Austeridad o crecimiento, falso dilema

Parece que hemos entrado en la era del dilema austeridad o crecimiento. Ya vivimos nuestra era de estimulo keynesiano, ¿se acuerdan del plan E que desmonto las calles de media España para luego volverlas a levantar, dejando eso si una deuda considerable en las cuentas públicas? Luego vino la era de los recortes, aunque eso sí, pequeñitos y sin levantar ampollas, como dejo documentado el Instituto Juan de Mariana. Y ahora parece que la disyuntiva es entre la espartana austeridad y el anhelado crecimiento.

Como suele suceder en estas situaciones, la disyuntiva, lejos de ser evidente, es rotundamente falsa. De hecho es absurda. Porque, en primer lugar, la austeridad de la que nos hablan es poco austera, y en segundo lugar porque, ¿quién puede estar en contra del crecimiento en la actual coyuntura?

El problema es que cuando Hollande y otros adalides del crecimiento hablan de crecimiento quieren decir en realidad aún más gasto público, aún más deuda pública. Volver otra vez a unos estímulos que ya demostraron su ineficacia… Que pesadilla.

Los políticos socialistas (presentes en todos los partidos, como Hayek ya advirtió) continúan sin entender que una economía saneada empieza, no acaba, con unas cuentas públicas saneadas. Así, al poner el carro antes que los bueyes nos condenan a una recesión que a este paso va a durar décadas.

Por cierto, el Oxford English Dictionary acaba de incorporar la definición de austeridad como “condiciones económicas difíciles creadas por las medidas del gobierno para reducir el gasto público”. Mas allá de lo disparatado de la definición y de la absoluta impericia económica de los pintorescos redactores de esta entrada, sorprende el nuevo papel de oráculo ideológico que un diccionario más o menos respetable pretende arrogarse. El keynesianismo más burdo queda así consagrado como definición oficial y quien ose contradecirlo se convierte ipso facto en un ignorante, un iletrado.

Alterar el significado de palabras clave es una técnica de manipulación política muy eficaz, que debidamente difundida entre la gente puede cambiar el sentido de un debate público o incluso impedirlo. En este caso, la discusión sobre la responsabilidad fiscal de los Estados parece quedar fuera del ámbito de lo posible y respetable. El único problema es que la realidad se resiste a amoldarse a las nuevas definiciones y, como ya hemos comprobado, los estímulos pasan, pero la deuda permanece.

Otra cuestión es que al menos en Oxford se dedican a la economía. Por aquí nuestro diccionario de la RAE se dedica a colocarnos el lenguaje poligonero como el último desarrollo del venerable y cada vez más irreconocible castellano. Qué quieren que les diga, con esto del lenguaje, mejor pocas bromas.

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