Adoctrinando en el anticapitalismo desde pequeñitos

Adoctrinando en el anticapitalismo desde pequeñitos

Una de mis hijas está cursando 6º de Primaria. Intento ayudarle en sus deberes (a menudo me toca la poca creativa tarea de dictarle un texto), por lo que de vez en cuando cae en mis manos los libros con los que estudia. El otro día me encontré con el siguiente dictado en su libro de Lengua:

No pude dejar de pensar en cómo, aprovechando un inocente dictado, el libro promovía el adoctrinamiento en un marxismo cutre y en el odio hacia las empresas, que deben de ser unos monstruos sedientos de sangre de los pobres.

¿De verdad creen que muchas empresas abandonan los países desarrollados para explotar a los pobres? ¿Cuándo, no hace tantos años, muchas empresas (por poner un ejemplo claro, del sector de la automoción) vinieron a España desde países con salarios más altos, lo hicieron para explotar al trabajador españolito? Pues bendita explotación que nos ha permitido salvar e incluso potenciar nuestro tejido industrial.

La imagen de las empresas como necesariamente explotadoras es una grave falsedad; que se la cuelen a nuestros hijos en un libro de Lengua de primaria, una vergüenza.

Precisamente comentaba este asunto con un amigo proveniente de uno de esos países que atraen a empresas europeas. Reaccionó con indignación cuando le enseñé la foto que reproduzco aquí arriba. Me habló de la necesidad que tienen sus países de recibir inversión industrial extranjera, se enfadó mucho cuando leyó lo de los salarios irrisiorios (será para vosotros, me dijo, porque en mi país son mucho más dignos que la mayor parte de los salarios en otros sectores de la economía) y aprovechó para acusar a los progres europeos de querer condenarles a la miseria, reteniendo la industria en Europa con la excusa de que lo hacen por el bien de los pobres trabajadores tercermundistas y dejándoles sólo la alternativa de exportar materias primas, abalorios artesanales y poco más (o bueno, ser destino turístico, incluyendo el turismo sexual).

Me hizo pensar. ¿Realmente estamos dispuestos a encarar a fondo el tema de la pobreza en otros países o nos conformamos con discursos moralistas y ayudas al desarrollo mientras les condenamos a seguir siendo pobres?

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