Manipulación en Toulouse

Manipulación en Toulouse

Ocurrió ya con Anders Breivik, el asesino noruego a quien se empeñaron en presentarnos como a un “cristiano fundamentalista”. La cosa alcanzó tintes grotescos cuando El País recortó la foto del asesino para que no apareciera su banda masónica (sí, Breivik, el terrorista, era masón).

Ahora ha ocurrido de nuevo conel asesino de Toulouse, Mohamed Merah. La prensa, con rapidez inusitada, lanzó la hipótesis de que probablemente el asesino de niños judíos era un “extremista de derechas“. En seguida proliferaron las sesudas editoriales invitando a no bajar la guardia contra la hidra fascista, a llegar hasta el fondo, a acabar con cualquier tipo de entorno o actitud que alimentasen el fascismo, a insistir en más educación para la ciudadanía y a que el peso de la ley cayera con toda la dureza posible sobre quienes no se muestran suficientemente demócratas. Pero luego resultó que de fascista nada: el asesino era un francés islamista de origen argelino que, entre otras cosas, había asistido a reuniones salafistas en Tarragona.

Cambio de tercio: ahora las editoriales hablaban de no generalizar, de que se trataba de un caso aislado que nada tenía que ver con la religión de la paz, de intentar comprender el dolor provocado por las injusticias que sufren muchos musulmanes y que está, aunque no se pueda justificar, en la raíz de los actos del asesino. Como afirma Christian Rocca en su blog Camillo: “Cuando se pensaba que los criminales eran tres paracaidistas con simpattías nazis leí en los periódicos italianos editoriales sobre el mal oscuro de occidente, reportajes sobre las raíces del odio, análisis sobre la derecha racista europea. Cuando se descubrió que el asesino era un francés de origen árabe, de religión musulmana y de militancia talibán no he encontrado nada sobre el mal oscuro del Islam, cero sobre el odio antijudío, ni una coma sobre los grupos racistas musulmanes. Nada. Solo análisis sobre la ventaja que sacará la derecha francesa en las próximas presidenciales“.

Esta falta de objetividad, esta manera de prejuzgar según un criterio ideológico, es síntoma de una profunda enfermedad de nuestras sociedades: la falta de aprecio hacia la realidad, hacia la verdad desnuda. Estamos pues ante un síntoma de un mal que nos atenaza y nos instala en el reino de la mentira.

Y como guinda, las palabras de Sarkozy, todo menos ejemplares, ejemplo de aquello de la excusatio non petita:

“La religión musulmana no tiene nada que ver con los actos de locura de este hombre”

El problema, Monsieur le President, es que tienen todo que ver y es por ello que ha tenido que realizar esta declaración

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