Intentando comprender el “¿quién soy yo para juzgar?”

Intentando comprender el “¿quién soy yo para juzgar?”

Es probable que una de las frases más citadas del Papa Francisco sea la famosa pregunta “¿quién soy yo para juzgar?“. Es también altamente probable que sea una de las frases menos comprendidas.

Pensaba esto a raíz del claro contraste entre el “¿quién soy yo para juzgar?” y los juicios que constantemente, casi podría decirse que a diario, hace públicos el propio Papa Francisco. Por ejemplo, refiriendo a lo que se ha llamado Vatileaks II, el Papa afirmaba un duro juicio:”robar esos documentos es un delito, es un acto deplorable, que no ayuda”; y en la clausura del reciente Sínodo de la Familia, el Papa también hacía un juicio negativo de aquellos “corazones cerrados, que a menudo se esconden incluso dentro de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas” o expresaba el siguiente juicio: “En el curso de este Sínodo, las distintas opiniones que se han expresado libremente –y por desgracia a veces con métodos no del todo benévolos”.

Hace un poco más de tiempo, en la conversación con los periodistas en el avión de regreso de su viaje a Bosnia el Papa juzgaba a ciertos políticos al afirmar que “quien habla solamente de paz y no hace la paz se contradice, y quien habla de paz y favorece la guerra, por ejemplo con la venta de armas, es un hipócrita”. Y luego seguía con otro juicio, esta vez sobre la televisión: “hay cosas sucias que van desde la pornografía a la semi pornografía, a los programas vacíos, sin palabras, por ejemplo aquellos relativistas, hedonistas, consumistas, si fomentan todas estas cosas, y sabemos que el consumismo es un cáncer de la sociedad, y el relativismo es un cáncer de la sociedad”. Podríamos seguir hasta el infinito con más y más juicios del Papa Francisco.

Me parece evidente, pues, que en las famosas palabras del Papa no puede encerrarse una descalificación de cualquier tipo de juicio, pues él mismo los hace a todas horas, como por otra parte es de esperar en alguien cuyo “oficio” es guiar a la Iglesia, a menos que afirmemos que el Papa es un loco o un mentiroso que se contradice constantemente. Tiene que haber una explicación a esta aparente contradicción.

Una primera respuesta a la pregunta ”¿quién soy yo para juzgar?“, quizás la más obvia, es: “el Papa de Roma, el vicario de Cristo en la Tierra, cuya labor es guiar al pueblo de Dios, y guiar es juzgar, dar juicios, criterios, advertencias, orientaciones para llegar al cielo”.

Pero es que hay más: todos juzgamos continuamente; de hecho es nuestra actividad más importante (más allá de las meras funciones vitales), la que nos permite hacer algo: ¿qué será lo mejor para mi matrimonio? ¿Qué consejo debo dar a mis hijos? ¿Cuál es el mejor modo de aprovechar una oportunidad surgida en mi trabajo? ¿Cómo ayudar a ese amigo enfrentado a tal problema?… Juicios y más juicios que nos hacen tomar decisiones morales cargadas de consecuencias y que van tejiendo el camino de nuestra vida.

Un primer problema, me parece, es que la famosa frase se ha reducido a un simplista y empobrecedor slogan, desconectado del contexto en el que fue dicha por el Papa. De hecho, la frase completa, que añade la noción de buena voluntad (¿se incluye aquí una conciencia invenciblemente errónea?) y el buscar a Dios, ya introduce más elementos que la hacen mucho más compleja a como la inmensa mayoría de los medios la han presentado.

Pero es que estamos ante un problema de mayor calado, ante una confusión de tremendas consecuencias. Mark Shea lo explicaba muy gráficamente haciendo referencia a una conversación mantenida con el vicepresidente de una universidad estadounidense, un fisiólogo especializado en hipotermia. Resulta que los nazis realizaron una serie de “interesantes” experimentos sobre hipotermia con los prisioneros del campo de Dachau. Esos experimentos consistían en sumergir a seres humanos en agua casi congelada hasta su muerte para, a continuación, hacerles la autopsia para descubrir qué es lo que había provocado la muerte. Shea explica que hizo un comentario acerca de lo horroroso y cruel de esta forma de actuar (expresó un juicio), a lo que su interlocutor replicó: “Bueno, ése es tu punto de vista. Pero, ¿quiénes somos nosotros para juzgar? Ellos pensaban que estaban haciendo lo correcto“. Estamos aquí ante esa mentalidad, tan extendida hoy en día, muy postmoderna, que abraza con entusiasmo el eslogan del “no juzgar” como si fuera sinónimo de la negación de toda moralidad.

La enseñanza de Cristo es muy diferente y, añado, es el único modo sensato de ir por la vida. La verdad es que, como señalábamos antes, nos pasamos el día juzgando y hacemos muy bien. Como señala Mark Shea, es exactamente lo que nos enseña Jesús cuando nos dice aquello de “por sus frutos los conoceréis. Viendo los frutos, analizándolos con criterio formado, podemos hacer juicios que nos ayudan a distinguir entre el bien y el mal. Podemos juzgar que lo que hacían los nazis en Dachau era abominable, malo, y que hay que evitarlo y oponerse a quien quiera hacer cosas así. Juzgamos, pues, y lejos de ser algo reprobable, es vital, es bueno, es necesario, es lo único que nos mantiene cuerdos.

Juzgar en este sentido, juzgar como la actividad por la que discernimos la bondad o maldad de las acciones, no sólo no es pecaminoso, sino que es una tarea absolutamente necesaria. Otra cuestión, distinta, es juzgar sobre el fuero interno de cada persona, algo que sólo Dios y ella misma conocen y sobre lo que no podemos juzgar. Aquí se aplica la prohibición evangélica del juzgar y condenar, pues sólo Dios conoce en toda su profundidad a cada hombre. Evidentemente los tribunales tienen que juzgar con lo que tienen a mano, los hechos exteriores, e intentan tener en cuenta algo de esa interioridad incorporando conceptos como los atenuantes, los agravantes, los grados de voluntariedad, etc. Nosotros sabemos que lo que hicieron en Dachau está muy mal, merece todo nuestro rechazo y cualquier esfuerzo para evitar que se repita estará bien empleado, pero el juicio final sobre el grado de responsabilidad y culpabilidad de cada una de las personas implicadas en estos hechos es algo que nos supera. Los jueces, cuando son jueces justos, intentan aproximarse, con los datos que obran en sus manos, al juicio pleno que sólo conoce Dios. Es en este sentido en el que creo que hay que entender las palabras del Papa, un sentido que no es nuevo, sino que cualquier persona que haya estudiado un manual de teología moral básico ya conocía. Es también aquello, no por repetido menos verdadero, de que se condena el pecado, pero no el pecador.

Mark Shea concluye su reflexión con un pasaje que me parece especialmente acertado y que no me resisto a reproducir: “cuando no se juzga, entonces encontramos la imbecilidad de aquellos que son incapaces de decir si Dachau estaba mal o no. Pero donde se juzga [en el sentido de hacer un juicio moral sobre unas acciones] no encontramos a gazmoños puritanos listos para quemar brujas, sino a hombres y mujeres sensatos que pueden discernir si algo está bien o mal y actuar siguiendo ese discernimiento. Aquellos que pueden hacer juicios sensatos no son tan tontos como para creerse ángeles vengadores, ni tampoco cretinos incapaces de denunciar un acto de genocidio, no vaya a ser que les acusen de ser moralizantes. Son más bien plenamente humanos y capaces de actuar con justicia, coraje, misericordia e incluso amor”.

Cuando estaba acabando de redactar esta entrada me topo con la transcripción de una conferencia de Peter Kreeft en la que señala… ¡hasta 19 tipos de juicio! Se ve que el tema tiene enjundia. Allí encuentro el siguiente comentario, en referencia al decimotercer tipo de juicio: tras señalar las palabras de Cristo sobre no juzgar para no ser juzgados, escribe Kreeft: “Por supuesto, eso no nos impide juzgar sobre los actos porque si así fuera quedaría minada toda moral”. Creo que queda suficientemente claro, aunque le pese a algunos de los que habitualmente aprovechan la cita del Papa para justificar lo injustificable.

Escriba un Comentario

Your email address will not be published. Required fields are marked *

*

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>