Jesuitas piden que censuren a un columnista del New York Times

Jesuitas piden que censuren a un columnista del New York Times

Un amigo con excelente olfato me avisó de una interesante polémica en Estados Unidos. No se equivocaba: el asunto tiene su miga. Tanta que me parece que a alguno de los que están leyendo esto también les resultará de interés.

El caso tiene como protagonista a Ross Douthat, periodista católico especializado en información religiosa en el New York Times. Sí, han leído bien, el New York Times, adalid del progresismo políticamente correcto y con una línea editorial que choca cada dos por tres con las enseñanzas de la Iglesia. Pero que alberga en sus páginas a un periodista no solo católico, sino bien formado y fiel al Magisterio. Además, Douthat escribe bien y es inteligente, por lo que sus análisis son valorados incluso en un medio cuya línea editorial es contraria a sus planteamientos. Impensable por estos lares pero una realidad al otro lado del Atlántico.

La polémica se ha suscitado cuando un nutrido grupo de profesores de teología ha hecho llegar una carta al director del New York Times pidiendo la cabeza de Douthat, reo de haber ofrecido un análisis de lo ocurrido durante el Sínodo que no encaja con el relato que a ellos les hubiera gustado ver reflejado en el diario y, horror de los horrores, culpable de calificar algunas de las propuestas que hemos tenido que soportar como heréticas (Aquí Rod Dreher explica el asunto de la carta redactada por Massimo Faggioli y John O’Malley, S.J.) . Nada nuevo bajo el sol: si antes el lema era “ninguna tolerancia para los intolerantes”, ahora parece que se impone el “ninguna “misericordia” para los “inmisericordes” (entrecomillo para dejar bien claro que la misericordia de la que hablan estos “misericordiosos” es falsa, una suplantación, en lenguaje más vulgar, un auténtico timo).

Una de las primeras voces en salir en defensa de Douthat ha sido la del Padre Robert Barron, recientemente nombrado obispo auxiliar de Los Angeles y conocido comunicador. Su artículo es devastador. Empieza señalando cuáles son las acusaciones de los académicos: Douthat habría “sugerido que han habido claras facciones entre los obispos, que el Papa Francisco está a favor de una resolución más liberal de las cuestiones clave y que se han mantenido puntos de vista heréticos en Roma”. A esto, añadían, con una evidente soberbia intelectual, que Douthat no es doctor en Teología y, por tanto, no estaba capacitado para hablar sobre estos temas. “Esto no es lo que esperábamos del New York Times”, acababan escribiendo en su carta. Como si el NYT les hubiera fallado dando cabida a alguien que no sigue la línea progresista, toda una desilusión para quienes han callado (o peor, han aplaudido) las reiteradas ocasiones en que el NYT atacaba a la Iglesia y a sus enseñanzas.

Barron, que conoce personalmente a Douthat y lo califica como “inteligente, articulado, cuidadoso en sus expresiones y un católico comprometido”, dice que no está de acuerdo en todo lo que ha escrito el periodista, pero que en ningún caso “está infringiendo las reglas del debate público legítimo de un modo que pueda merecer la censura”. Sobre lo de las facciones, Barron les recomienda a tan sabios académicos que estudien un poco de historia de la Iglesia, y sobre la acusación de que no tiene un doctorado en teología, recuerda sencillamente que la lista de escritores que tendríamos que declarar como no calificados para expresar opiniones en materia religiosa debería incluir a Thomas Merton, Flannery O’Connor o C.S. Lewis, entre otros. Además, sigue Barron, “de hecho, sucede frecuentemente que aquellos que están fuera de la academia oficial tienen una perspectiva más fresca y profunda, precisamente porque no están secuestrados en la habitación de los ecos del discurso de las facultades políticamente correctas”. Y acaba con esta conclusión: “la carta al Times es indicativa de hecho de un problema más amplio en nuestra cultura intelectual, en concreto, la tendencia a evitar los debates reales y a censurar aquello que nos hace sentir incómodos”. Touché.

Tres días más tarde, Dorothy Cummings McLean escribía un revelador artículo explicando quiénes son esos “teólogos” (repito mi justificación de las comillas) que han enviado la carta, y lo hace desde su experiencia de dos años estudiando teología en el Boston College, una de las universidades jesuitas con más dinero e influencia. Su relato es, sencillamente, estremecedor y nos ofrece un panorama de mentira, trampas, neurosis, delación, doble lenguaje, traiciones y odio, mucho odio reprimido y disimulado, hacia la Iglesia de siempre y, en el caso de su experiencia concreta, hacia Benedicto XVI.

El propio Ross Douthat también ha reaccionado con una “Carta a la Academia católica”. Empieza el periodista expresando la impresión que sintió cuando vio que docenas de profesores de Georgetown, Boston College, Villanova y otras universidades habían firmado una carta contra él.  Realmente es un honor que te consideren tan peligroso como, primero leerte, luego criticarte y finalmente organizar la misión desesperada de enviar una carta colectiva pidiendo que cierren tu insoportable boca. Es la prueba de que lo que escribes es muy relevante, de que has acertado y de que ellos, en su pataleta, se muestran tal como son (y no salen nada favorecidos). Douthat explica y argumenta muy bien los análisis que ha ido publicando en el NYT y disecciona algunos de los argumentos de los teólogos liberales. En primer lugar señala que “la pretensión de que los cambios que se han debatido son meramente pastorales y no doctrinales y de que mientras la Iglesia siga diciendo que el matrimonio es indisoluble no habrá sucedido nada revolucionario es como decir que China no ha desarrollado una revolución económica porque su gobierno sigue calificándose como marxista. No: tanto en política como en religión una doctrina vaciada en la práctica queda, de hecho, vaciada, diga lo que diga la retórica oficial”. Es entonces cuando los progres aceptan que hay un cambio doctrinal pero señalan que “no todas las materias doctrinales tienen la misma importancia y en cualquier caso la doctrina de la Iglesia puede desarrollarse a lo largo del tiempo”. A esto responde Douthat que “el desarrollo de la doctrina se supone que es para profundizar en las enseñanzas de la Iglesia, no para invalidarla  o contradecirla”. A continuación, sobre su incapacidad para hablar de religión por el hecho de no tener un doctorado en teología, replica que el Catolicismo se supone que no es una religión esotérica.

Y llegamos a la traca final: Douthat afirma que la verdadera posición de sus críticos es “que casi cualquier cosa católica puede cambiar cuando los tiempos lo requieren y el “desarrollo de la doctrina significa simplemente seguir lo que creemos que son los caminos de la Historia, sin importar cuánto del Nuevo Testamento abandonamos”. Lo que le lleva a reiterar la acusación que más gritos histéricos e indignación ha provocado: “he señalado antes que la tarea de un columnista es ser provocador. Así que debo decirles, abierta y no sutilmente, que esta visión suena como una herejía de acuerdo a cualquier definición razonable de ese término”.

Al debate se ha sumado también un jesuita, el Padre James Martin S.J., en un largo artículo en la revista de los jesuitas America titulado “Teología y Odio”. Aquí el ataque, como era previsible, es mucho más sibilino. El Padre Martin deplora algunas expresiones de la carta al NYT, pero va incluso más lejos a la hora de calificar los actos de Douthat. Empieza suave, reconociendo que aunque no esté preparado, Douthat “debería ser libre se escribir lo que quiera”. Pero no se engañen, a continuación señala que esa libertad debe tener ciertos límites. Por ejemplo, evitar el uso de la palabra maldita y que tan nerviosos les pone: herejía. Curioso que no entre a cuestionar que se hayan dicho realmente herejías durante  estos últimos tiempos, sino que se descalifique su uso porque es algo, escribe Martin, “disgusting”, desagradable, repugnante (dicho sea de paso, me ha recordado al demonio de aquella poesía de Chesterton, siempre elegante y educadísimo, que rechazaba las palabras bastas y los actos vulgares, palabras como herejía o resurrección y actos tan poco refinados como la confesión). Sigue el Padre Martin su escrito lanzando la acusación de que lo que hace Douthat es pecado. Parece ser que, en este caso, el Padre Martin sí es alguien para juzgar, en concreto para juzgar, condenar y emitir un anatema público con quien osa no plegarse al diktat progresista. Según Martin, acusar de hereje es pecado, decir que otro jesuita, el padre Antonio Spadaro, usa métodos propios de la sofística, también es pecado, emplear otros términos tabú como “apóstata” o “cisma”, también es pecado. Vamos, que casi cada cosa que escribe Douthat últimamente es pecado. En este caso, la apelación al respeto a la conciencia que hacía otro estadounidense, el obispo de Chicago Cupich, queda aparcado (parece ser que solo se aplicaría a adúlteros y parejas homosexuales). ¿Y por qué es pecado? Porque lo que hace Douthat, según Martin, es propagar odio, “hatred”. Así, cuando uno le lee, “no está leyendo teología, sino que está leyendo odio”. Una acusación cargada de veneno, pues el “hate speech”, el discurso del odio, no solo sería un pecado en el peculiar y temerario juicio de Martin, sino que es un delito en Estados Unidos por el que hay gente en la cárcel. Grave acusación pues, que no obstante se diluye como un azucarillo con solo leer a Douthat. Algo que, por cierto, es una de las enseñanzas que he extraído de esta polémica. Yo ya me he suscrito a sus columnas, que voy a leer a partir de ahora con fruición y con el añadido de saber que al hacerlo estoy fastidiando a varias decenas de profesores de teología progres e incluso a algunos herejes (y que nadie de gritos histéricos porque haya usado la palabrita, por favor).

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