¿Qué pensar sobre los argumentos en favor del “aborto postnatal”?

¿Qué pensar sobre los argumentos en favor del “aborto postnatal”?

Me comentaba un amigo, a raíz del artículo publicado en el Journal of Medical Ethics defendiendo el “aborto postnatal”, que no le parecía tan mala noticia, pues de este modo, llevando la lógica hasta sus últimas consecuencias, se hacía más evidente la falsedad de los argumentos abortistas. Creo que tiene razón. De esta propuesta creo que se puede sacar algo muy positivo y algo muy negativo.

El razonamiento de Francesca Minerva, de la Universidad de Melbourne y de Alberto Giubilini, de la Universidad de Milán sigue una progresión lógica en tres etapas:

1.    Dado que la mayoría de los Estados autorizan el aborto en caso de detectarse una anomalía en el niño a nacer, no parece que pueda haber ninguna objeción a extender esa autorización a los días que siguen al nacimiento si es entonces cuando se diagnostica la anomalía. A este respecto los dos autores citan el Protocolo de Groningen, ciudad holandesa donde en 2001, con el aval de los poderes públicos, se aprobaron unos protocolos que prevén la supresión de niños malformados, especialmente los neonatos con espina bífida.

2.    Este concepto de eutanasia neonatal les parece a los autores del artículo demasiado restrictivo, pues se basa en el supuesto propio interés del niño, que se vería condenado a vivir una vida marcada por los problemas de su enfermedad y de una muy baja calidad. Los autores defienden que dejemos atrás estas consideraciones “compasivas” y que se abra paso el criterio del interés de los padres. Como en el caso del aborto, al final es la voluntad de la madre el criterio último que justifica lo justifica, sin necesidad de otras consideraciones. En definitiva, del mismo modo que en el caso de aborto prenatal, el aborto postnatal debería autorizarse siempre que la voluntad de la madre así lo desease, y no sólo en caso de malformaciones o enfermedades no detectadas durante el embarazo.

3.    Como estadio final de la argumentación, los autores recuperan el argumento de que un ser humano no es automáticamente persona, y mientras no lo sea, podemos eliminarlo sin por ello actuar inmoralmente. El hecho de ser un individuo humano es algo biológico, sin significación moral. No se es persona si se carece de conciencia de sí mismo y de capacidad de relacionarse con los demás y con el mundo. Las consecuencias de este dualismo antropológico, que los autores no extraen, son tremendas: ¿se puede eliminar a un niño, aún no plenamente persona según la definición anterior? ¿y a un anciano? ¿y a un adulto gravemente enfermo o víctima de un accidente que limite su capacidad de relación con los demás y con el mundo?

La argumentación, como decíamos antes, tiene algo muy positivo y algo muy negativo.

Lo positivo es que, al mostrar en toda su crudeza la lógica del argumento abortista, muestra también su error. Estamos ante una reducción al absurdo: si esta lógica, llevada a sus últimas consecuencias, genera tal horror, es que está equivocada ya en su origen. Porque el gran problema es que no hay diferencia real entre un niño unos segundos antes de nacer y unos segundos después: se trata del mismo niño.

Si es horroroso asesinar niños discapacitados, también lo es asesinarlos cuando están en la barriga de sus madres. Si es monstruoso que la sola voluntad de la madre sea suficiente para matar a un niño, también lo es matarlo cuando aún no ha nacido sólo porque ése es el deseo de su madre.

Porque, si somos coherentes, sólo hay dos posturas lógicas: o el niño es un ser humano con un derecho sagrado e inviolable a la vida, independientemente de si ha nacido o no o de sus posibles enfermedades, o su vida no vale nada y podemos eliminarlo siempre y cuando nos convenga. Todo lo demás son medias tintas que no se sostienen. El nacimiento, una enfermedad, una minusvalía, el riesgo psíquico de la madre, etc., no afectan a la naturaleza del niño y son por tanto criterios sin ningún fundamento para determinar la sacralidad o no de una vida humana.

Pero hablábamos también de algo muy negativo: en nuestro mundo, adoctrinado sin cesar en la cultura de la muerte, es muy probable que en vez de horrorizarnos ante la locura a que llevan estos argumentos y darnos cuenta de que lo que no es admisible en un niño ya nacido tampoco lo es en un niño por nacer, asumamos como normales estos planteamientos y empecemos a aplicarlos con eficacia burocrática y toda la banalidad del mal de la que nos advertía Hannah Arendt.

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