Un compositor habla sobre el desastre de la música en la Iglesia

Un compositor habla sobre el desastre de la música en la Iglesia

Las “guerras litúrgicas” que sacuden la Iglesia desde el post Concilio han hecho correr ríos de tinta. Pero no es frecuente que quien aporte una reflexión sobre la deriva de la liturgia católica sea un compositor en activo, con experiencia directa en música sacra y que, además, lo haga desde un semanario de información general como Standpoint.

Quien ha escrito esas agudas reflexiones es James MacMillan, un compositor y director de orquesta escocés de prestigio, que cuenta entre sus obras con dos óperas. Su escrito me ha llamado la atención y me permito traducirlo y glosarlo para ustedes.

MacMillan parte de una constatación: en el pasado todos los grandes compositores han compuesta música litúrgica; esto ya no ocurre así hoy en día: “La música de nuestro tiempo ha ido por un camino y la música de las iglesias ha quedado como en conserva o ha tomado sendas populistas banales. El mundo internacional de la música tiene gran admiración por los compositores británicos: Elgar, Vaughan Williams, Britten, Walton, Tippett, Maxwell Davies, Tavener; pero suele pasar por alto el hecho de que en ocasiones escribían música para un uso real en la iglesia, para ser cantada por coros dentro de una liturgia real”.

A continuación señala MacMillan las tensiones crecientes en el ámbito de la música para la liturgia: “La profesionalización de la música en la iglesia es vista a veces con recelo por clérigos y laicos dedicados a la “modernización” y la “democratización” de la idea y práctica religiosas, nerviosos por las resonancias alienadoras del “elitismo” anticuado y jerárquico. Las iglesias también pasaron por las revoluciones de los años 60.”

En dos pinceladas, MacMillan retrata todo un cambio de época: los compositores de calidad han sido expulsados por aquellos empeñados en modernizar la liturgia.

Y continúa: “Esto ha sido especialmente grave en la Iglesia Católica, donde lecturas deliberadamente sesgadas del “espíritu del Vaticano II” han convertido gran parte de la práctica musical en la liturgia en un conjunto lamentable y risible. Los anglicanos también saben cuál es el problema: también padecen los bailes cogidos de los brazos y esos coros que se mueven atolondradamente, las cancioncillas sentimentales, la falsa música folk americana y los aires celtas. El musicólogo estadounidense Thomas Day describió este tipo de liturgia como “una dieta de nubes (marshmallows) románticas combinada indigestamente con artefactos que te agarran por el cuello y te sacuden hasta someterte a su mensaje social.

En la década de 1970, muchos tipos bien intencionados pensaron que la música “folk” y los derivados de la cultura pop atraerían a los adolescentes y jóvenes y los involucrarían más en la Iglesia, pero ha sucedido exactamente lo contrario. Ahora sabemos que esos experimentos en la música y la liturgia han contribuido a la creciente y ridícula irrelevancia del cristianismo liberal, y que la liturgia como ingeniería social ha provocado el rechazo de muchos. Al igual que la mayoría de las ideas forjadas por la ideología marxista de la década de 1960, ésta ha demostrado ser un fracaso total. Su mayor tragedia ha sido la deliberada e hipócrita des-poetización del culto católico. La Iglesia ha reproducido simplemente la obsesión del Occidente secular por la “accesibilidad”, la “inclusión”, la “democracia” y el antielitismo, lo que resulta en el triunfo del mal gusto, la banalidad y una deflación del sentido de lo sagrado en la vida de la Iglesia.”

En efecto, la calidad general de la música litúrgica postconciliar deja bastante que desear, limitándose a ser en demasiadas ocasiones una vulgar mímesis del mundo, y además ha fracasado estrepitosamente en su supuesta justificación de atraer a los jóvenes.

Acaba MacMillan con una interesante experiencia personal: “Los “progresistas” litúrgicos que han creado esto han estado enfrentados durante décadas con los músicos, a quienes acusan injustamente de ser reaccionarios y tridentinistas. Lo sé porque puedo mostrar las cicatrices que esto me ha dejado. Durante la visita papal al Reino Unido en 2010 hubo innumerables batallas entre bastidores sobre la naturaleza de las liturgias públicas y su contenido musical y estilo. Por ejemplo, los obispos me pidieron que escribiera una nueva misa para las liturgias al aire libre, y una poderosa facción luchó muy duramente para que eso no sucediera. Se dijo que un compositor clásico no podía tener la experiencia parroquial de base y la “comprensión pastoral” necesaria”… He abandonado las guerras litúrgicas desde entonces. Me he retirado de la música eclesiástica y ahora me siento sencillamente en los bancos de la iglesia, sufriendo junto al resto de fieles católicos”.

Y luego se extrañan de que las iglesias se vacíen.

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