Anna Gabriel no da una sobre el sexo en el Metro

Anna Gabriel no da una sobre el sexo en el Metro

A estas alturas es probable que ya hayan contemplado las sórdidas fotos de una pareja manteniendo relaciones sexuales en el andén del metro de la estación de Liceu en Barcelona. Una imagen propia de los lugares más degradados, de los ghettos más lumpen de la sociedad postindustrial más desestructurada.

Pero la noticia, que se comenta sola para cualquiera que conserve un mínimo de buen sentido, ha dado lugar a unas declaraciones de la diputada de la CUP, Anna Gabriel, que demuestra que ese seny antaño abundante en Cataluña brilla por su ausencia entre los jóvenes cachorros cuperos. Gabriel ha afirmado, durante una entrevista en la radio, que es ”normal hacerlo en el metro”, que “practicar sexo no es pecado”, que “hay temas sociales mucho más importantes en el debate público“, se preguntó “¿en qué código legal está escrito que está prohibido este tipo de prácticas en el espacio público?” y, cómo no, le echó la culpa a la Iglesia católica: “Son muchos años de Iglesia católica y de Santa Inquisición en este país que tenemos”. 

Ni una sola de sus afirmaciones, en el sentido en el que las emplea, es verdad, lo cual tiene cierto mérito. Y todas ellas traslucen una mentalidad resentida, ignorante, prepotente y agresiva que no anuncia nada bueno.

Vayamos por partes:

  1. Dice Gabriel que es normal hacerlo en el metro. No, no lo es. Y lo dice un usuario del metro de Barcelona desde hace más de 40 años. Y no lo es en ninguna de las acepciones de la palabra “normal”. No es lo que abunda, de ahí que esas fotos sean noticia. Tampoco es aceptado ni legal ni socialmente en ningún lugar del mundo. No digamos en los países más desarrollados, que para la CUP son el mismísimo infierno, sino tampoco en aquellos que la CUP toma por modelo (Cuba, Corea del Norte,… lástima que la Albania de Enver Hoxha desapareció, pero ni allí, Gabriel, ni allí). Para que lo entienda incluso Anna Gabriel explicitaremos algo obvio: en ningún lugar del mundo se permite que en un lugar público la gente defeque, orine, “practique sexo”… La normalidad de Gabriel es inhumana: uno está tentado de decir que es la normalidad propia del establo, pero resultaría un insulto para los dignos animales.
  2. Luego afirma lo que “practicar sexo no es pecado“. Se pueden decir varias cosas al respecto. El uso del verbo practicar, como quien hace spinning o zumba, delata la pobre concepción de la sexualidad de Gabriel, que la reduce a acto mecánico (aunque quizás es a lo máximo a que uno pueda aspirar con ciertos miembros y miembras de la CUP). Sorprende el papel de Gabriel, autoerigida en teóloga de estar por casa, dictaminando qué es o no es pecado (resulta curiosa la manía de quienes afirman que no existe el pecado de, acto seguido, decretar qué es pecado y qué no). En algo medio acierta Gabriel: en efecto, el sexo no es pecado, al contrario, es un don de Dios según la más ortodoxa doctrina católica. Lo que es pecado es degradarse hasta la bestialidad, actuando contra nuestra naturaleza, como también es pecado causar escándalo.
  3. Sigue Gabriel con la constatación de que hay temas más importantes. Muy cierto, pero ¿quién es ella para decidir lo que nos debe importar o no?. Reaparece el tic prepotente del “hoy no toca” de Jordi Pujol (cuya política educativa y cultural, por cierto, fue clave para la génesis de la CUP), la pretensión de que somos nosotros, la minoría bolchevique, quienes definimos lo que es importante y lo que no, y el resto del populacho, si no quiere ser etiquetado como fascista y enemigo del pueblo, debe ajustarse a lo que nosotros dictaminamos. Yo estoy convencido de que hay temas más importantes que el incidente del metro, como por ejemplo el impacto de las reiteradas huelgas de transporte en Barcelona, las crecientes agresiones a los católicos, la impunidad de los okupas, los tics totalitarios de quienes quieren impedir que los padres elijamos la educación que nos parezca conveniente para nuestros hijos (incluida la enseñanza diferenciada), la marcha de empresas catalanas a otros lugares de España o el desgobierno en que se encuentra sumida Barcelona y Cataluña con la colaboración de la CUP, por citar los primeros ejemplos que me vienen a la cabeza. Sin embargo, aún no estoy tan endiosado como para minimizar una cuestión que ha saltado a las redes y ha demostrado que sí preocupa a una cantidad importante de barceloneses. Anna Gabriel, desde el Olimpo de los perroflautas, ha decidido, por el contrario, que la plebe se equivoca al fijarse en esa menudencia.
  4. Gabriel se preguntó “¿en qué código legal está escrito que está prohibido este tipo de prácticas en el espacio público?”, poniendo en evidencia que desconoce absolutamente de lo que habla y que, al estilo del más cutre de los tertulianos profesionales, ni se toma la molestia de informarse mínimamente acerca de aquello sobre lo que pontifica. ¿Quiere un ejemplo de país que prohíbe este tipo de prácticas? Muy sencillo, tal y como recoge hoy Actuall, el artículo 303 del Código penal de su amada Cuba dice lo siguiente: ““Se castiga con privación de libertad de tres meses a un año o multa al que ofenda el pudor o las buenas costumbres con exhibiciones impúdicas o cualquier otro acto de escándalo público y al que produzca o haga circular publicaciones, grabados, cintas cinematográficas o magnetofónicas, grabaciones, fotografías u otros objetos que resulten obscenos, tendientes a pervertir y degradar las costumbres”. ¡Anna, hija, hay que informarse un poco más antes de abrir tu boquita!  
  5. Y por último la traca: la culpa es de la Iglesia. ¡Cómo no! De hecho los de la CUP son especialistas en echarle la culpa de cualquier cosa a otros: ellos, como Robespierre, son puros, como el buen salvaje de Rousseau, inocentes. La cantinela habitual, válida para casi cualquier cosa, es que la culpa es de los malos, que son los otros: el fascismo, los capitalistas, España, Madrid… o la Iglesia. Pero como en este caso se hacía difícil cargarle el muerto al capitalismo o a España, la Gabriel ha optado por el otro sospechoso habitual, la muy socorrida Iglesia (con la coletilla, tan tópica, de la Inquisición, esa que Gabriel tuvo que sufrir cuando era pequeñita, ¿no?). Nos topamos aquí con ese resentimiento anticatólico que combina odio, ignorancia y una adolescencia no superada que se resuelve en esa pose de rebeldía que no es más que el conformismo más radical y el vacío más aterrador.

Estos pobres chicos de la CUP, unos tipos estrafalarios que rezuman odio y desean a toda costa vengarse de unos agravios imaginarios que, no obstante, los han envenenado de veras, no pasarían de ser unos marginados sociales si no fuera porque muchos, demasiados, les ríen las gracias. Ojalá no tengamos que convertir esas risas en llantos.

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