¿Cómo fue posible reconocer a Jesús como Dios?

La rutina hace que en muchas ocasiones no seamos conscientes de la gravedad de lo que leemos o escuchamos. Sucede a menudo con la lectura de la Biblia, con pasajes que hemos oído tantas veces que hemos perdido la sensibilidad para percibir la enormidad que encierra. Por ejemplo cuando Jesús resucitado se aparece a Tomás, quien de rodillas ante Jesucristo le confiesa como “mi Señor y mi Dios”. Es probable que pasemos de largo, que demos por sabidas estas palabras y no les demos más importancia, pero vale la pena detenernos un momento: ¿cómo pudo un judío creyente reconocer a un hombre como Dios? No es desde luego algo evidente.

De hecho, parece a primera vista difícil el hacer compatible el monoteísmo judío, la afirmación encerrada en el Shema (Deut 6, 4), con el reconocimiento de la divinidad de un hombre, Jesús. Y sin embargo es un hecho, recogido en los hechos de los Apóstoles, que la confesión de la divinidad de Jesús no les provocó especiales problemas. Los cristianos, empezando por los apóstoles, no necesitaron un largo y sutil proceso filosófico para llegar hasta esa conclusión, sino que parece que se trató más bien de un reconocimiento de la persona y la obra de Jesús, en la línea de lo expresado por Simón Pedro: “¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6, 68). Desde nuestra perspectiva tendemos a ver este asunto como un dilema intelectual, pero no parece que fuera visto así por los apóstoles.

Un elemento clave para entender esta aparente contradicción es la noción de monoteísmo. Explican James Kushiner y Patrick Henry Reardon en un artículo en Touchstone, que en la modernidad es común que se reduzca el monoteísmo a una cuestión matemática: habría un solo Dios en contraste con quienes sostendrían la existencia de varios dioses. Lo importante sería esta distinción entre uno y varios, y en buena lógica todos los que creen en un solo Dios en el fondo creen en el mismo Dios, ese único Dios que todos reconocen aunque cada uno caracterice con peculiaridades diferentes. Es desde esta perspectiva que se afirma, como hemos oído tantas veces, la existencia de las “religiones monoteístas”.

No era así como entendían el monoteísmo los judíos de la Biblia. Para el pueblo elegido el monoteísmo no trataba esencialmente de una distinción matemática, sino que tenía que ver con la identidad de Dios. La pregunta clave no era cuántos dioses hay, sino quién es este único Dios.

Por eso, cuando Elías se enfrenta a Baal, la prueba que propone no tiene nada que ver con si es un único Dios o si forma parte de un panteón de dioses, como era el caso. Lo que Elías plantea es lo siguiente: (1 Reyes 18, 21). Lo importante no es el número, sino quién es ese dios. La prueba de que Baal es un falso dios no es que comparta su categoría con otros dioses, sino porque no es “el Señor, nuestro Dios, Adonai Eloheinu”. Para Elías no se trataba de contar dioses, sino de identificar al verdadero Dios, la cuestión no era cuántos dioses hay, sino quién es Dios.

Desde esta perspectiva entendemos mejor porqué los apóstoles, y en general los primeros discípulos, pudieron reconocer a Jesús como Dios sin mayores problemas y no encontraron que este reconocimiento contradijera la Biblia. A ellos les fue dado ver que Jesús era Dios porque formaba parte de la identidad del mismo Dios de la Biblia, ese Dios que por amor había elegido hacerse hombre. Es algo enorme, casi inconcebible, sin duda, pero que no contradice la naturaleza, la identidad del Dios de la Biblia, sino que es totalmente compatible con ella.

Lo cual nos lleva a la cuestión que ya apuntábamos: la moderna afirmación de que el Dios de la “fe abrahámica” es el mismo, por ejemplo, para cristianos y musulmanes, se revela como enormemente problemática. Sí, se afirma un único Dios, pero la respuesta a la pregunta acerca de quién es ese Dios es completamente distinta. La identificación entre uno y otro se hace francamente difícil de sostener. El uno simple, tan ilimitado que incluso puede contradecirse a sí mismo y tan elevado que se asemeja al dios de los teístas; el otro trino, fiel a sus promesas, todo amor, hasta el extremo de encarnarse y dar la vida por nosotros. El contraste es tan grande que ninguno de los judíos del tiempo de Jesús, ni tampoco los primeros cristianos, hubieran aceptado que en el fondo adoraban todos a un mismo Dios. Sí, en términos matemáticos tanto cristianos como musulmanes afirman la existencia de un solo Dios, pero en cuanto a quién es ese Dios, las diferencias respecto de su identidad son tan gigantescas que sólo olvidando la lógica y refugiándonos en un voluntarismo que hace de las buenas intenciones su norte podemos afirmar aquello de que adoramos a un mismo Dios.

Por cierto, a quien le interese el tema le recomiendo lo que ha escrito Rémi Brague acerca del mismo. Aclara muchas confusiones.

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