Los Miserables

Los Miserables

He visto Los Miserables y aunque no soy crítico cinematográfico me permitiré compartir con ustedes mis impresiones. Empezaré advirtiendo que la película me gustó, y mucho. Ahora bien, se trata de un musical puro, donde incluso los diálogos, fuera de tres frases, son cantados. Evidentemente, la película no será del agrado de quien no guste de los musicales. En cualquier caso, las canciones son bonitas, expresivas y están interpretadas magníficamente (y sorprendentemente bien por unos actores no especializados en el género, con mención especial para Hugh Jackman y sobre todo Anne Hathaway, que supera sus limitaciones con una interpretación magistral). He leído algunas críticas que achacan a la película su teatralidad; no lo negaré, pero no me parece un elemento negativo, sino lo propio de una traslación de un musical a la gran pantalla. Más peros: la historia es inverosímil. Sí, como la inmensa mayoría de los folletines decimonónicos, pero ello no le resta fuerza ni credibilidad a lo esencial, que es la transformación de su protagonista.

Alguien ha escrito que Los Miserables es la historia de la redención de una persona y del fracaso de una revolución. Esta adaptación se centra, con buen criterio, en la conversión y redención de Jean Valjean. El perdón y la misericordia del obispo Myriel son el desencadenante de su conversión y de su decisión de poner su vida en manos de Dios. La aparición en su vida de una pobre mujer, Fantine, que se rebaja hasta la prostitución para mantener a su hijita y que morirá ante la mirada impotente de Valjean marcará el resto de su vida, dedicada a cumplir la promesa hecha a Fantine de cuidar de su hija Cosette. Porque junto al perdón, el otro gran eje argumental es el sacrificio: Fantine se sacrifica por Cosette, Valjean también, Eponine por Marius… Destaca también la presencia, explícita, de la vida eterna y de las referencias a Dios, a quien se le habla, se le suplica, se le da gracias. Así pues, la presencia de Dios y de una cosmovisión cristiana, constante a lo largo de la obra y cada vez más difícil de encontrar, hace de esta película una rara avis.

Si Valjean encarna al hombre católico, pecador pero capaz de conversión, que es perdonado y que por eso mismo perdona, Javert encarna una visión que nos atreveríamos a designar como calvinista: habla y actúa en nombre de Dios, pero niega la posibilidad de cambiar, sosteniendo una rígida y antinatural predestinación. La única salida a la situación en que uno se sabe perdonado pero no es capaz de perdonar es el suicidio del personaje. Tremendo y más cargado de contenido de lo que podríamos esperar de un musical, ese momento nos retrotrae al dilema de Judas.

Por último, la mirada que de la revolución se da es romántica, idílica y falsa. Por fortuna, los revolucionarios mueren todos (menos uno) y se evitan así lo peor que les pudiera haber sucedido: vencer y contemplar cómo, invariablemente, la revolución no es aquello que esperaban e incluso, al cabo de poco tiempo, devora a sus hijos. No obstante, en medio de esa imagen romántica, se desliza un elemento de realidad: el pueblo da la espalda a los fervorosos revolucionarios que supuestamente comprendían al pueblo mejor que el mismo pueblo. Cruda constatación de una constante histórica.

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