Obama, como Isabel I y Jacobo I de Inglaterra

Obama, como Isabel I y Jacobo I de Inglaterra

Hace unos días nos hacíamos eco de la ofensiva de Obama contra la Iglesia con el mandato a las universidades, hospitales y otras instituciones religiosas de contratar seguros que incluyen abortivos, contracepción y esterilizaciones.

Para quien quiera seguir el desarrollo del asunto recomiendo estos posts de Infocatólica: el primero de Juanjo Romero, 6 cosas que aclaran los obispos y la EWTN demanda al gobierno Obama, el segundo de la Redacción de Infocatólica, Falso compromiso de Obama en su política de seguros obligatorios que incluyan anticonceptivos.

Como os podéis imaginar, la avalancha de reacciones en Estados Unidos ante las medidas de Obama está siendo enorme y es casi imposible de digerir todo lo que se escribe al respecto. Pero quiero compartir con vosotros los comentarios aparecidos en el blog “Supremacy and Survival: The English Reformation”, dedicado al estudio de la resistencia católica en la Inglaterra anglicana. Ma parece que es un enfoque original que nos puede ayudar a comprender el alcance de lo que anda en juego.

Resulta que, al igual que el Acta de Supremacía de Enrique VIII, el mandato de la HHS de Obama es un intento por imponer el control del poder político sobre la Iglesia. El método recuerda el empleado por la reina Isabel I de Inglaterra contra los católicos “recusantes” que se negaban a participar en los servicios anglicanos a finales del siglo XVII. Isabel no tomó el camino de encarcelarles por ser católicos, sino que eligió una táctica más sibilina y devastadora: una multa a todos aquellos que se ausentaban de los servicos anglicanos del domingo o no recibían la comunión en una iglesia anglicana una vez al año.

La multa, que empezó siendo pequeña, de unos pocos chelines, fue subiendo hasta las 20 libras al mes, una cantidad que muy pocos podían permitirse pagar. Tras empobrecerse por la acumulación de multas, los miembros de las familias recusantes eran enviados a prisión o desterrados cuando ya no podían pagar las nuevas multas que iban recayendo sobre ellos. Otra salida, obvia, era rendirse y pasarse a la iglesia estatal. Sólo las familias más ricas pudieron permitirse el lujo de seguir pagando las multas y continuar fieles a la Iglesia Católica discretamente en las capillas de sus casas de campo.

Ahora Obama ha decidido que no se fuerce a los católicos a repudiar sus principios morales, pero sus instituciones más importantes e influyentes serían multadas si se mantienen firmes en ellos. En efecto, por cada empleado al que no se le de cobertura contraceptiva, las instituciones católicas deberán pagar una sanción de 2.000 dólares anuales. De manera similar a la experiencia inglesa, sólo algunas instituciones especialmente ricas estarán en condiciones se soportar ese sobrecoste, mientras que la gran mayoría se verían forzados, al final, a cerrar sus puertas o a plegarse a la voluntad del poder político.

Por otra parte, el segundo movimiento de Obama, el ofrecer un burdo “acomodo” que a duras penas disimula su condición de trampa, vuelve a recordar lo sucedido en Inglaterra: en este caso el paralelismo sería con el Juramento introducido por Jacobo I en 1606 poco después del famoso Complot de la Pólvora. El objetivo principal del nuevo juramento era dividir aún más a la ya muy disminuida comunidad católica. Y lo consiguió. Los jesuitas, bajo la guía de Robert Parsons, se mantuvieron fieles a las indicaciones del Papa Pablo V en contra del Juramento, mientras que el arcipreste George Blackwell, tras cambiar de opinión en varias ocasiones, finalmente aceptó el Juramento. Algunos de los sacerdotes ejecutados durante el reinado de Jaime I lo fueron por rechazar ese Juramento, como fue el caso de San Thomas Garnet, y del Bienaventurado Robert Drury.

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