Cesaropapismo y bolchevismo

Hace un siglo que estallaba la Revolución Rusa, un fenómeno más complejo de lo que habitualmente se nos presenta y que marcó el siglo XX (y cuyos efectos aún tienen una importante influencia en el mundo en que vivimos).

Como ya van apareciendo revisionistas que quieren recuperar la “parte buena” de la Revolución Rusa, voy a dedicar una serie de entradas a este tema. No creo que Mauricio Valiente, el concejal de Carmena que ha declarado “tengo un póster de Lenin, me parece un referente fundamental”, lea mi blog… pero nunca se sabe.

Hoy me limitaré a señalar un aspecto previo. Se suele señalar que Marx estaba convencido de que la revolución comunista iba a iniciarse en primer lugar en el Reino Unido, el lugar más industrializado y donde, por consiguiente, las contradicciones internas del capitalismo se suponía que estaban más exacerbadas. No fue así. La revolución cuajó en Rusia, la atrasada, semifeudal, campesina Rusia. Todo un fracaso de Marx como analista.

Sin embargo, y aunque la historia no es nunca un guión escrito, sí existe algún elemento que ayuda a comprender por qué el comunismo tomó el poder y se consolidó en Rusia. He encontrado un interesantísimo comentario al respecto en un reciente libro publicado en Francia, Une autre histoire de la laïcité, escrito por Jean-François Chemain.

Escribe Chemain: “el cesaropapismo ruso llevaba en sí el germen del más terrible de los totalitarismo ateos. Preparaba así una revolución cuyos promotores anhelaban no solo la destrucción de la iglesia ortodoxa, sino también la erradicación del cristianismo, corolario obligatorio del cambio socio-político deseado. Había [el cesaropapismo], a lo largo de los siglos, acostumbrado a los rusos a la fatalidad de un poder omnipresente – porque está en la esencia del cristianismo el que todos los aspectos de la vida la conciernan – y terrible – porque la cólera del soberano no es más en este caso que el reflejo de la cólera divina. Que el nuevo régimen fuera oficialmente ateo no cambiaba estrictamente nada esencial, la religión del proletariado tomaría simplemente el lugar de la de Dios, y el Partido el lugar de la Iglesia ortodoxa”.

 

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