Seguimos gastando más de lo que ingresamos. ¿Alternativas? Centralismo o foralismo

Uno de los problemas de la crisis que estamos viviendo es que con tal cantidad de datos como nos llega existe el peligro de perderse. Por eso siempre son bienvenidos quienes centran la cuestión y nos ponen ante los datos sustanciales. Es el caso de Rubén Manso, quien en su postEn dos años nos gastamos tres, señala lo siguiente respecto a las cuentas públicas de España:

  1. La diferencia entre los ingresos y gastos públicos antes del pago de intereses es negativa, es decir: que la diferencia no da ni para pagar estos.
  2. Entre 2010 y 2011, el déficit del Estado ha sido de 99 mil millones de euros. O dicho de otro modo, para que se me entienda, el Estado ha necesitado emitir 99 mil millones de euros en dos años, de los que 42 mil millones se han dedicado a pagar intereses y 57 mil millones a cubrir la diferencia entre ingresos y gastos.
  3. El Estado en dos años se ha gastado los ingresos de tres.
  4. Y para 2012, según los presupuestos presentados, “Queremos pasar de gastarnos en dos años lo que ingresamos en tres, a gastarnos en cuatro lo que ingresamos en cinco. No cabe duda de que es una mejora, lo que no sé es si les deja muy tranquilos a nuestros acreedores”.

Porque el punto 1 no se ha corregido: seguimos gastando más de lo que ingresamos. Esa diferencia se reduce, pero persiste.

Creo que queda claro dónde estamos. ¿Y de dónde venimos?

Nos lo recuerda María Blanco en su post La verdadera reforma del Estado español: “Si antes del año 1978 el peso del Estado en nuestra economía era menor al 25% del PIB y ahora está en torno al 50% del PIB, hay algo que no marcha como debería. Los españoles soportamos en nuestras espaldas una carga doble, pero nuestra economía, nuestra espalda, no ha crecido el doble. No somos capaces de aguantar tan pesada carga más. Hay que reformar ese Estado”.

Se abren dos alternativas:

Retorno al centralismo: en palabras de Blanco “desmantelar el Estado de las autonomías y volver a centralizar servicios transferidos, cerrar instituciones duplicadas, despedir funcionarios autonómicos, etc.”

Lo que ahora llaman Estado federal, que haríamos bien en llamar Estado foral (que no es exactamente lo mismo, es mejor): con cada región responsabilizándose de sus ingresos y de sus gastos, abandonando definitivamente la “solidaridad autonómica” pero también el recurso al Gobierno central para que nos salve si las cosas van mal. Con un gasto mínimo del gobierno de la nación para cubrir sus funciones propias (ejército, relaciones internacionales,…) y un límite estricto al endeudamiento por parte de las regiones. Vamos,como soñaba Paco Segarra, algo muy parecido a la España de los Reyes Católicos o de los Austrias.

Claro que la reforma de la estructura estatal no basta. Recuerda atinadamente Blanco que “En ambos casos existe el peligro de volver a caer en corruptelas, enjuagues, cesiones políticas por motivos sospechosos, juegos de poder y todos esos vicios asociados a la planificación”. Y José Javier Esparza nos advierte de un problema de primera magnitud: no basta con instaurar un modo de funcionamiento del Estado más eficaz, sensato y justo si ya no nos reconocemos en una misión nacional común. En el fondo, tanto Blanco como Esparza advierten de que las reformas estructurales son necesarias pero no suficientes; se requieren también gentes honestas y dispuestas a sacrificarse por su patria. Material escaso por lo que se ve.

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