Hombres pequeñitos para combatir el calentamiento global

Hombres pequeñitos para combatir el calentamiento global

Si alguien todavía dudaba de aquello de que cuando se deja en creer en Dios uno empieza a creer en cualquier cosa, cada día que pasa hay más síntomas de que nuestros contemporáneos creen con fervor religioso en auténticos dislates.

La última prueba con la que me acabo de topar es una curiosa mezcla de fe en el calentamiento global combinado con una confianza ilimitada en la ciencia y todo ello aderezado con algunas dosis de eugenesia. El caso es que, ante la supuesta necesidad de combatir el calentamiento global un artículo publicado en Ethics, Policy & Environment propone una serie de modificaciones biomédicas que ayudarían a que los humanos consumamos menos y así tengamos menos impacto sobre el medio ambiente.

Las propuestas abarcan distintos grados de intervención. Las más sencillas se basan en el consumo de pastillas que nos ayuden a comportarnos “ecológicamente”. Por ejemplo, hay gente que desearía dejar de consumir carne por motivos ecológicos (se dice que el 18% de las emisiones de CO2 es generado por las granjas) pero les falta fuerza de voluntad para hacerlo. Solución: pastillita que provoque nauseas al ingerir carne.

Pero los autores del informe siguen avanzando en su disparatado camino. Por ejemplo, sugieren que los padres podrían utilizar técnicas de ingeniería genética o terapias hormonales para conseguir que sus hijos sean más pequeños y, por lo tanto, consuman menos recursos (cuál es el límite de estos niños escuchimizados no queda claro de la lectura del informe) ya que cada kilo de masa corporal necesita unos determinados nutrientes. Los autores defienden que a cada familia se le debería de conceder un cupo de emisiones de gas de efecto invernadero; de este modo podrían elegir, continúan, entre tener dos hijos normales o tres pequeños (evidentemente no podrían tener tres normales porque superarían el cupo asignado). Incluso llegan a decir que quizás haya una familia que prefiera tener un solo hijo grandullón que juegue al baloncesto. Son muy libres, siempre y cuando se ajusten al cupo asignado (la política del hijo único china les parece a los autores demasiado burda, esta de los cupos, por el contrario, les parece sofisticada y respetuosa con la libertad de cada familia).

Los autores del artículo no son unos indocumentados: el equipo, dirigido por S. Matthew Liao, profesor de filosofía y de bioética en la New York University, incluye también a los profesores de Oxford Anders Sandberg y Rebecca Roache. Eso sí, después de desvariar sin rubor, advierten de que no están a favor de que estas medidas sean coercitivas, sino de que sean decididas libremente. Si en vez de dar rienda suelta a sus alucinaciones dedicaran un mínimo de tiempo a leer algo de la historia del siglo pasado comprenderían que la posibilidad de que esto sea así es más que remota.

En fin, otra prueba de que el delirio cientifista acecha y en cualquier momento puede saltar de las páginas de la ciencia ficción a la realidad. La fábula de Frankenstein no pierde vigencia.

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