El terrorismo no es hijo de la pobreza. Lo dicen los datos.

El terrorismo no es hijo de la pobreza. Lo dicen los datos.

La reciente ola de atentados terroristas ha dado pie a numerosos intentos de explicación de este fenómeno que siempre tiene algo de incomprensible para una persona normal. ¿Qué es lo que provoca que alguien se lance a asesinar indiscriminadamente a personas inocentes? ¿Qué puede haber en la cabeza de alguien que está incluso dispuesto a suicidarse con tal de provocar muerte y terror? No es de extrañar que intentemos encontrar una respuesta a estas preguntas.

Uno de los intentos de explicación que hemos escuchado estos días es la tesis de la pobreza es la causa del terrorismo. Entre quienes se han expresado en este sentido encontramos a Rafael Mayoral, secretario de Relación con la Sociedad Civil y Movimientos Sociales de Podemos, quien afirmó que “la pobreza es el “caldo de cultivo” del terrorismo“. En Italia, Andrea Riccardi, el fundador de la Comunidad de San Egidio, ha escrito en el Corriere della Sera que “la lucha contra el terrorismo se hace con una política social (…). Bruselas, París, sus periferias, son mundos en riesgo. Bastan pocas personas para hacer mucho daño. Los recortes en política social se pagan”. Riccardi sugiere que en vez de militares a Siria, lo que tenemos que hacer es enviar más euros a las banlieues y que los actos terroristas son el resultado de los recortes que se han realizado a raíz de la reciente crisis. Es también la línea de interpretación que subyace en lo que afirmó el Papa Francisco durante su reciente viaje a África cuando sostuvo, en Kenia, que “La experiencia demuestra que la violencia, los conflictos y el terrorismo que se alimentan del miedo, la desconfianza y la desesperación nacen de la pobreza y la frustración” (aunque la frase del Papa, como se puede ver, agrupa diversos fenómenos, con rasgos comunes pero no iguales).

Antes que nada me parece importante clarificar de qué estamos hablando. No estamos hablando de delincuencia, ni individual ni organizada, no estamos hablando de estallidos de violencia, de disturbios, ni tampoco de protestas violentas ni de revueltas o golpes de estado. Ni siquiera estamos hablando de guerrillas, milicias locales o señores de la guerra. Es importante porque, en mayor o menor medida, situaciones de pobreza extrema pueden tener un papel más o menos importante en la aparición de estos fenómenos.

Aquí de lo que hablamos es de terrorismo, de actos violentos cuyo fin es el de provocar el terror con una finalidad política, del uso sistemático del terror para coaccionar a sociedades o gobiernos y provocar cambios políticos.

Pues bien, una vez bien definido de lo que estamos hablando, pasemos a ver qué nos dicen los datos. No lo que se nos ocurra, o lo que nos imaginemos, o lo que supongamos que sucede, sino lo que los estudios serios nos dicen.

Se han realizado varios estudios sobre las causas que mueven a quienes deciden masacrar a inocentes y ninguno de ellos concluye que sea la pobreza la causa del terrorismo. El más conocido es el de Alan Krueger, economista izquierdista, profesor en Princeton y consultor del presidente Obama, que en el libro “What makes a terrorist”, en base a un análisis empírico llega a la conclusión de que no solamente el terrorismo no está presente de manera mayoritaria ”en los países caracterizados por un bajo PIB per capita“, sino que ”los terroristas proceden de las filas de las personas más instruidas en mucha mayor proporción que de las masas ignorantes y no escolarizadas”. Las mismas conclusiones a las que llega Alberto Abadie, economista en Harvard, en su estudio “Poverty, Political Freedom, and the Roots of Terrorism”, un análisis empírico del  terrorismo internacional que demuestra que ”el riesgo de terrorismo no es más elevado en los países pobres” y que “no existe ninguna correlación significativa entre terrorismo y variables económicas como la renta”.

Otro estudioso del tema, Claude Berrebi, ha analizado la relación entre pobreza y terrorismo en Palestina y ha descubierto que un mejor nivel de vida y un nivel de instrucción más alto están correlacionados positivamente con una mayor participación en organizaciones como Hamas o el la Yihad Islámica y a convertirse en un terrorista suicida. Otro estudio de Alan Kruger, esta vez junto a Jitka Maleãková analiza los datos sobre actos terroristas en Cisjordania, la Franja de Gaza y el Líbano. ¿Su conclusión? “Ni la pobreza ni la falta de instrucción tienen un impacto directo o causal sobre el terrorismo“. Una conclusión bien documentada desde los primeros estudios sociológicos de los años 70 realizados por Charles Russell y Bowman Miller, que analizaron a 18 grupos terroristas, encontrando que la mayoría de los individuos involucrados en actividades terroristas tenían una formación bastante elevada (alrededor de dos tercios tenían estudios universitarios y procedían de las clases medias o altas). Así pues, una y otra vez se llega a la misma conclusión: “los terroristas no son hijos de la ignorancia ni de la pobreza, sino que provienen de ambientes más o menos acomodados y a menudo entran en contacto con el extremismo en la universidad“. El perfil de Osama bin Laden no es una excepción. Tras los atentados del 11-S se descubrió que el 35 por ciento de los afiliados a Al Qaeda tenían una licenciatura y que el 45 por ciento pertenecían a la categoría de “profesionales  liberales”.

Luego viene lo del barrio de Molenbeek, en Bruselas, lugar del que surgieron varios de los terroristas responsables de los asesinatos perpetrados en París. Los datos recogidos por el economista Andrea Montanino para un informe del Atlantic Council confirman que, en una Bélgica generosa en subsidios, Molenbeek es una especia de paraíso del welfare, un lugar regado con ayudas sociales. Los habitantes de Molenbeek tienen una renta un 11% inferior a la media bruselense, pero el porcentaje de personas que reciben subsidios y ayudas sociales es un 70% superior al de la media en la misma ciudad. O sea, que los recortes no golpearon a Molenbeek y, aún así, se convirtió en cantera de terroristas. Un dato que Andrea Riccardi prefiere ignorar, no le vaya a estropear un bonito artículo.

Si está claro, documentado y probado que la pobreza no es la causa del terrorismo, ¿por qué tantas personas sostienen algo que cualquiera con un mínimo interés por documentarse puede fácilmente saber que es falso?

Creo que existen varios motivos. Por una parte está la actitud bienintencionada de quien quiere, ante todo, ayudar materialmente a quienes poseen menos recursos y piensan, sinceramente y contra toda evidencia, que a pesar de todo algún vínculo debe de haber. Por otra parte, la apelación a la pobreza como causa del terrorismo es la salida fácil a un problema complejo. Si de lo que se trata es de acabar con la pobreza, pensamos, bastará con algún acuerdo para enviar fondos a los países pobres, o una macro colecta solidaria, y ya estará arreglado ese problema que tanto nos atormenta y que ha llevado a nuestras sociedades occidentales a vivir en vilo. Si, por el contrario, el problema reside en el mundo de las ideas y mentalidades, nos sentimos impotentes, por lo que preferimos pensar que esto se puede arreglar con una cumbre internacional que destine fondos al desarrollo a los países pobres. Por último, en algunos casos subyace la idea marxista de que por debajo de la superestructura ideológica o religiosa siempre se esconden causas de tipo económico.

Puede parecer plausible que la pobreza y la ignorancia sean la causa del terrorismo, pero simplemente no es verdad: lo demuestran los datos, los hechos y las biografías de los terroristas. Esto no significa que no haya que hacer nada para intentar reducir la pobreza y la ignorancia, un objetivo que tiene sentido por sí mismo, pero hay que ser conscientes de que esa laudable y magnífica labor no tiene nada que ver con la lucha contra el terrorismo. El terrorismo nace de una ideología nihilista, no de la pobreza. Quien quiera hablar de ello, si encuentra demasiado farragosos los estudios actuales citados, al menos debería leer a Dostoievski antes de lanzar opiniones más o menos bienintencionadas pero desenfocadas y erróneas y que, en consecuencia, no ayudan a acabar con esta lacra.

 

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