La entrevista de Ortega Lara: para no olvidar.

La entrevista de Ortega Lara: para no olvidar.

No suelo leer testimonios de víctimas del terrorismo. Me parecen importantes, necesarios para no olvidar nuestro pasado más reciente y comprender mejor nuestro presente, pero ya estoy convencido de la maldad de los terroristas y prefiero no regodearme en unos testimonios que me duelen. Contemplar la maldad humana, nuestra capacidad para hacer daño, no es nada agradable. Las víctimas tienen todo mi apoyo, los terroristas todo mi desprecio, pero prefiero no ahondar más en ello (algo semejante nos pasa a muchos con la cuestión de la Shoa y con otros genocidios).

Pero hoy he hecho una excepción. Un amigo me insistió y finalmente me convenció para que leyera la entrevista que ha concedido Ortega Lara, secuestrado por ETA durante 532 días. Y yo me uno a la recomendación. Vale la pena leerla hasta el final, pues va entrando en materia. Para abrir el apetito, me permito reproducir aquí algunas partes que me han llamado la atención. Es José Antonio Ortega Lara quien habla:

“Me aferré a tres cosas: a mi familia, hablando todos los días en voz alta con mi mujer, a la oración y al sentido del método que me enseñaron los salesianos. Todos los días igual: te levantas, te aseas, haces los estiramientos, lees, rezas, limpias el habitáculo… Aunque tuviera el alma dolorida y el cuerpo destrozado nunca abandoné ese método.”

[…]

Usted ha comentado que se le pasó por la cabeza suicidarse, ¿pero hasta qué punto llegó a madurar la idea?

Lo programé, lo preparé y lo ensayé.

¿Cómo que lo «ensayó»?

Sí, dos veces. La primera cortándome estas venas de la mano, aquí en la parte posterior de la muñeca. Sangré mucho y me desmayé. Cuando me desperté había mucha sangre alrededor. La recogí y la metí en la vasija del pis. Cuando lo vieron dijeron: «¿Qué ha pasado?». «Nada, nada, que me sangraba la nariz».

[…]

¿Y el segundo «ensayo»?

Fue el más definitivo, por decirlo así. Pasaron unos 15 días. Se acercaba ya el 27 de junio, que era nuestro aniversario de boda. Era la fecha que me había puesto como límite. Trencé una cuerda con jirones de bolsas de basura de plástico, me la puse al cuello, la colgué del clavo del que pendía la hamaca en la que dormía, apoyé la silla sobre dos patas, me até las manos a la espalda y…

Lo ensayé de tal manera que pudiera deshacer la maniobra. La clave es la forma en que te atas las manos atrás: te atas una y con la otra haces un nudo corredizo. Con el otro dedo no tienes más que tirar. Si tú tiras del nudo corredizo ya no puedes volver atrás… y eso es lo que yo no hice.

[…]

¿Qué recuerda de esos días finales?

Un sufrimiento atroz. Pero de verdad atroz. Fui el ser más desgraciado que había sobre la faz de la tierra.

¿Si no fuera creyente se habría suicidado?

Con toda probabilidad. Para un creyente el suicidio es lo más degradante, lo más humillante. Cada vez que me lo planteaba me sentía fatal conmigo mismo. Pero aquel dolor era insoportable.

Debió ser un conflicto desgarrador.

Siempre discutía con Dios. Luego me arrepentía, me disculpaba y volvíamos otra vez, así día tras día. Al final le decía: «Hombre, por favor, dame una salida. Si no consideras oportuno que salga de aquí vivo, haz por lo menos que me maten. No hagas que tenga que acabar yo mismo con mi vida»

Eso mismo es lo que le pedía a Dios uno de los personajes de El Maestro y Margarita de Bulgakov cuando Cristo estaba en la cruz: «Dale una salida». ¿Pensó en algún momento que lo suyo era como la Pasión…?

Sí y me enfadaba con Él: «Lo tuyo duró tres días hasta la Resurrección. Pero yo llevo aquí 300, 400, 500 días y no me das ninguna solución». Al día siguiente hacía de tripas corazón y le decía: «Perdona, es que estoy muy enfadado… pero tengo motivos para estar enfadado, ¿no?».”

La entrevista aborda otros temas más pegados a la actualidad política, que interesarán más o menos, pero el testimonio de lo que vivió Ortega Lara debería ser de lectura obligatoria para comprender lo que realmente supuso el terrorismo y vacunarnos todos de eso que él llama la “cosificación”, considerar al adversario como una cosa, sin dignidad y contra la cual todo está justificado.

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