Católicos de Segunda División en el Sínodo

Católicos de Segunda División en el Sínodo

Sigo con mi propósito de no escribir sobre el Sínodo; me limito a leer, rezar y esperar. No me está resultando fácil. A lo que no me resisto es a hacerme eco de algunos escritos que me parecen que arrojan algo de luz a esta cuestión. Es por ello que reproduzco aquí lo que escribió George Weigel el pasado15 de octubre en el Catholic Herald, dentro de su sección “Letters from the Synod”, bajo el título“¿Católicos de segunda división?”:

“La “llamada universal a la santidad” identificada y explicada en la Constitución dogmática del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia, Lumen Gentium, es ampliamente considerada como una de las ideas más convincentes del Vaticano II. Es también uno de los pilares de lo que el Papa san Juan Pablo II llamó la “Nueva Evangelización”: el redescubrimiento por parte de la Iglesia católica de sí misma como una comunidad de “discípulos misioneros” (en feliz expresión de Francisco).

Por lo tanto resulta sorprendente, o más bien dicho, algo más inquietante y desagradable que una mera sorpresa, el que algunos padres sinodales estén planteando la cuestión de si la llamada universal a la santidad es, de hecho, universal.

La pregunta no se plantea de esta forma, por supuesto. Pero no resulta fácil interpretar de ninguna otra manera la reclamación por parte de algunos participantes en el Sínodo de 2015 de que la enseñanza de la Iglesia sobre la castidad, el matrimonio y la familia es sencillamente demasiado difícil de vivir y, por lo tanto, algunos católicos – tal vez muchos católicos – deberían ser eximidos del cumplimiento de estas enseñanzas (y por lo tanto quedarían exentos de la llamada universal a la santidad).

Aquellos a quienes sus obispos locales declaren exentos podrían, eso parece, vivir con la bendición tácita de la Iglesia en relaciones que siempre han sido consideradas obstáculos para la salud moral y espiritual. Los exentos podrían recibir los sacramentos sin estar plenamente en comunión con la Iglesia en su forma de vida. Podrían continuar por un período indeterminado de tiempo en lo que equivale a una especie de cisma personal de facto que les separaría de manera efectiva de la comunión global del Catolicismo. Podrían, en definitiva, vivir como si la llamada universal a la santidad no fuera universal, sino algo solo para los santos.

Aquí hay por lo menos dos graves problemas.

En primer lugar, la santidad, como insistió el Concilio Vaticano II, es para todos. ¿Por qué? Porque es sólo al convertirnos, con la ayuda de la misericordia y la gracia de Dios, en los santos a los que fuimos destinados por el bautismo que cumplimos nuestro destino cristiano y humano. Este próximo domingo Francisco canonizará a los beatos Luis y Celia Martin, los padres de santa Teresa de Lisieux, prueba viviente de que la santidad en el matrimonio es posible en la modernidad. ¿Y su ejemplo no se aplica a todos? ¿No entienden aquellos que proponen una exención de la llamada universal a la santidad que la Iglesia canoniza santos no por su bien – Dios ya cuida de los santos abundantemente – sino por amor hacia nosotros: para que podamos ver, en este caso de nuestros propios  tiempos, la grandeza de la que los hombres y las mujeres somos capaces si cooperamos con la pedagogía divina inscrita en el mundo y en nosotros?

El segundo problema es que la deconstrucción de la llamada universal a la santidad en una vocación sólo para unos pocos crea una enorme clase de católicos de segunda división: personas cuyos pastores creen incapaces de grandeza e impermeables a la atracción de la santidad heroica; personas que de esta manera llegan a pensar de sí mismos de esa manera. ¿Es ése el camino del “acompañamiento pastoral”? ¿Es ésa la manera de ser la “Iglesia de forma permanente en misión” a la que el Santo Padre llama insistentemente, diciéndole a la gente que simplemente no son lo bastante buenos? Da la sensación de ser un programa evangelizador poco prometedor.

Todos somos pecadores que viven sólo por la gracia y la misericordia. Pero es precisamente como pecadores que conocemos el poder del testimonio como un acicate para una más profunda conversión. Y ese testimonio a menudo proviene de gente y lugares sorprendentes (el hijo de un carpintero en los páramos de Galilea, una familia burguesa en un pequeño pueblo de Normandía). Delegar la autoridad para dar exenciones a la llamada universal a la santidad a las iglesias locales, cuyos pastores parecen haber perdido la confianza en el poder del Evangelio y en el poder de los testigos del Evangelio, no es, me parece a mí (y sospecho que también a muchos otros), algo que Sínodo de 2015 debería aprobar.”

 

 

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