa comprensión completa. Lo que se podría llamar racismo abierto es la pequeña punta de la pirámide bajo la cual se encuentra el racismo encubierto, y a menos que uno haya vivido esa experiencia, no creo que se comprenda plenamente el alcance de ese racismo encubierto que impregna nuestras instituciones”. Y los únicos capaces de detectar ese racismo no evidente, pero que debe estar presente por definición, son los profesionales, académicos y activistas, de la Teoría Crítica de la Raza.

No es de extrañar que cada vez más empresas, organismos e instituciones se declaren «antirracistas»: la amenaza de que nos puedan acusar de racismo y la pena de muerte social que conlleva provocan un terror atroz. Adaptar el logo, el nombre, retirar estatuas o arrodillarse antes de los partidos parece un precio asumible ante la alternativa de desaparecer del mundo de los vivos. Incluso la web de las chicas scout de Inglaterra declara que “no basta con no ser racistas, debemos ser activamente antirracistas”.

¿Pueden persistir aún actitudes racistas? Pues claro, y para eso están los tribunales, que se han mostrado muy eficaces a la hora de eliminar cualquier discriminación basada en la raza. Pero otra cosa es el supuesto «racismo sistemático»… claro que el solo hecho de ponerlo en duda es prueba de que existe para los adoctrinados en la Teoría Crítica de la Raza. Un pensamiento circular, una profecía autocumplida, impermeable a la crítica y que siempre, ocurra lo que ocurra, descubre «racismo» por doquier. Como explica Andrew Doyle, creador del personaje ficticio satírico Titania McGrath en twitter, “el aspecto más perjudicial de esta mentalidad es que hace imposible la tarea de erradicar el racismo. Asumir falsamente que el racismo está en todas partes e insistir en que las personas que se oponen a la discriminación son sin embargo cómplices de la supremacía blanca, es la garantía de engendrar resentimiento y sembrar división racial”.

Va quedando claro que bajo el término, aparentemente irreprensible, de «antirracismo», se esconde una ideología disolvente y peligrosa. Suena bonito, pero sus implicaciones son devastadoras. Puede sonar anti-intuitivo, pero la realidad es que si realmente te opones al racismo también te tienes que oponer al «antirracismo». Pasa como con el fascismo y el antifascismo: si te opones realmente al fascismo te opondrás también al antifascismo (recuerdo la genial sentencia de Francisco Canals cuando afirmaba que el fascismo era idolátrico, pero que el antifascismo era demoníaco).

Explica Andrew Doyle que “la gente está harta de que la llamen racista. Si cuestionas Black Lives Matter, eres racista. Si apoyas el Brexit, eres racista. Si criticas a Harry y Meghan, eres racista. Las élites woke usan la palabra “racista” para cancelar las opiniones que no les gustan”. Desde esta perspectiva se entiende mejor lo que sucedió en The Den, el estadio del Millwall: no es que todos sus aficionados sean racistas, sino que están hartos de que les acusen de racismo sistémico y encubierto, precisamente a ellos, en su mayoría personas de rentas bajas que viven en uno de los barrios más pobres y abandonados de Londres (la parada de metro más cercana está a casi media hora a pie del estadio).

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