Mis reflexiones sobre la ley Gallardón

Mis reflexiones sobre la ley Gallardón

Me ha costado ponerme a escribir sobre la ley Gallardón. Me cuesta tragarme que la ley del aborto de 1985 sea, sino la ideal, sí al menos aquella sobre la que hay suficiente consenso en España como para recuperarla tal cual. Fue precisamente contra esa ley, que ha permitido el asesinato de cientos de miles de niños por nacer, que me involucré en mi primera juventud en el movimiento provida, algo que marcó lo que he sido después. Si ese es el consenso, que no cuenten conmigo.

 

Entendámonos, tampoco soy un iluso y no esperaba la muy deseable ilegalización del aborto. Y no soy tan cerril como para no ver alguna leve mejoría si comparamos la ley Gallardón, al menos en su propuesta inicial, con la ley Aído. El no considerar el aborto como un derecho a proteger, sino como una violencia a limitar, es positivo. El reforzar la objeción de conciencia o la obligación de informar a los padres de una menor también son elementos que mejoran lo existente.

 

A pesar de todo, no podía estar muy entusiasmado ante una ley que, pese a reconocer la existencia real de un ser humano ya concebido y merecedor de protección, está dispuesto a sacrificarlo por un “motivo proporcionado”. Me parece que los motivos que se aducen en la propuesta de ley no son proporcionados y no pueden justificar el sacrificio del niño en gestación. Pero bueno, si no podía estar de acuerdo con el principio, al menos podía aceptar una ley que realmente redujera el número de abortos en España.

 

Así pues, estaba casi dispuesto a aceptar una vuelta a la ley del 85 si se aseguraba una aplicación estricta, al estilo de la ley polaca vigente, que evitase coladeros como el de la salud psíquica de la madre, una mentira que permite que, de facto, el aborto haya sido libre en España, al menos hasta la semana 22. Pero, como bien explica el informe que ha preparado Grégor Puppinck para el European Centre for Law and Justice, es altísimamente probable que el coladero siga existiendo. Las medidas pensadas para evitarlo son tan débiles que me temo que si se llega a aprobar la ley Gallardón tampoco veremos una reducción sustancial de los abortos perpetrados en España. Dicho sea de paso, permanece mi perplejidad por una decisión que provoca desgaste político… para al final dejar las cosas en un estado muy similar al que ya teníamos.

 

Éste era mi estado de ánimo cuando los abortistas salieron en tromba contra la ley, con argumentos de lo más simplones y demagógicos, berreando más que argumentando. Así que, en estas circunstancias, criticar la ley Gallardón podría parecer que es hacerle el juego a los abortistas. Para acabar de arreglar las cosas, el fuego graneado sobre el ministro de Justicia se ha desatado desde su propio partido y cada día parece más probable que los aspectos positivos de la ley Gallardón van a ser “ajustados” según el agrado de los promotores del aborto.

 

En estas estamos, con una propuesta de ley que, en el mejor de los casos (improbable) va a suponer unas muy escasas mejoras respecto de la situación actual, principalmente de principio, pero que difícilmente va a reducir el número de abortos. Poco ilusionante.

 

No obstante, releyendo el magnífico libro de Chesterton, La eugenesia y otras desgracias, me he encontrado con un comentario, importante, que aporta probablemente la única justificación a favor de la ley Gallardón. Escribe Chesterton sobre uno de los rasgos de nuestra época:

 

Creo que la palabra clave para nosotros es inevitabilidad o, mejor, impenitencia. Nos domina subconscientemente, en todos los temas, la idea de que no hay vuelta atrás, arraigada en el materialismo y la negación del libre albedrío.

 

Comparemos el actual sistema de partidos con las facciones políticas del XVII. La diferencia está en que aquellos dirigentes políticos no sólo se degollaban unos a otros, sino que incluso se revocaban mutuamente las leyes. Ahora lo tradicional es que cada partido herede y respete las leyes de los otros por mucho que las vituperase cuando se estaban haciendo.

 

A cuántos hemos oído denigrar las escuelas primarias de nuestro país, tal como denigrarían su clima. ¿Acaso son muchos los que comprenden que es posible modificar la educación británica y el tiempo no? Son muchos los que saben que las nubes son más inmortales y más sólidas que las escuelas. ¿Por cada millar que lamenta la educación obligatoria, dónde está el centenar, o la decena, o un individuo que la revocaría?”.

 

Quizás sea éste el mejor argumento en apoyo de la propuesta de Gallardón: la quiebra simbólica (y poco más) del principio de la inevitabilidad, de que las leyes no tienen marcha atrás.

Escriba un Comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *

*

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>