Fumaroli sobre el papel del Ministerio de Cultura

Fumaroli sobre el papel del Ministerio de Cultura

A muchos les parecerá una cuestión bizantina ésta de la relación de la cultura con el Estado, pero a poco que lo piensen tiene más miga de lo que podría parecer. La entrevista que concede Marc Fumaroli a Letras Libres al respecto me parece jugosísima. Extracto de ella un fragmento en el que compara la situación de la cultura en Estados Unidos y Europa, principalmente Francia, país del que es originario Fumaroli, y que explica porqué aquí estamos un poco peor que al otro lado del Atlántico (sin tirar cohetes sobre la situación norteamericana):

“Como los estadounidenses no tienen ministerio de cultura ni un Estado de bienestar que sienta una responsabilidad hacia los asuntos estéticos (la excepción sería una casi francesa Jacqueline Kennedy en la Casa Blanca), el ideal republicano estadounidense ha hecho que desde el siglo XIX las fortunas privadas se crean obligadas a consagrar una parte de su riqueza a la construcción de monumentos públicos y museos, y a la elaboración de prodigiosas colecciones de arte antiguo que se ofrecen al público y pretenden educarlo. Esa actitud tradicional de los ricos estadounidenses en busca del bien común me recuerda al evergetismo de las ricas familias atenienses. Paradójicamente, el país que ha inventado el mercado globalizado de la cultura de masas, y las formas más feas y áridas de la modernidad, también es la nación más exigente y generosa con su patrimonio prestado de artes y oficios de Europa y el Extremo Oriente. La misma gente que ha engendrado los tipos más vulgares de nuevos ricos, y los ha mostrado al mundo como ejemplo glamuroso para las demás fortunas, alberga los fideicomisarios más dedicados, generosos y discretos, que permiten que las instituciones del arte clásico, las óperas, los teatros, los museos y las escuelas florezcan a veces mejor que en Europa.

Estados Unidos es más consciente que nosotros del “daño colateral” de su sistema, que se extiende al resto del mundo. Neófitos inocentes o cínicos, todos nos sentimos tentados a imitar el modelo mítico sin darnos cuenta del coste moral y espiritual de esa adhesión ciega y servil. Mejor que nadie, Estados Unidos ha distinguido los terribles efectos secundarios de sus poderosos motores políticos, sociales y religiosos, y ha creado potentes contrapesos (ignorados por los viajeros europeos), dispuestos para preservar un patrimonio de memoria y belleza para su minoría educada. Ahora al fin tenemos que entender ese aspecto ignorado de la vida estadounidense: no pidieron que esta tarea saludable y poco igualitaria la realizara el gobierno federal, sino la riqueza privada y las autoridades locales.
[...]
La democracia estadounidense admite tácitamente que la comunidad democrática en sí, aunque sea en principio igualitaria, necesita una élite, no solo de especialistas y científicos excepcionales, sino de funcionarios educados y de hombres de Estado. A menudo, los europeos fascinados por la selva darwiniana que caracteriza la economía estadounidense pasan por alto ese sabio matiz. Las paradojas de esa sabiduría se malinterpretan en Francia y en la Europa mediterránea. Hay aquí y allá algún progreso en esa dirección, pero nunca alcanzarán la escala y el éxito de Estados Unidos.

Personalmente, creo que nuestro tipo de Estado de bienestar debería reducir sus pretensiones y concentrar sus reducidos medios en la protección de los tesoros patrimoniales más frágiles y valiosos, en la transmisión de los oficios amenazados, piedras que constituyen la identidad y la memoria de un país, frente a la preocupación de Malraux y Lang por manifestaciones comerciales de masas que sobreviven muy bien en el mercado del entretenimiento, y que son cómodamente financiadas por un público de generaciones jóvenes educadas ante pantallas.

El Ministerio de Cultura, como el Ministerio de Educación, debería estar impulsado por la preocupación de formar a ese público no educado, en vez de duplicar la obra que venden a los jóvenes las compañías de entretenimiento. No basta con ponerles en las manos un iPod o un iPad y convertirlos en expertos en internet. Hay que llevarlos a las bibliotecas, enseñarles a trabajar en archivos e imaginar el pasado, familiarizarlos con buenas librerías donde puedan descubrir libros de historia, arte o ficción; iniciarlos en otras cosas que no son la última actualidad, el último grupo rock o funk, la última campaña publicitaria de Apple. Se llamará a muchos y pocos serán elegidos. Pero lo importante es la elocuencia de la llamada, en un momento en el que el nihilismo tiende a prevalecer.

Escriba un Comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *

*

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>