Desconfiad de las multitudes… nos lo enseña san Pablo
Uno de los rasgos de la vida pública actual es la presencia recurrente de multitudes. En España nos encanta. Nos manifestamos y somos 100.000, medio millón, un millón… Cualquier reivindicación que se precie tiene que ser capaz de movilizar a multitudes, mucho más importantes, parece ser, que las razones que hay detrás de la misma. Hemos entrado de pleno en la era de las masas de la que ya habló Ortega y Gasset.
Y sin embargo, lees los Hechos de los Apóstoles, capítulo 14, y te topas con un pasaje que más bien lleva a desconfiar de las multitudes.
Pablo y Bernabé están en Listra y Pablo hace un milagro por el que un tullido de nacimiento se pone a andar. Las multitudes se ponen a adorarles como a dioses y les preparan sacrificios:
“Al ver la gente lo que Pablo había hecho, comenzó a gritar en la lengua de Licaonia: «¡Los dioses han venido a nosotros en forma de hombres!». Según ellos, Bernabé era Zeus y Pablo Hermes, porque era el que hablaba. Incluso el sacerdote del templo de Zeus que estaba fuera de la ciudad trajo hasta las puertas de la misma toros y guirnaldas y, de acuerdo con la gente, quiso ofrecerles un sacrificio. Al escuchar esto, Bernabé y Pablo rasgaron sus vestidos para manifestar su indignación y se lanzaron en medio de la gente gritando: «Amigos, ¿qué hacen? Nosotros somos humanos y mortales como ustedes, y acabamos de decirles que deben abandonar estas cosas que no sirven y volverse al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos.”
A duras penas consiguen convencer a la multitud de que no son dioses: “Aun con estas palabras, difícilmente consiguieron que el pueblo no les ofreciera un sacrificio, y que volvieran cada uno a su casa”.
Pero aquí no acaba la historia: “Luego llegaron unos judíos de Antioquía e Iconio y hablaron con mucha seguridad, afirmando que no había nada de verdadero en aquella predicación, sino que todo era una mentira. Persuadieron a la gente a que les dieran la espalda y al final apedrearon a Pablo. Después lo arrastraron fuera de la ciudad, convencidos de que ya estaba muerto”.
Por fortuna, se equivocaban y san Pablo siguió con vida. Pero el paso, abrupto, de ser aclamado como un dios a ser apedreado y dado por muerto, me ha llamado poderosamente la atención. Y me ha hecho reflexionar. Toda una advertencia para quienes, tan numerosos hoy en día, confían en las multitudes.