Cuando la psicosis hace descarrilar el mundo

Cuando la psicosis hace descarrilar el mundo

Renaud Girard y Jean-Loup Bonnamy son dos antiguos alumnos de la prestigiosa Escuela Normal Superior francesa, es decir, que estamos ante dos “enarcas”. Girard ha desarrollado su carrera en el campo de la geopolítica y escribe en la actualidad sus crónicas sobre política internacional en Le Figaro. Bonnamy, por su parte, es profesor agregado de filosofía y colabora regularmente en Le Point. Además de formar parte de la élite francesa, son valientes. La prueba es que han publicado un libro en Gallimard  titulado Cuando la psicosis hace descarrilar el mundo (Quand la psychose fait dérailler le monde) en el que se atreven a meterse en el jardín de la Covid-19 para expresar sus críticas al modo en que se ha abordado la pandemia por parte de gobiernos y medios de comunicación.

Todo un campo de minas, porque a la mínima te cuelgan el sambenito de “negacionista” (como si fueras un vulgar nazi) y te niegan hasta el saludo mientras te llueven acusaciones de ser una especie de asesino en potencia sin escrúpulos. No es de extrañar que en varias ocasiones los autores insistan: no, no somos negacionistas, el coronavirus es real y peligroso, “no se puede tomar a la ligera y necesita una respuesta enérgica por parte de los poderes públicos”…

¿Qué pretenden pues Girard y Bonnamy en este breve texto? Básicamente llamar la atención sobre dos cuestiones: comprender la Covid 19 en un contexto más amplio y fijarse en los mecanismos psicosociales que han intervenido y siguen teniendo un peso determinante en el modo que tenemos de encarar la pandemia.

Sobre lo primero, los autores se limitan a acudir a los datos oficiales. No hay aquí fuentes reservadas ni conspiraciones ocultas. Es todo muy sencillo para quien se quiere tomar la molestia de buscar los datos (que no siempre están fácilmente disponibles). A principios de abril de 2021, se habla de algo más de 130 millones de contagiados en el mundo y la letalidad del virus se situaría en torno al 2% de los infectados, con 2,8 millones de fallecidos: España (con los datos del ministerio de Salud a 5 de abril de 2021) tiene un 2,3% de letalidad y en los extremos encontramos el 1,3% de los Países Bajos y el 3% de Italia, en Europa, y si miramos el resto del mundo, el 0,7% de Israel y el 4,7% de China (y, disparado de forma anómala y aislada, México, con un terrible 9,1%). Si por el contrario, tomamos los datos del informe del Instituto de Salud Carlos III dependiente del ministerio de Ciencia e Innovación y de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica de 27 de enero de 2021, la tasa de letalidad en España, calculada con los casos diagnosticados a partir del 10 de mayo de 2020 es del 1,1%, con extremos del 3,6% en Asturias y el 0,6% en Cataluña (en Madrid la tasa es del 0,9%). Vemos que hay cierta variabilidad en los datos según las fuentes y discusiones sobre el grado de exactitud de los mismos, pero aunque se pueda discutir el detalle, esto no afecta a lo esencial: estamos ante una enfermedad muy contagiosa pero con una letalidad baja.

Si ponemos el foco en la edad de los fallecidos confirmamos algo de todos sabido: la Covid 19 se ceba en los mayores y en aquellos ya debilitados por patologías previas. El porcentaje del total de fallecidos que corresponde a personas en residencias de ancianos es estremecedor. Por el contrario, son casi inexistentes las muertes entre niños sin patologías previas. Estos datos varían ligeramente según el momento y el lugar, pero no de un modo significativo.  En España, con los datos de la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica, la letalidad es del 11,1% para los mayores de 80 años; del 3,7% para la franja entre 70 y 79 años; del 1,1% para la franja 60-69 años; 0,3% entre 50 y 59 años y casi cero para los menores de 40 años. Girard y Bonnamy concluyen: “estamos lejos de la peste, la varicela, el cólera, los horrores del Ébola (cuya letalidad supera el 60%) o incluso de la gripe española, que mató a 50 millones de personas”. O de la más reciente gripe de Hong Kong, que en el invierno de 1968-69 provocó un millón de muertos en el mundo.

Siguen los autores contextualizando la actual pandemia: “según la OMS, en 2016, las bronconeumonías obstructivas se han cobrado más de tres millones de vidas. Y ese año no paramos la economía mundial por ello. Asimismo, cada año mueren dos millones y medio de personas por infecciones respiratorias. En China, la contaminación mata entre uno y dos millones de personas al año. La India tiene un balance similar.” Y continúan con el tabaco, “que causa setenta y cinco mil muertes en Francia cada año, sin que el Estado, tan preocupado por nuestra salud y tan autoritario frente al Covid, piense en prohibirlo, aunque mate a tanta gente”.

Con estos datos en la mano, sostienen Girard y Bonnamy, “la cuestión es sencilla: cuando vemos las estadísticas de mortalidad anual (nueve millones de muertes por hambre, nueve millones por cáncer, tres millones por bronconeumonía, un millón y medio por tuberculosis, un millón por sida, seiscientos mil por gripe, quinientos mil por malaria…), ¿tenemos que parar el mundo entero durante varios meses y destruir nuestra economía por la Covid-19?”.

Llegados a este punto, el libro da un paso más y aborda un aspecto de enorme interés que ha condicionado el modo en que reaccionamos ante esta pandemia: “muchos han tenido una reacción emocional ante el virus, viéndolo no como un problema que hay que tratar como cualquier otro, sino como una especie de monstruo que despierta nuestros miedos más profundos”.

Según Girard y Bonnamy estamos ante un caso evidente de “un fenómeno de psicosis colectiva”. No es la primera vez que ocurre en la historia, pero la mundialización, los medios de comunicación de masas, la revolución digital y las redes sociales han hecho que sea “la primera vez que una psicosis abarca la humanidad al completo”. Cualquiera que vea uno de nuestros telediarios entenderá de qué están hablando (es imposible no verlos sin caer en el pánico). “La emoción ha reemplazado a la razón y el análisis”, afirman, y los ejemplos nos lo confirman: desde las colas en los Estados Unidos para comprar armas, hasta las más cercanas para avituallarse de rollos de papel higiénico, pasando por ese conductor, solo en su coche, pero equipado con doble mascarilla.

Para entender lo que está ocurriendo, los autores hablan de “modelo MEM”: mediatización, emoción y mimetismo. La mediatización es evidente: no se habla más que del coronavirus y casi nunca se contextualiza. Un ejemplo: cuando en Estados Unidos los fallecidos por coronavirus superaron la cifra de 58.000, algunos medios titularon que la Covid 19 ya había provocado más muertos que la guerra de Vietnam. Pero la gripe estacional mata a 60.000 personas cada año en Estados Unidos y nadie la compara con aquel traumático conflicto.

Tampoco se busca informar con rigor, lo que nos llevaría, por ejemplo, a señalar los riesgos por franjas de edad, un dato clave pero no tan fácil de encontrar (en las actualizaciones del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del ministerio de Salud español no aparece). En cambio se nos muestran con gran detalle casos de personas jóvenes fallecidas por Covid 19; casos trágicos e impactantes, sacudidas emocionales, pero que estadísticamente son extremadamente raros. Más que ofrecernos una visión completa y equilibrada de lo que sucede, los medios parecen ocupados en impactarnos emocionalmente para condicionar nuestro comportamiento. Los manipulamos emocionalmente, sí, pero es por su bien.

En cuanto al último componente de este modelo “MEM”, señalan: “el mimetismo ha favorecido esta psicosis: vemos que los otros tienen miedo, así que nosotros también tenemos miedo. Ante lo desconocido, el hombre tiene tendencia a ajustar su comportamiento al de los demás. Viendo a individuos abalanzarse sobre las estanterías de los supermercados, otros han decidido hacer lo mismo por miedo al desabastecimiento”.

 

 

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